viernes, 28 de mayo de 2010

Tarde arde su ciudad suciedad (2003)



Paseo por pasear, por perder el tiempo, por divagar y escachar el tedio.
Sin tener a donde ir, con algunos pitis. Sin ninguna prisa, vagueando por ahí.
¿Y qué me encuentro? Cada día está esto peor, demasiada gente, en según que lugares. 
Intuyo que es de esas tardes en que vuelves a casa más cabreado de lo que sales…

Cruzo la primera esquina y ahí la encuentro, la administración de lotería. A petar. Cago en Dios con la ludopatía. O no, me huelo que toda esa miseria desesperada se intenta refugiar en fantasías materialistas.
 También rebosan las farmacias, y es que salud tampoco sobra. Aunque por suerte o por desgracia, hay parte de la clientela que parece que zozobra, y esxs están ahí por otras historias. Toda esa miseria abstinente se refugia en otro tipo de fantasías, de codeína, prozacs o metadona.
No puedo ver tras la tenebrosa y cobarde solidez de esos muros, pero me imagino como está también la comisaría, llena hasta los topes, hasta bien arriba.
Delincuencia...delincuencia…delincuencia…
Me mareo con la cantinela, no hay quien se lo trague. Intuyo que querían decir “desesperación, rabia, impotencia”…
Que a gusto los quemaría, o por los menos sus coches. Y sus armas. Y sus trajes.

Aquello es un paso previo a la cárcel, al cementerio de pobres, ahí se confina a los que atentan porque a su costa hay quien currando menos de la mitad gana mucho más del doble.
Es “el crimen” la venganza, vengándose del progreso, que es la estafa.

Hay mierda en las aceras, sirviendo de alfombra roja para escaparates de perfumerías,
tiendas de complementos y de mil trastos caros que no ayudan a comprender la vida.
Son un muestrario de carteras llenas de esas que sirven para comprar sonrisas,
fútiles para ahuyentar según que penas. La miseria emocional se regodea en prebendas modernas. O digamos que lo intenta.
Se nutre de prendas de puertas para fuera y cara a la galería, esas mentes huecas propias de almas a su vez vacías, aún juegan a ser solidarias con su calderilla. Así dan humillantes lisonjas, migajas para desfavorecidxs que no son más que un denuesto y una ofensa a la dignidad de las personas.

Van por ahí dos niños ajenos a todo esto, correteando pues son pequeños, enganchados a sendos celulares, mejores dicho sea de paso que el mío, y tal y como están las cosas, puede que hasta se hablen entre ellos. A lxs adultxs les he visto en grandes plazas hacer algo por el estilo, y ell=s son su ejemplo.
Carteles de grupos de mierda de moda, algunas pegatas fascistas. Mucha gente que se va de la bola, y otra tanta que la imita.

Miro hacia todas partes, casi por no querer mirar a ninguna parte, y todas partes me miran a mí. En mi periplo por las aceras, voy camino de ser otra gran estrella. 
He protagonizado fotos y escenas sin darme cuenta, casi como en una telenovela.
Me pregunto si Orwell se reiría, o me reprocharía:
-“¡¿Lo ves, lo ves? Y tú que te reías, colega!”. 
Es por cosas así que me cago en los profetas y me doy como ellos y los poetas vagos, a las anfetas y los tragos largos.

Aún me quedan fuerzas, o aburrimiento de ese al que llamo paciencia por no perderla.
Lentamente pululo dando tumbos, y me llevo los empujones de quienes tensos llevan prisa, esa si es pura idiocia idiosincrática urbanita.
Si cada vez que llegan corriendo a tiempo, han vendido un ratito de alegría, han perdido un poquito de tiempo que podría ser alegre en su única y triste vida. Si no van a ninguna parte, se ve de lejos. Es solo que llegan tarde, pero no para hacerse viejos.
A mi perpleja diestra dos catetos armados, a mi siniestra un choni con un coche a propulsión y algunas pegatinas horteras (que no lleva casettes de Bach precisamente en la guantera) y en el centro bolsas del Mercadona y propaganda electoral con las que el viento juega.
 La estampa me anima y silbo un clásico:

“Caminando por la calle sin cesar,
de abajo a arriba,
de arriba a abajo...”

“Renegando de la calle hasta potar,
no me dan birra, ni me dan tajo”,
añado, 
y observo que apenas me queda tabaco.

Me sentaré junto a algunas de esas obras que crecen por todas partes cuales caprichos del alcalde a pedir alguno, o mejor me abro ya que he visto bastante y a estas alturas ya sudo.

Me vuelvo entre caretos de tragaldabas, prenotando la apatía, y topo con la gasolinera.
Paso fumando a su vera.
Un olor fuerte, tentando a la suerte y al “me alegro de verte, muerte”.
Caigo en la cuenta de que si tiro mi última colilla sobre la primera cisterna, además quizás convierta media ciudad en una tea.
De acuerdo, lo admito.
De vez en cuando uno sí sonríe mientras pasea.





miércoles, 26 de mayo de 2010

A la parrilla sebo mayor






Hubo un tiempo en que los hombres se desarrollaron a pasos de gigante, mejorando sus costumbres, empeñándose en progresar en todos los aspectos. Parecían por fin dueños de todas sus posibilidades y su época dorada se antojaba interminable dadas sus nuevas capacidades y habilidades.
Pero el esplendor nunca resulta eterno, y sin que pudieran siquiera percatarse, lentamente la desgracia de la rapidez se cernió sobre ellos, haciéndose fuerte a costa de su ingenuidad, de su proceder sosegado e incapaz de desconfiar, obcecado en agilizarlo todo.
Sus intentos por automatizar todo proceso, por perpetuar el pragmatismo (algo que hubiese irritado a Momo y con razón) fueron convirtiendo sus vidas en frenéticas y esquemáticas. Prácticas, pero vacuas.
O no tan vacuas. Una de las facetas que se vio sensiblemente alterada por esta tendencia fue la gastronómica. Todo empezó siendo (o pareciendo) una innovación tremendamente útil, y poco a poco, se instauró por completo en la vida de los pragmáticos. La comida rápida, dejó atrás las digestiones pausadas, los ingredientes naturales, las conversaciones de sobremesa, los olores y las texturas propias de la tierra.
Un severo varapalo para el intelecto y para el correcto funcionamiento del organismo.
Aunque por desgracia el intelecto es algo a lo que progresivamente ya habían renunciado casi por completo los hombres en el resto de sus rutinarios quehaceres esquematizados, y quizás por esto no se resintiera tanto, pues ya estaba hecho puré.
El patético esbozo de lo que fueran personalidades definidas y satisfechas vagaba ahora errátil.
Sin embargo, el organismo aún tenía mucho que padecer.
Entre filfas alimenticias, se vio sometido a la ingesta sistemática y constante de todo tipo de químicos, grasas, aceites de coco y palma, y sal como para llorar estalactitas y mear rocas.
El cuerpo claudicaba y por el contrario, el monstruo en que se había convertido el fast-food se acrecentaba por instantes.
Pronto, gracias al sometimiento intelectual y el agotamiento físico, se convirtió en un burdo tirano para aquellos quienes le crearon, y campaba a sus anchas sembrando el caos a diestro y siniestro mediante la manteca hirviendo y las bebidas ultra edulcoradas.
Los recursos que los humanos habían invertido en alimentar a la criatura para que a su vez les alimentase, como las hectáreas de terreno antaño selvático en América, las enormes cantidades de energía aplicadas a la refrigeración y conservación de las grasas, el sacrificio de las antiguas dietas y tradiciones o el gravoso tiempo invertido en convencerse de que era el camino a seguir dada su praxis a priori incuestionable, ahora eran expelidos por el monstruo en forma de saña y sorna.
La lipo-brutalidad se agigantaba y conquistaba cada vez más territorio, su paso implacable dejaba la huella de la obesidad infantil, el desequilibrio nutricional y las toneladas de residuos de espinosa biodegradación.
Devino en paradoja que la humanidad fuese devorada por aquello que devoraban ellos antes, bajo el nombre de “comida”, que no era sino una piadosa hipálage.
Y así, condenada a morir sepultada bajo las toneladas de antiapelmazantes, colorantes, estabilizantes, conservantes y aditivos en general, la raza humana se empequeñecía, y se iba a la mierda.
Pero aún guardaba una última lección de instinto de supervivencia la agonizante naturaleza, y sucedió que los sistemas cardiovasculares decidieron desvincularse de los imbéciles de los humanos y sus cerebros ya inservibles.
¿Cómo podían pensar y decidir con autonomía los corazones? Pues seria consecuencia de que el cerebro a esas alturas ya poseía la misma capacidad cognitiva que los pelos de la nariz, pero no tratamos las causas, sino las consecuencias del giro anatómico propiciado por el avance mortal de la bestia sebosa.
En definitivas cuentas, aquellos órganos, entre arritmias galopantes y renunciando a bombear más grasa saturada a la plastilina que tenían por vecino de arriba en los organismos humanos, proclamaron su independencia.
Y no fue fácil, nada fácil escapar de aquellas prisiones grasientas. Estaban muy débiles tras la ingesta prolongada de tanta basura industrial. No sin taquicardias resultantes de la ansiedad, y entre mordiscos desgarradores que buscaban el menor resquicio por el que atravesar las costillas pudieron dejar atrás el que hubiese sido su ataúd de no haber actuado a tiempo.
Algunos otros lo consiguieron ascendiendo. Esto produjo escenas sorprendentes, pues iban las personas a regurgitar, como hacían de manera rutinaria a raíz de sus costumbres alimenticias, cuando de repente sentían como un órgano se abría paso a empujones y patadas por sus gargantas. Vomitar el corazón no era agradable, pero menos agradable era para el pobre corazón caer en el retrete entre mil fluidos difluidos con regusto a coca-cola, aunque siempre era mas agradable estar entre la mierda que dentro de las personas.
Otros optaron por apostar por la fuerza de gravedad, e hicieron el camino inverso.
También más de unx se sorprendió de haber cagado su corazón, aunque la verdad, la mayoría de las ocasiones eran cadáveres cuando los corazones lograban su cometido de cualquiera de los modos. Sólo unxs cuantxs tuvieron el dudoso honor de contemplar el resultado de su afición por deglutir basura, de ser espectadores de la rebeldía de sus vísceras ante la apatía de su criterio.
Al final, el balance de la epopeya cardiovascular fue el previsto.
Millones de cuerpos yacían inertes por los suelos, mutilados desde dentro y con un extraño material untuoso de un color brillante (que para nada se asemejaba al gris) deslizándose entre las malezas de sus orejas sordas para siempre. Seborrea escapista.
De entre estas colinas cadavéricas que ahora ornamentaban el horizonte urbano, asomaba la bestia de ácidos grasos y glicerina, arrasando con su poder hipercalórico.
Muchos corazones cayeron derrotados tras no aclimatarse a las condiciones externas y estos se libraron de la última venganza del tirano, otros huían despavoridos entre sístoles y diástoles indignas y llorosas, aunque consiguieron refugiarse y sobrevivir un tiempo mediante astutas tretas.
Los más decididos, hicieron acopio de todo el coraje que no demostraron sus dueñ=s en su día, y haciendo de tripas corazón, trazaron planes de resistencia ante la tiranía sebácea.
Hicieron trincheras con las cajas torácicas en las que habían vivido tanto tiempo y desde allí se enfrentaron valerosamente al monstruo armados con lavavajillas que en realidad no eran para tanto como prometían.
No se sabe quien ganó, pero se entiende que los corazones acabaron sucumbiendo entre infartos y excesos lípidos. Con todo, tal vez el monstruo resbaló en algún charco aceitoso y se desnucó a su vez, uno nunca sabe.

sábado, 15 de mayo de 2010

Vandellós vanejà






Maribel treballava com a recepcionista en un hotel. Llarguíssimes jornades de falsos somriures per a desconeguts. Valorava la seva feina i per això parava especial atenció a la seva imatge. Aquest fou precisament el motiu de que aconseguís conservar la seva llustrosa cabellera. Les quantitats obscenes de químics que havia anat vessant sobre la mateixa l’havien fet resistent a la pluja de plutoni, tot just com va passar amb el vestit del seu marit.De la resta del seu cos no se’n va salvar gaire.Li va brotar una mamella al cap, de la qual en Quimet solia penjar-se amb les seves aberrants genives. No podia parar de mirar-se-la, encara que només amb l’ull dret. L’esquerre vivia pendent de la que li quedava intacta al tors, i és aquest el motiu pel qual sempre mirava dalt i baix alhora, en una dualitat que poc tenia a veure amb clamar al cel tocant de peus a terra. Eren només anomalies post nuclears.
A diferència del d’en Marcel, el seu coll es convertí en un desnerit tub que amb prou feines podia sostenir el pes del seu crani, i encara menys després que emergís la “cefalo-teta”.
Això feia que el seu cap ballés dibuixant òrbites impossibles, i entre aquests moviments i els seus ulls estràbics sempre semblava a punt de perdre el seny.
El seu apetit sexual també es va veure afectat per la sobreexposició a l’urani enriquit, i ara gaudia una barbaritat introduint-se cactus (als quals prèviament havia tret les espines, això sí) per l’anus mentre en Marcel li clavava les seves dues tranques simultàniament i li estimulava el mugró del pit amb els seus peus abdominals. Era aquest un passatemps molt més noble que el del seu marit amb la puta TV després de tot.
Una vegada es va menjar un grà de blat torrat, un kiko, i aquest va mutar dins seu. Quan el kiko es va sentir preparat va sortir al món per la força, esmicolant el ventre de porcellana de la Maribel, i així es com en Quimet va tenir súbitament un germanet.
Encara arrossega els òrgans que varen quedar penjant un cop conclosa la cesària espontània, i el Marcel diu que li recorden als jardins de Babilònia.

El Marcel és un home de 43 anys aficionat al Nàstic. Tenia una feina com a executiu en una empresa de compreses, i de pressa sempre en portava.
A partir del desolador soscaire atòmic, començà a veure els partits del seu equip amb un sol ull, això sí, gegantí i desmesurat. 
Té serioses dificultats per fer la digestió, perquè els aliments se li embussen en el quilomètric recorregut que separa la seva boca dels seus budells. La seva enrevessada tràquea no facilita gens cap mena d’ingesta, i hi ha qui diu que l’ull el va perdre intentant empassar saliva al arreplegar valor per satisfer una tarda boja de la Maribel.
El seu vestit d’executiu sotmès a la rutina va quedar intacte tot i el percaç (això demostra quant naturals eren els materials dels que estava fet), però tot i així no va resistir l’empenta de les extremitats que una tarda brollaren del seu abdomen i que van acabar per convertir-se en un apèndix antropomòrfic més. Ara ja ho té per mà i gaudeix més rebent copets a les natges d’aquest annex que a les seves pròpies.
Quan es concentra massa part del seu cervell es liqua i per poder resoldre tal circumstància el seu crani desenvolupà una mandíbula que vomita la mielina fosa, però que tanmateix busca el seu propi manteniment caçant mosques i tota mena de criatures apocalíptiques. És per això que no li agrada resoldre mots encreuats a l’estiu, doncs la boca cranial no pot estar en tot.
Generalment en aquestes situacions opta per desconnectar del tot de les seves reflexions radioactives, i per abstreure’s de l’exercici de rumiar, es deixa endur per la puta TV, deixant anar d’aquesta manera el timó.
És molt amic d’aquesta inactiva activitat, encara que el Quimet, enmig d’un atac de violència i disputant-se una mosca de quilo i mig amb la aberració del seu crani, li va posar en una ocasió la puta TV com a barret.
La seva llengua bífida penja d’un raspall de wàter orgànic.

En Quimet ja era prou entremaliat per no dir fill de puta abans de la devastació radioactiva, i aquesta no va fer més que empitjorar-ho dràsticament. El marrec, acostumat a lligar llaunes a les cues dels gossos, ara s’ho passa teta escopint mocs àcids per allà on va.
També gaudeix com un posés fregant-se els ous, amb una urpa per davant i l’altra per darrere, doncs li varen sortir quatre més i ara en té mitja dotzena.
Li va caure tot el pèl, amb una precoç alopècia mutant, però també és cert que li va sortir molt més a l’esquena, i quan se li emboliquen els mocs al dors ho passa prou malament la criatura.
Al gos continua lligant-li llaunes, però com va ser fulminat per l’ona expansiva el dia de la catàstrofe, ara és més aviat un element ornamental, i no li fa tanta gràcia a en Quimet veure les llaunes romandre immòbils. De totes maneres riu posant-li abrics confeccionats amb pèls que li cauen de l’esquena quan té dies de fúria. Aquests dies també els aprofita per destruir els electrodomèstics que té a casa, i de fet així és com li va incrustar la puta TV al crani al Marcel.
Les seves dents no desaparegueren per culpa del plutoni, desaparegueren a causa de les seves viscerals mostres de ràbia, com tot just mossegar els marcs de les portes. El que si va aconseguir el plutoni va ser deformar les seves genives grollerament.

Joan, el nen kiko, doncs no és més que això, un kiko vingut a més gràcies a maquiavèl·liques mutacions pròpies del caos genètic.
Sort en va tenir de que Maribel no el mastegués gaire, ja que li hauria costat molt més travessar la placenta pel seu compte essent un puré, per més endiastrat que fos.
Li agrada perfilar les seves dents metàl·liques i ho fa mossegant els budells que en surten de la panxa de la mare.
De fet sovint es veu arrossegat pel cordó umbilical que va desenvolupar miraculosament i que encara penja de la seva mare i els manté units. Tot i que qualsevol dia el desfarà mitjançant una mossegada que esquitxarà fins a son pare.

De la iguana i el veí poca cosa es pot dir. El veí els visitava la tarda de la infàmia nuclear i no va sobreviure a la mateixa, i la iguana es va convidar ella mateixa a can Montoliu, i allà es va quedar, menjant cuques gegantines i pixant colònies de tots colors.

Totes aquestes extravagants mutacions que ha patit la família Montoliu podien haver estat evitades si haguessin triat anar a viure al mig del Montseny en comptes de al costat d’una central nuclear, però es decantaren per Vandellós, i allò resultà ser perillós.
Tot i que no deixen de ser una típica família catalana de la zona al 2022.





domingo, 9 de mayo de 2010

Lúpulo pupilar pluvial

Ante todo, cabe tener en consideración que este tipo de habilidad es innata, mas sin dedicación constante no son accesibles sus máximas cotas.

Primero, hay que nacer con cierta tendencia al birrismo. Es más, para ir bien, habría que golpear a nuestra madre la primera vez que con cariño maternal nos ofrece el pecho, y demostrarle que si lloramos es únicamente porque estamos avid=s de cerveza fría.
Y Armando no sólo actuó con tal contundencia al llegar al mundo, sino que a posteriori consagró su vida entera al dorado líquido.

Mucho le deben algunas familias otrora paupérrimas, que nunca vieron recompensada su labor como recolectoras de cebada mas que con punzadas lumbares, pues apareció él y se multiplicó por trescientos la demanda de sus cereales. Ahora nadan en la abundancia y atan los perros con longanizas.
Llegó incluso a editar una oda de quince tomos que llevaba por título: “No diga cerveza, diga maná”, en la que aseguraba, beodo al límite, que añadir el elemento de la diversión a una bebida de por si compuesta por la maravillosa combinación de agua con cereales, debía ser el capricho de algún sapientísimo Dios para compensar a la humanidad por todos los tormentos a los que la sometían sus compañerxs de oficio.
El infame ensayo no tuvo mucho éxito, pero al menos le aportó el capital necesario para satisfacer uno de sus delirios oníricos más perseguidos: llenarse una piscina con cerveza.
Puede parecer una gilipollez, pero para él era la razón de existir. A fin de cuentas, ¿para que conformarse con un mísero barril que no resiste tres de sus envites?
Se le ocurrió que podría incorporar a su gigantesco recipiente una barra, con sus taburetes sumergidos y demás, que era una pijada que había visto en series horteras de televisión. Así, cuando se cansase de chapotear entre la espuma amarga, podría acudir a servirse una pinta para reposar un poco y retomar fuerzas.
Dicho y hecho, terminó por construir su ambicioso vicioso proyecto, y alegre como era él, se tiró de cabeza por primera vez a su ecuórea charca etílica.
Sus primeros chapuzones, entre celebrantes y cenestésicos, fueron de pura comunión con el cosmos, de un reencuentro espiritual que le hizo pasar por todos los estadios de la felicidad humana.
Poco después, en aquel mismo enclave sagrado, ofreció una fiesta a la que fuimos invitadxs ilustres y reputadxs cervecerxs de los confines terrestres, y allí, por enésima vez, volvió a dar muestras de su profunda sensibilidad.

Y es que con haber sustituido la sangre que inunda las arterias por cerveza no es suficiente. No basta con la rareza de poseer “birroglobina“, compuesta por glóbulos dorados dopados.
Para poder llegar a llorar cerveza es muy importante poseer además una sensibilidad sobrehumana. Y él la posee.
Una persona con su enorme capacidad de absorber sentimientos (como si fuesen birra, huelga decir), capaz de interiorizar los fugaces destellos de emoción que percibe en las más inanes situaciones, necesita la facultad de dar rienda suelta a su interior. Y su interior, como todo el mundo sabe, es cerveza.
Es la pescadilla que se muerde la cola.
Así, realiza efusivas y entusiastas muestras de amor incondicional hacia su morena y su rubia, conocidas por doquier como Guinness y Estrella, respectivamente, entre genuflexiones y cánticos alzados a las criaturas celícolas como muestra de gratitud por las bebidas terrenales.
Tras la ingesta de algunos kilolitros, su júbilo se dispara, porque la verdad es que la cerveza le hace feliz al puñetero, y explota entre plañidos de puro “maná”, Armando dixit.
No quiere kleenex, ni quiere fregonas. No quiere ni oír hablar de limpiar los regueros que provoca.
Sólo quiere que sus amigxs estén cerca, y a poder ser, que beban tras de él, o al menos que hagan lo posible por evitar que el preciado líquido llegue a contactar con el suelo, por evitarse tener que lamerlo.

La siguiente instantánea, que se erige en el mejor ejemplo de su facultad, fue realizada en una tarde cualquiera de esas en que se reúne con sus allegadxs para practicar algo de deporte.
Ell=s practican deporte y él mientras tanto se retira a la barra del bar más próximo a ponerse ciego, hasta que no lo soporta más y llora de la emoción.
Entonces, y sólo entonces, corre por el césped del campo como un poseso, pretiriendo las desdichas mundanales y explayándose en eufóricos llantos ebrios, mientras sus amigxs corretean detrás, jarras en alto, haciendo lo posible por rescatar cuanta más birra mejor.