jueves, 24 de junio de 2010

Todo es muy difícil antes de ser sencillo.




Era un hombre desalentado.

Era un hombre desalentado. Vivía hacinado en un estrecho sótano con una ventana que daba a los pies de la gente.

Era un hombre desalentado. Vivía hacinado en un estrecho sótano con una ventana que daba a los pies de la gente. Sus ropas eran harapientas.

Era un hombre desalentado. Vivía hacinado en un estrecho sótano con una ventana que daba a los pies de la gente. Sus ropas eran harapientas. Le molestaba profundamente ver gente.

Era un hombre desalentado. Vivía hacinado en un estrecho sótano con una ventana que daba a los pies de la gente. Sus ropas eran harapientas. Le molestaba profundamente ver gente. Se sentía incapaz de pensar con valentía en el futuro.

Era un hombre desalentado. Vivía hacinado en un estrecho sótano con una ventana que daba a los pies de la gente. Sus ropas eran harapientas. Le molestaba profundamente ver gente. Se sentía incapaz de pensar con valentía en el futuro. Pasaba las horas muertas viendo la puta televisión.

Era un hombre desalentado. Vivía hacinado en un estrecho sótano con una ventana que daba a los pies de la gente. Sus ropas eran harapientas. Le molestaba profundamente ver gente. Se sentía incapaz de pensar con valentía en el futuro. Pasaba las horas muertas viendo la puta televisión. No tenía amigxs que sobreactuasen como lxs de las series americanas.

Era un hombre desalentado. Vivía hacinado en un estrecho sótano con una ventana que daba a los pies de la gente. Sus ropas eran harapientas. Le molestaba profundamente ver gente. Se sentía incapaz de pensar con valentía en el futuro. Pasaba las horas muertas viendo la puta televisión. No tenía amigxs que sobreactuasen como lxs de las series americanas. Nunca le llegaba el dinero para satisfacer el impulso consumista que le inculcaban los anuncios.

Era un hombre desalentado. Vivía hacinado en un estrecho sótano con una ventana que daba a los pies de la gente. Sus ropas eran harapientas. Le molestaba profundamente ver gente. Se sentía incapaz de pensar con valentía en el futuro. Pasaba las horas muertas viendo la puta televisión. No tenía amigxs que sobreactuasen como lxs de las series americanas. Nunca le llegaba el dinero para satisfacer el impulso consumista que le inculcaban los anuncios. Sus días eran asfixiantemente similares, era preso de la monotonía.

Era un hombre desalentado. Vivía hacinado en un estrecho sótano con una ventana que daba a los pies de la gente. Sus ropas eran harapientas. Le molestaba profundamente ver gente. Se sentía incapaz de pensar con valentía en el futuro. Pasaba las horas muertas viendo la puta televisión. No tenía amigxs que sobreactuasen como lxs de las series americanas. Nunca le llegaba el dinero para satisfacer el impulso consumista que le inculcaban los anuncios. Sus días eran asfixiantemente similares, era preso de la monotonía. Sus cortinas negras impedían a lxs transeúntes entrometerse en su lúgubre soledad.

Era un hombre desalentado. Vivía hacinado en un estrecho sótano con una ventana que daba a los pies de la gente. Sus ropas eran harapientas. Le molestaba profundamente ver gente. Se sentía incapaz de pensar con valentía en el futuro. Pasaba las horas muertas viendo la puta televisión. No tenía amigxs que sobreactuasen como lxs de las series americanas. Nunca le llegaba el dinero para satisfacer el impulso consumista que le inculcaban los anuncios. Sus días eran asfixiantemente similares, era preso de la monotonía. Sus cortinas negras impedían a lxs transeúntes entrometerse en su lúgubre soledad. Consideraba a los animales un engorro.

Era un hombre desalentado. Vivía hacinado en un estrecho sótano con una ventana que daba a los pies de la gente. Sus ropas eran harapientas. Le molestaba profundamente ver gente. Se sentía incapaz de pensar con valentía en el futuro. Pasaba las horas muertas viendo la puta televisión. No tenía amigxs que sobreactuasen como lxs de las series americanas. Nunca le llegaba el dinero para satisfacer el impulso consumista que le inculcaban los anuncios. Sus días eran asfixiantemente similares, era preso de la monotonía. Sus cortinas negras impedían a lxs transeúntes entrometerse en su lúgubre soledad. Consideraba a los animales un engorro. Se reprochaba sus fracasos.

Era un hombre desalentado. Vivía hacinado en un estrecho sótano con una ventana que daba a los pies de la gente. Sus ropas eran harapientas. Le molestaba profundamente ver gente. Se sentía incapaz de pensar con valentía en el futuro. Pasaba las horas muertas viendo la puta televisión. No tenía amigxs que sobreactuasen como lxs de las series americanas. Nunca le llegaba el dinero para satisfacer el impulso consumista que le inculcaban los anuncios. Sus días eran asfixiantemente similares, era preso de la monotonía. Sus cortinas negras impedían a lxs transeúntes entrometerse en su lúgubre soledad. Consideraba a los animales un engorro. Se reprochaba sus fracasos. Consideraba que nadie podría quererle jamás.

Era un hombre desalentado. Vivía hacinado en un estrecho sótano con una ventana que daba a los pies de la gente. Sus ropas eran harapientas. Le molestaba profundamente ver gente. Se sentía incapaz de pensar con valentía en el futuro. Pasaba las horas muertas viendo la puta televisión. No tenía amigxs que sobreactuasen como lxs de las series americanas. Nunca le llegaba el dinero para satisfacer el impulso consumista que le inculcaban los anuncios. Sus días eran asfixiantemente similares, era preso de la monotonía. Sus cortinas negras impedían a lxs transeúntes entrometerse en su lúgubre soledad. Consideraba a los animales un engorro. Se reprochaba sus fracasos. Consideraba que nadie podría quererle jamás. A menudo compraba whisky para ignorar su situación con facilidad.

Era un hombre desalentado. Vivía hacinado en un estrecho sótano con una ventana que daba a los pies de la gente. Sus ropas eran harapientas. Le molestaba profundamente ver gente. Se sentía incapaz de pensar con valentía en el futuro. Pasaba las horas muertas viendo la puta televisión. No tenía amigxs que sobreactuasen como lxs de las series americanas. Nunca le llegaba el dinero para satisfacer el impulso consumista que le inculcaban los anuncios. Sus días eran asfixiantemente similares, era preso de la monotonía. Sus cortinas negras impedían a lxs transeúntes entrometerse en su lúgubre soledad. Consideraba a los animales un engorro. Se reprochaba sus fracasos. Consideraba que nadie podría quererle jamás. A menudo compraba whisky para ignorar su situación con facilidad. Juzgaba a las personas por su aspecto o incluso por su dinero.

Era un hombre desalentado. Vivía hacinado en un estrecho sótano con una ventana que daba a los pies de la gente. Sus ropas eran harapientas. Le molestaba profundamente ver gente. Se sentía incapaz de pensar con valentía en el futuro. Pasaba las horas muertas viendo la puta televisión. No tenía amigxs que sobreactuasen como lxs de las series americanas. Nunca le llegaba el dinero para satisfacer el impulso consumista que le inculcaban los anuncios. Sus días eran asfixiantemente similares, era preso de la monotonía. Sus cortinas negras impedían a lxs transeúntes entrometerse en su lúgubre soledad. Consideraba a los animales un engorro. Se reprochaba sus fracasos. Consideraba que nadie podría quererle jamás. A menudo compraba whisky para ignorar su situación con facilidad. Juzgaba a las personas por su aspecto o incluso por su dinero. Y una mañana en que salió a comprar una botella, un bebé le sonrió.

Era un hombre desalentado. Vivía hacinado en un estrecho sótano con una ventana que daba a los pies de la gente. Sus ropas eran harapientas. Le molestaba profundamente ver gente. Se sentía incapaz de pensar con valentía en el futuro. Pasaba las horas muertas viendo la puta televisión. No tenía amigxs que sobreactuasen como lxs de las series americanas. Nunca le llegaba el dinero para satisfacer el impulso consumista que le inculcaban los anuncios. Sus días eran asfixiantemente similares, era preso de la monotonía. Sus cortinas negras impedían a lxs transeúntes entrometerse en su lúgubre soledad. Consideraba a los animales un engorro. Se reprochaba sus fracasos. Consideraba que nadie podría quererle jamás. A menudo compraba whisky para ignorar su situación con facilidad. Juzgaba a las personas por su aspecto o incluso por su dinero. Y una mañana en que salió a comprar una botella, un bebé le sonrió. Y pensó “criatura, si supieras que sólo vivirás una vez, no consentirías llegar a mi situación”.

Era un hombre desalentado. Vivía hacinado en un estrecho sótano con una ventana que daba a los pies de la gente. Sus ropas eran harapientas. Le molestaba profundamente ver gente. Se sentía incapaz de pensar con valentía en el futuro. Pasaba las horas muertas viendo la puta televisión. No tenía amigxs que sobreactuasen como lxs de las series americanas. Nunca le llegaba el dinero para satisfacer el impulso consumista que le inculcaban los anuncios. Sus días eran asfixiantemente similares, era preso de la monotonía. Sus cortinas negras impedían a lxs transeúntes entrometerse en su lúgubre soledad. Consideraba a los animales un engorro. Se reprochaba sus fracasos. Consideraba que nadie podría quererle jamás. A menudo compraba whisky para ignorar su situación con facilidad. Juzgaba a las personas por su aspecto o incluso por su dinero. Y una mañana en que salió a comprar una botella, un bebé le sonrió. Y pensó “estoy tan vivo como él, ¿porque demonios me preocupo tanto?”.

Y entonces, con absoluta calma se replanteó su vida...

Era un hombre desalentado. Vivía hacinado en un estrecho sótano con una ventana que daba a los pies de la gente. Sus ropas eran harapientas. Le molestaba profundamente ver gente. Se sentía incapaz de pensar con valentía en el futuro. Pasaba las horas muertas viendo la puta televisión. No tenía amigxs que sobreactuasen como lxs de las series americanas. Nunca le llegaba el dinero para satisfacer el impulso consumista que le inculcaban los anuncios. Sus días eran asfixiantemente similares, era preso de la monotonía. Sus cortinas negras impedían a lxs transeúntes entrometerse en su lúgubre soledad. Consideraba a los animales un engorro. Se reprochaba sus fracasos. Consideraba que nadie podría quererle jamás. A menudo compraba whisky para ignorar su situación con facilidad. Juzgaba a las personas por su aspecto o incluso por su dinero. Y una mañana salió a la calle, sonrió a un bebé, y decidió comprarse unas manzanas.

Era un hombre desalentado. Vivía hacinado en un estrecho sótano con una ventana que daba a los pies de la gente. Sus ropas eran harapientas. Le molestaba profundamente ver gente. Se sentía incapaz de pensar con valentía en el futuro. Pasaba las horas muertas viendo la puta televisión. No tenía amigxs que sobreactuasen como lxs de las series americanas. Nunca le llegaba el dinero para satisfacer el impulso consumista que le inculcaban los anuncios. Sus días eran asfixiantemente similares, era preso de la monotonía. Sus cortinas negras impedían a lxs transeúntes entrometerse en su lúgubre soledad. Consideraba a los animales un engorro. Se reprochaba sus fracasos. Consideraba que nadie podría quererle jamás. A menudo compraba whisky para ignorar su situación con facilidad. Sentía un acuciante afán por comprender las motivaciones de las personas y la necesidad de ayudar a las necesitadas.

Era un hombre desalentado. Vivía hacinado en un estrecho sótano con una ventana que daba a los pies de la gente. Sus ropas eran harapientas. Le molestaba profundamente ver gente. Se sentía incapaz de pensar con valentía en el futuro. Pasaba las horas muertas viendo la puta televisión. No tenía amigxs que sobreactuasen como lxs de las series americanas. Nunca le llegaba el dinero para satisfacer el impulso consumista que le inculcaban los anuncios. Sus días eran asfixiantemente similares, era preso de la monotonía. Sus cortinas negras impedían a lxs transeúntes entrometerse en su lúgubre soledad. Consideraba a los animales un engorro. Se reprochaba sus fracasos. Consideraba que nadie podría quererle jamás. No estaba dispuesto a desperdiciar ni un solo instante sin vivir su realidad con intensidad.

Era un hombre desalentado. Vivía hacinado en un estrecho sótano con una ventana que daba a los pies de la gente. Sus ropas eran harapientas. Le molestaba profundamente ver gente. Se sentía incapaz de pensar con valentía en el futuro. Pasaba las horas muertas viendo la puta televisión. No tenía amigxs que sobreactuasen como lxs de las series americanas. Nunca le llegaba el dinero para satisfacer el impulso consumista que le inculcaban los anuncios. Sus días eran asfixiantemente similares, era preso de la monotonía. Sus cortinas negras impedían a lxs transeúntes entrometerse en su lúgubre soledad. Consideraba a los animales un engorro. Se reprochaba sus fracasos. Consideraba que no había nadie a quien no pudiese querer.

Era un hombre desalentado. Vivía hacinado en un estrecho sótano con una ventana que daba a los pies de la gente. Sus ropas eran harapientas. Le molestaba profundamente ver gente. Se sentía incapaz de pensar con valentía en el futuro. Pasaba las horas muertas viendo la puta televisión. No tenía amigxs que sobreactuasen como lxs de las series americanas. Nunca le llegaba el dinero para satisfacer el impulso consumista que le inculcaban los anuncios. Sus días eran asfixiantemente similares, era preso de la monotonía. Sus cortinas negras impedían a lxs transeúntes entrometerse en su lúgubre soledad. Consideraba a los animales un engorro. Reflexionaba sobre sus fracasos y los consideraba éxitos de instrucción.

Era un hombre desalentado. Vivía hacinado en un estrecho sótano con una ventana que daba a los pies de la gente. Sus ropas eran harapientas. Le molestaba profundamente ver gente. Se sentía incapaz de pensar con valentía en el futuro. Pasaba las horas muertas viendo la puta televisión. No tenía amigxs que sobreactuasen como lxs de las series americanas. Nunca le llegaba el dinero para satisfacer el impulso consumista que le inculcaban los anuncios. Sus días eran asfixiantemente similares, era preso de la monotonía. Sus cortinas negras impedían a lxs transeúntes entrometerse en su lúgubre soledad. Consideraba a los animales seres cariñosos y leales, compañeros de viaje.

Era un hombre desalentado. Vivía hacinado en un estrecho sótano con una ventana que daba a los pies de la gente. Sus ropas eran harapientas. Le molestaba profundamente ver gente. Se sentía incapaz de pensar con valentía en el futuro. Pasaba las horas muertas viendo la puta televisión. No tenía amigxs que sobreactuasen como lxs de las series americanas. Nunca le llegaba el dinero para satisfacer el impulso consumista que le inculcaban los anuncios. Sus días eran asfixiantemente similares, era preso de la monotonía. Su ventana fue abierta de par en par, y la luz resplandecía sobre los nuevos colores de sus paredes.

Era un hombre desalentado. Vivía hacinado en un estrecho sótano con una ventana que daba a los pies de la gente. Sus ropas eran harapientas. Le molestaba profundamente ver gente. Se sentía incapaz de pensar con valentía en el futuro. Pasaba las horas muertas viendo la puta televisión. No tenía amigxs que sobreactuasen como lxs de las series americanas. Nunca le llegaba el dinero para satisfacer el impulso consumista que le inculcaban los anuncios. Sus días se componían de pequeños matices únicos que le alegraba sobremanera percibir.

Era un hombre desalentado. Vivía hacinado en un estrecho sótano con una ventana que daba a los pies de la gente. Sus ropas eran harapientas. Le molestaba profundamente ver gente. Se sentía incapaz de pensar con valentía en el futuro. Pasaba las horas muertas viendo la puta televisión. No tenía amigxs que sobreactuasen como lxs de las series americanas. Nunca necesitaba dinero con urgencia para satisfacer su creatividad, su curiosidad, su sensibilidad o su afecto.

Era un hombre desalentado. Vivía hacinado en un estrecho sótano con una ventana que daba a los pies de la gente. Sus ropas eran harapientas. Le molestaba profundamente ver gente. Se sentía incapaz de pensar con valentía en el futuro. Pasaba las horas muertas viendo la puta televisión. Tenía millones de amigxs, únicxs, que correspondían agradecidxs a su sinceridad incondicional.

Era un hombre desalentado. Vivía hacinado en un estrecho sótano con una ventana que daba a los pies de la gente. Sus ropas eran harapientas. Le molestaba profundamente ver gente. Se sentía incapaz de pensar con valentía en el futuro. Perdía la noción del tiempo zambulléndose en las profundidades de libros y cuadros de toda índole.

Era un hombre desalentado. Vivía hacinado en un estrecho sótano con una ventana que daba a los pies de la gente. Sus ropas eran harapientas. Le molestaba profundamente ver gente. Se sentía empujado a experimentar el presente con valentía y nobleza.

Era un hombre desalentado. Vivía hacinado en un estrecho sótano con una ventana que daba a los pies de la gente. Sus ropas eran harapientas. Le encantaba observar al prójimo y compartir sus sensaciones y sentimientos con él.

Era un hombre desalentado. Vivía hacinado en un estrecho sótano con una ventana que daba a los pies de la gente. Sus ropas poco importaban pues la magnitud de sus riquezas era intangible y ajena a la pueril estética.

Era un hombre desalentado. Vivía expandiendo su percepción y su conciencia, hasta el punto de sentirse al aire libre y liberado con sólo cerrar los ojos.



¿Era un hombre desalentado? Vivía expandiendo su percepción y su conciencia, hasta el punto de sentirse al aire libre y liberado con sólo cerrar los ojos. Sus ropas poco importaban pues la magnitud de sus riquezas era intangible y ajena a la pueril estética. Le encantaba observar al prójimo y compartir sus sensaciones y sentimientos con él. 
Se sentía empujado a experimentar el presente con valentía y nobleza. Perdía la noción del tiempo zambulléndose en las profundidades de libros y cuadros de toda índole. Tenía millones de amigxs, únicxs, que correspondían agradecidxs a su sinceridad incondicional. Nunca necesitaba dinero con urgencia para satisfacer su creatividad, su curiosidad, su sensibilidad o su afecto. Sus días se componían de pequeños matices únicos que le alegraba sobremanera percibir. Su ventana fue abierta de par en par, y la luz resplandecía sobre los nuevos colores de sus paredes. Consideraba a los animales seres cariñosos y leales, compañeros de viaje.  Reflexionaba sobre sus fracasos y los consideraba éxitos de instrucción. Consideraba que no había nadie a quien no pudiese querer. No estaba dispuesto a desperdiciar ni un solo instante sin vivir su realidad con intensidad. Sentía un acuciante afán por comprender las motivaciones de las personas y la necesidad de ayudar a las necesitadas. Y una mañana salió a la calle, sonrió a un bebé, y decidió comprarse unas manzanas.

Era el mismo hombre, un tipo feliz.














viernes, 18 de junio de 2010

Los árboles no les dejan ver el bosque.



En otra de las mañanas desbordadas por la pesadumbre que conformaban su rutina diaria, Arnau dedicaba juramentos impropios de un niño de ocho años al despertador.
Sus padres le veían aquel ratito durante la mañana y poco más, pues eran victimas del esclavismo laboral. Pero era lo suficiente para darle por culo, asegurándose de que le garantizaban un puesto el día de mañana en el esclavismo laboral a él también. No tenían mala intención, ni puta idea tampoco.

Así que ahí estaba él, tan acompañado como solo, enojado, peleándose con el uniforme del colegio otra vez. El maldito uniforme del maldito colegio.

En realidad allí a ratos se lo pasaba bien. Pese a que el profesorado se empecinaba en adoctrinarle,  hallaba cierto consuelo cada día a la misma hora. En el patio, dada su poca predisposición a sumergirse en los mares del hipócrita protocolo social, que a esas edades empezaba a hacer sus pinitos, se escurría hasta un rincón tranquilo con algunos escalones, donde devoraba libros. Sumergirse entre las páginas de “La isla del tesoro” le reportaba sensaciones mucho más gratificantes que formar parte de corros discriminatorios hacía algún compañero desafortunado.
Pero ni por esas se sacudía de la exacerbación de la monotonía, y al acabar cada día aparecían en su mente espontáneas ideas de escapismo libertario, que progresivamente fueron adoptando forma.
Así llegó otra de aquellas mañanas pesarosas en la que armándose de valor y apelando a su libertad, fingió ir hasta el colegio, pero desvió su rumbo a medio camino.
Conocía aquellos parajes rurales hasta cierto punto, y cuando hubo sobrepasado sus propios límites, siguió avanzando, campo a través, un ratito más. Hasta adentrarse en la terra incognita.

En el pueblo se percataron de su ausencia más tarde que pronto pero enseguida se montó el revuelo, pues siempre era un aliciente que acaeciesen sucesos extraordinarios y morbosos. Las autoridades, incompetentes, nunca supieron ofrecer más que pesquisas estúpidas que giraban sobre si mismas. En el colegio se lavaban las manos. Lxs profesorxs se preocuparon por el “rarito” tanto como sus compañerxs; el tiempo que transcurrió hasta que les picó un mosquito o recordaron que debían devolver las películas al videoclub.
Su padre y su madre rompían en llanto impactadxs, y ajenxs a su parte de culpa. Y así estuvieron un tiempo hasta que se resignaron. Se consolaban pensando que le habían comprado muchas cosas, para ignorar así que no le habían hecho nunca puto caso. En cuestión de semanas, la novedad había pasado en el pueblo, y la familia de Arnau volvía a fichar en la fábrica, pues el empresario se pasaba los percances de su maquinaria orgánica por la bolsa de los huevos.

Arnau por aquel entonces había entrado tanto en el primer bosque que encontró que no sabía si había cambiado de país, eso le hacia creer su imaginación infantil nutrida por mil libros, de los que le acompañaban unos cuantos en su periplo.
Había estado zampando bayas, frutas e insectos, porque era un niño sin manías. Y tras los primeros compases en los que la soledad le atenazó algunos momentos se reconfortó sintiéndose libre por primera vez y así se reafirmó en su convicción.
Hubo caminado kilómetros cargados de descubrimientos entre el tupido bosque, cuando topó con un árbol como no había visto otro antes. Ni en los libros había leído nada similar.
Se erigía majestuoso por encima de los demás, y superados unos primeros instantes de respetuosa fascinación, decidió que aquel sería su hogar, pues sus anchas ramas bien ofrecían espacio para un cuerpo pequeño como el suyo.
Trepó jadeante con la lengua fuera durante un rato, hasta dar con un enclave que consideró idóneo. Y una vez allí, situado aún a una distancia relativa de la copa de aquel gigantesco árbol que nada tenía que envidiar al “General Sherman”, se tumbó y se durmió profundamente hasta perder la noción del tiempo.

Pasó semanas de comunión con aquel enorme ser, en las que aprendió muchas cosas útiles, y aún más importante, olvidó otras tantas inútiles. Vio corretear a sus pies y su vera infinidad de criaturas variopintas, de gesto apacible en su totalidad. Pájaros, ardillas, hurones, mofetas, conejos, y un sempiterno etcétera.
El transcurrir del tiempo se volvió intangible y anecdótico, y le fue preparando para su hermanamiento con la naturaleza.
Se le fueron quitando las ganas de nutrirse de insectos, porque se sentía agradecido por el cobijo que recibía, y encontró no lejos de allí un riachuelo de agua bastante limpia, lo que le hacía suponer que no había fábricas en aquella distante región que había alcanzado, aunque eso ya poco le importase.
Entabló amistad con algunos de los animales que a menudo le visitaban, y terminó por jugar al escondite y a la pídola con ellxs, y éste era, junto a las visitas al riachuelo, el único motivo por el que se separaba de su enorme hogar de ramas y hojas infinitas.
Cada día se abrazaba a él con mayor intensidad, se sentía a salvo bajo sus ramas cuando llovía o los días en que el sol incidía perpendicular e implacable sobre la zona.
Fue haciéndose “salvaje”, es decir, fue haciéndose persona, y pese a que los libros que leía mantenían su faceta civilizada activa, fue convirtiéndose en alguien sincero, atento, autosuficiente y alegre. Y también expandiendo a pasos agigantados los límites que siempre habían impuesto a su conciencia.
Cuando un día su percepción estuvo preparada, y sin él pretenderlo en ningún momento, de repente descubrió lo que oculta el mundo a los ojos del hombre superficial.
Y así fue como pudo hablar por vez primera con todo cuanto allí le rodeaba.

Primero sintió cierto pavor, que muy rápidamente sucumbió ante una extraña sensación de paz y plenitud, de armonía.
Por fin conoció a su hermano, el enorme árbol, quien pese a expresarse con escasos monosílabos le agradeció su compañía, fidelidad, cuidados y miles de abrazos. Resultó llamarse “Rutanagira”, aunque él mismo restaba trascendencia a tal circunstancia asegurando que somos quienes queremos, nos llamen como nos llamen.
Conoció a la ardilla pizpireta con la que solía jugar y al hurón tosco pero leal que a menudo le acompañaba al riachuelo.
El mundo y él eran uno y estaba vivo y radiante, y se preguntó si alguna vez habría llegado a entender mínimamente la existencia de haber continuado con su sombrío adoctrinamiento escolar, concebido con el objetivo de poner miles de trabas a su percepción y de hacerle dudar incesantemente de si mismo.

Ahora que era parte activa además de pasiva del bosque, del mundo y del todo, correteaba feliz por sus entrañas, soñaba a lomos de Rutanagira, y exploraba las capacidades de su mente, consiguiendo hacer cosas inconcebibles para la asquerosa sociedad del “progreso”, cosas peregrinas que no tiene sentido que describa aquí ahora.

Así que entre la elevación espiritual y su coexistencia respetuosa y amable, vivió mucho mejor que todos los millonarios del mundo, mejor que quienes habían conseguido concluir sus estudios con éxito, mejor que quienes ganaban competiciones deportivas en las que siempre hay perdedores, mejor que con todo el éxito mundanal en definitiva. Y esto duró un tiempo largo e intenso, aunque él se burlara de los conceptos “tiempo” o “largo”.


Pero el mundo seguía inevitablemente su curso lerdo ahí fuera.
Una mañana, en algún lugar no lejos de allí, a Bartolo, cincuentón de sesera bastante limitada, se le ocurrió que la solución a su fatiga física y emocional bien podría consistir en organizar una partida de caza con sus amigotes.
Siempre le relajaba asesinar impunemente y desde la distancia a criaturas indefensas, le hacía sentir cierta sensación de poder, en las antípodas de la debilidad que en realidad demostraba. Pero él no podía percatarse de ello.

Cuando hubo reunido a la panda de cretinos que se mostraron dispuestos a acompañarle, emprendieron su camino armados hasta las cejas, dispuestos a celebrar una nueva jornada de relajante masacre injusta.
Se adentraron en el bosque y decidieron seguir el curso de agua que encontraron al poco rato de caminar y que tenía visos de agrandarse conforme avanzaran. Así tendrían una referencia.

Caminaron partiendo ramas, hundiendo sus botas en las flores, abandonando chustas de caliqueño encendidas tras de sí, y provocando el temor entre muchas criaturas que si bien no conocían al humano, algo malo presagiaban ante su presencia.

Y no eran los únicos, pues el pequeño Arnau, a lo lejos, sintió un escalofrío perspicaz y miro a su amiga la ardilla un poco consternado.

La observaba, preguntándose a que se debía el estremecimiento de su cuerpo, planteándose si es que acaso podían correr algún tipo de peligro en aquellas profundidades forestales. Ella le correspondía moviendo los bigotes e instantes después de que sonara un atípico estruendo ya no tenía bigotes, ni cabeza. Lo que antes era su cráneo ahora era una especie de puré esparcido por la hojarasca. Su cuerpo inmóvil yacía en una postura imposible y para Arnau fueron segundos eternos.

Al fin pudo reaccionar y el instinto le empujó a huir. Uno podría pensar que siendo un niño estaba a salvo, pero es que Bartolo y su cuadrilla de valientes se habían atiborrado a carajillos de brandy, y desde luego, no distinguirían a su propia madre. Tanto estrés social habían sufrido los pobres.

Arnau corrió lo suficiente como para llegar, pálido del pánico, hasta el árbol que siempre le protegió.
Mientras ascendía con dificultad asiéndose a su corteza de cualquier manera, oyó a lo lejos un chillido desgarrador y que retumbó como mil despedidas precoces, espantando a todos los pájaros por allí reunidos.
Reconoció la voz de su amigo el hurón, el hurón tosco pero leal, y no creyó que aquella locura fuese a tener otro final que no fuese la aniquilación total de todas las criaturas que habitaban aquel lindo lugar.

El hurón había visto lo sucedido y no había podido evitar abalanzarse sobre el beodo criminal, más por evitar que prosiguiese en su afán de abrir fuego gratuitamente contra el resto de seres vivos que allí habían que movido por ningún sentimiento de venganza.
Pero un amante del deporte de la caza no entiende de este tipo de matices, y agarrándolo por la cabeza le había abierto en canal y volcado sus entrañas con un cuchillo de caza diseñado para liberar estrés también en las distancias cortas.

Arnau estaba enmudecido y a punto de alcanzar la meta de su frenética escalada, cuando también fue derribado. Un disparo le alcanzó en la columna, agarrotando sus extremidades y desplomándole unos cuantos metros hasta dar de bruces contra el suelo. El genio que había acertado no se permitió un instante para celebrarlo, pues extrañado por aquella criatura de tamaño medio, sucia y que trepaba trémula pero veloz, decidió rematarla y así no darle opción a levantarse enfurecida. Así, agazapado aún tras unos matorrales, disparó otra vez y le reventó la cabeza, incrustando parte de sus sesos en el tronco de Rutanagira, los cuales se deslizaban como una loción, y complementaban a la perfección la sangre que alcanzaba sus raíces. Y las extrañas lagrimas de aquella descomunal planta que ahora lloraba.

El “deportista” ebrio se sentía mucho más relajado ya, claro está, y se acercó satisfecho y curioso a comprobar la naturaleza de aquel extraño ser.
Su sorpresa le hizo  tener ganas de mearse encima al instante. No era mas que un niño, mugriento y con marcas extrañas en el cuerpo, pero un niño.
Se arrepintió enseguida, y no es que sintiera el peso de haber arrebatado una vida ajena por diversión, un auténtico profesional de la caza jamás sentiría algo así, sino que pensaba en las consecuencias legales que podía tener aquel súbito contratiempo. Perlaban su piel mil sudores fríos con solo imaginar una existencia tras los barrotes. Con lo bien que se estaba en el bosque.

Empezaba a tramar como deshacerse de aquel entuerto incluso antes de que sus compañeros advirtiesen lo sucedido, cuando ocurrió algo completamente fuera de lugar.

Rutanagira, que llevaba siglos comprendiendo la esencia y necesidad del perdón, sucumbió a sus impulsos y actuó como un ser primitivo. Con odio y rencor, y aún a sabiendas de que estaba a punto de asesinar una parte de su propio ser.
Movió una de sus poderosas ramas y con la misma engancho al infanticida aquel, “Manué” para más señas, y le elevó unos cuatro o cinco metros por encima del suelo.
El pobre necio se revolvía como un insecto, su quijada atenazada, y sus compañeros, que llevaban rato buscándole, asistieron impávidos a la surrealista escena sin entender nada. Sus borracheras les abandonaron de sopetón.

“Manué” aullaba de pánico, y esta vez sí orinó en sus pantalones.

El árbol le dedico la mirada vacía de quien no tiene nada que perder, y acto seguido, le puso cabeza abajo y le descendió tan violentamente como pudo hasta el suelo.

La columna de Manué parecía ahora un juego de Mikado, fragmentada en mil astillas y su cabeza simplemente había desaparecido.
El árbol se secó en apenas instantes, aunque a Rutanagira los ojos sin limitaciones pudieron verle escapar desconsolado del mismo unas décimas de segundo antes, y esa fue la última “muerte” de la jornada en aquel paraje.

La cuadrilla de valientes y heroicos deportistas, había huido estrepitosamente sin poder advertir nada, con expresión de haber visto el demonio en persona, y así llegaron al pueblo, más estresados de lo que habían salido. Eso es algo que días después pagarían sus mujeres, pero esa es otra historia.

Cuando relataron lo sucedido, pese a que a priori le tacharon de borrachos que habían perdido el juicio, se originó mucha curiosidad sensacionalista entre la comunidad, pues como ya dije antes, siempre era un aliciente que acaeciesen sucesos extraordinarios y morbosos.

Organizaron una patrulla, que armada otra vez hasta los dientes para poder repeler la ira del monstruo arbóreo se dirigió al lugar de los hechos sin dilación.
Al alcanzarlo, siguiendo el curso del riachuelo en base a las instrucciones de Bartolo y los suyos, pudieron comprobar como en efecto el cuerpo de “Manué” reposaba inerte, con la espalda llena de protuberancias y sin cabeza.
De los otros cuerpos no se supo nada, parecía que se los hubiese tragado la tierra. Tan sólo quedaba el del árbol, seco y apagado.

Empezaron a hacerse mil pesquisas estúpidas de nuevo, hasta que acordaron acusar a los cazadores por el asesinato de “Manué”, ya que su viuda jugó bien sus cartas y había visto la posibilidad de ingresar una buena cantidad tras lo sucedido.
Una vez postergada la resolución del caso a la desidia de la burocracia y la lenta parsimonia del inútil sistema judicial, aún hubo quien supo sacar un poco más de provecho de la situación.
Aprovechando la ingenuidad del pueblo supersticioso, consiguió reunir firmas para acabar con el árbol y en realidad con toda la zona, por aquello de ahuyentar a “los malos espíritus”.
Una vez hubo convencido a la masa con un discurso tendencioso y bastante deficiente, se hizo con la propiedad del terreno, y tras vender toda la madera que obtuvo terminó por montar allí un matadero, que hacia las veces de tapadera para sus negocios turbios de burgués corrupto.
En cuanto a Arnau, Rutanagira, la ardilla y el hurón, claro que están allí, y aquí, y en todas partes, pero a su manera.

Desde luego la humanidad no iba a consentir que fuesen libres y felices sin más, ni aún escondidos en las entrañas de un profundo bosque. Era sólo cuestión de tiempo que lo impidiese, y además con la indiferencia de quien aparta una mosca de su estúpido y limitado campo de visión.







martes, 15 de junio de 2010

La hipocresía del "Cristianismo". (por Gomita)



  Una vez yo también creí que la “salvación” vendría del cielo, y me evitaría una eternidad quemandome en lagos de azufre, con otras miles de “almas pecadoras”. ¿Por qué creí eso? ¿por qué ahora no lo creo? Quizás lo creí porque mis padres me lo dijeron. También me aseguraron que existía un señor de barba blanca y traje rojo, que si me portaba bien, como recompenza, a final de cada año, me premiaría con un regalo. También recuerdo una historia similar, en la que 3 señores llegaban en sus camellos a dejarme obsequios en mis zapatitos, con sólo dejarles algo de pasto y agua. También me afirmaron, durante los primeros años de mi vida, que cuando cayera de mi boca un diente de leche, con solo ponerlo bajo mi almohada, un amigable ratoncito lo tomaría y en su lugar me dejaría dinero. Y así quien sabe cuantas mas...lo importante de estas historias, son dos cosas. La primera, la mentira. Base de toda “fé” ciega e infundada. Con el dolor y la desilusión que adviene luego, cuando la verdad toma otra forma frente a tus ojos. Lo que sucede, te explican luego, es que dejaste de “creer”, “perdiste la inocencia”. ¿Abrir los ojos es perder la inocencia? ¿Cuestionar algo que no podemos tomar como verdad absoluta, es dejar de creer? Pues vale, entonces es preferible dejar de creer, que ser “inocente” toda la vida, ¿no os parece?. Y la segunda, y tal vez la mas profunda (por si mentirle a un niño, no fuera suficiente). El interez en algo material. Buscar regular el comportamiento de una persona, que recién está dando sus primeros pasos en este suelo potable en conocimientos y nuevas experiencias, a través del interez en un premio, en un regalo o una recompenza. Inculcar en la psiquis del niño, que debe “ser bueno” para que alguien que no conoce, lo premie! Debe obedecer a sus padres, hacer sus tareas, no hacer daño a sus iguales, para recibir un premio material. El resultado de esta “enseñanza” tan nociva, de los padres a sus hijos, es que los niños crecen “creyendo” que “el bien”, es aquello que debes hacer a la espera de una recompenza. Y no de cualquier recompenza, sino de un objeto material. ¿El niño tiene la culpa? Claro que no! La vida de un niño, es como un tobogan,los padres tienen el poder para colocarlos en la cima de diferentes toboganes, y una vez que eligen, al niño solo le queda la opcion de caer y caer, porque aunque traten de frenarse agarrandose de los bordes, aún no tienen la “fuerza” para lograr semejante proeza. Recién cuando alcanzas determinada edad, y consigues esa “fuerza”, puedes frenarte y preguntarte, ¿éste es el tobogan por el que me quiero deslizar el resto de mi vida? No, éste lo han elegido mis padres, yo quería ir por aquel...pero cuanto he bajado ya, ¿cómo hago para retroceder, si es tan escarpada la pendiente? Tendré que seguir...no tengo otra alternativa que seguir “descendiendo”...y tan divertido que parecía “ascender”...elevarse hasta aquello azul que brilla en lo alto...allí donde está “Dios”...Un momento, si “Dios” es mi padre, por qué está allí arriba? Por qué no está aquí conmigo? ¿Por qué si Él está “alli arriba”, yo voy hacia “allá abajo”? Papás, ¿por qué han elegido éste tobogan?
  Estos tres tipos clasicos de mentira, en la cultura occidental, son solo a modo de ejemplo. No podría asegurar que tengan el peso suficiente en la vida de una persona, como para determinar la elección de un camino a seguir por parte de ésta. Pero desgraciadamente, para esta persona, su vida estará cargada de estas “mentiras blancas” o “inocentes”. Simpre pensadas, para dominar su “conducta”, su forma de pensar, de sentir, de ver al mundo, a las otras personas, a si mismo...van perdiendo inocencia estas “mentiritas”, no? Y quizás una pregunta aún mas interezante se podrían hacer a esta altura (los perspicaces no necesitan hacer esta pregunta, pero aún así la haré y la responderé).
 ¿Cómo se puede relacionar lo anteriormente expresado, con el cristianismo? Pues aquí va el sentido de éste texto.
 La mayoría de las culturas, para ser tal, necesitan pautar reglas de conducta (o “valores morales”), para poder controlar el accionar de quienes sean parte de ella. Éstas “reglas, valores o normas”, son ni mas ni menos, que aquellos estandares “universales”, que determinan aquello que es “bueno”, y aquello que es “malo”. Obviamente, las acciones enmarcadas dentro de lo conocido como “bueno”, es aquello que los creadores de aquellas normas, han decidido que es lo “correcto”, lo que “está bien”. Todo lo demás, será repudiado, considerado como “malo”, y naturalmente, será castigado. Estas normas, suelen estar impuestas por Instituciones, las cuales tambien se encargan de castigar lo “malo” como de “premiar lo bueno”. Una de las instituciones sociales mas antiguas, sin duda es la Religion.
   En cualquier sociedad humana, siempre se ha buscado una figura superior a la cual “alabar”. A la cual dar gracias por las “recompenzas” que han recibido (antes solían ser alimentos, y todo aquello que haga posible la supervivencia, ahora se “agradece” y se pide, todo aquello que haga posible la ostentacion y la opulencia frívola), y de la cual renegar cuando los castigos caen sobre vuestras cabezas, sentenciando a aquella deidad, que era tan generosa y buena en tiempos de bonanza, y tan cruel y vengativa en tiempos de miseria. Aquel mismo “dios”, puede ser angel y demonio, verdugo o “compasivo padre amoroso”. Pues os diré algo vulgo crédulo, estaís hablando del mismo ser, de la misma creación.
 Éste “ser superior” a tomado numerosas formas, e igual cantidad de nombres, incluso ha cambiado su polaridad. Pero siempre ha estado. Preguntar qué fué primero, si “dios” o el hombre, es tan burdo como preguntar, qué fué primero, si el huevo o la gallina. Porque unos podrían decir, “si el hombre creó a dios, es natural que el hombre haya sido primero”, pero los creyentes responderán con total vehemencia, “Dios es nuestro creador, el ha sido primero”, eso marca su “fé”, y como combatir la “fé” de un hombre? No es posible tal proeza. Allí es dónde nace la Religión. ¿Y qué plantea la religión? Si no podemos acabar con su “fé”, pues manipulemosla a nuestro favor. ¿Cómo? Muy simple...hagamosles crrer que somos el nexo entre su “deidad”, entre su “ser superior”, y ellos. Que sus “designios” nos han sido “revelados”, y si hacen lo que nosotros les “profesamos”, estarán en paz, y entrarán en la gracia del “señor”.
  Un engaño de tal magnitud, obviamente no podría haber sido urdido por un grupo de ineptos. Hay que darles el crédito que se merecen. Han detallado un plan que ha mantenido vigencia por miles de años. Cientos de generaciones han seguido sus reglas, sin cuestionarlas, simplemente agachando la cabeza, cerrando los ojos, y dejandose guiar por “La Palabra”. Y los que lo han hecho (cuestionar a la religión), han sido suprimidos de la manera mas violenta por los lideres religiosos. 
 Poco  a poco, la Religión, se ha transformado en la Institución social mas relevante de cada sociedad. Porque a pesar de que no todos estaban de acuerdo con sus reglas, todos le temían. Ya que ellos eran el nexo entre lo “divino” y lo terreno, además del poder creciente que ostentaban.
  La religión que enmarca perfectamente en éste estereotipo, ademas de algunas mas (pero de menor  peso), es la Religión Cristiana. Oh! ¿Quién podría negarlo? ¿No es acaso, la Reina tiranica en éste Imperio del mal, en este imperio de la Mentira, del engaño?. Quizás no sea la madre de todas las mentiras, pero sin duda es su heredera, y su mas fiel defensora. Quien eleva su bandera de falsa verdad, hasta el “reino de los cielos”. Y lo mas indignante, y al mismo tiempo, lo mas maravilloso, es la forma totalmente evidente con que se llevan a cabo sus engaños. Y algo que no tiene nada de maravilloso, y todo de indignante, es la forma en que elevan como su estandarte, a una figura de lo mas puro que ha albergado nuestro mundo moderno. Claro que me refiero a Jesús, o Cirsto (el ungido). Aquel que predicaba con su accionar. Que no “descendió” a la tierra, para dejarnos reglas arbitrarias, para que los que las sigan puedan ingresar al “reino de los cielos”, ni mucho menos, de como evitar el “infierno”. Jesús dedicó su vida terrenal, para mostrarnos que un hombre puede vivir a conciencia, actuar correctamente, ayudar a los demás, por el solo hecho de que lo necesiten, no de que nos ofrescan una recompenza, nos mostró que la mayor recompenza, es hallar la paz, no la gratitud de los demas. Y algo fundamental, algo de lo que la Iglesia nunca ha hablado, y que para entender a Jesús, es vital. Trató de hacernos abrir los ojos, y tomar noción de nuestra propia divinidad,  de la “chispa divina” que llevamos dentro. Sus enseñanzas se basaban, en que el afamado “reino de los cielos”, está en NOSOTROS, en nuestro interior. Y la unica forma de llegar a el, es siendo conciente de ello. De que no hay que buscar fuera de nuestro “SER”, ni en objetos materiales, ni en promesas vacías. Claramente Jesús quiso hacer algo que iba totalmente en contra de los “Dogmas” de la Iglesia, de la Fé o de cualquier cosa establecida por éste antiguo Imperio del Engaño. ¿Y qué sucedió? Jesús se convirtió en un “rebelde”, en un “falso Mesías”. ¿Y que se hacía con ese tipo de “Herejes”? Acallarlos, o matarlos en terminos mas realistas. 
 Jesús trató de traer un poco de amor, de justicia y de conciencia, en el seno de una puja entre Judíos y Romanos. Los unos lo llamaron “falso mesías”, creyendo imposible que una persona humilde, pudiera ser el hijo de Dios, y mucho menos, el Rey de los Judíos. Y los otros, lo persiguieron por ir en contra de sus creencias Politeistas, y de creer que podría alterar el orden social. Todo ello culminó con uno de los crimenes mas atroces que tuviera lugar en la historia humana. La tortura inhumana, la humillacion pública, la difamación, y todo por aquello que el pobre portador de la “buena ventura” tuvo que sufrir, llevó a la ya conocida, crucificción. Allí es donde comenzo el “Cristianismo”, dónde murió el único Cristiano, Jesús. Y aquí comienza lo mas aberrante, la mentira mas repugnante de la historia. La “mala ventura”. Diciendo ser aquellos que portan “la palabra” de Dios, y que son los seguidores de Jesús, el “hijo de Dios” según ellos, han cometido las mayores atrocidades contra la humanidad. Desde matanzas sanguinarias, hasta el deseo de Afixiar a la cultura. Eliminar del camino todo aquello que vaya en contra de sus “creencias”. Con un puñado de promesas vacias, de reglas contradictorias, y de la primer forma de Terrorismo conocida por el hombre, los Líderes cristianos, han levantado un Imperio del engaño propio. Ganando adeptos por doquier, como nunca se ha visto. Regando la tierra con la sangre de sus propios “fieles”, en su intento por eliminar cualquier oposición a sus ambiciones de Poder, de Dominación y de Riquezas, sobre todo.
  Cuando uno se pone a analizar el nombre de esta naciente Religión, es muy dificil no sentirse enfermo, indignado, y con ganas de decir, ¿quien va a creerles?. Para algunos resulta una obviedad, una brecha infranqueable entre las enseñanzas de Jesús, y las demagogicas doctrinas Eclesiasticas. Tomaron algo puro, hermoso y divino, como la figura de Jesús, y transformaron sus palabras, en “Dogmas”, en “valores inmorales”. Desvirtuaron aquellos conceptos maravillosos expresados por El maestro, y crearon nuevas y brutales concepciones acerca de cómo vivir, en qué creer, cómo ver al mundo, y sobre todo, cómo ver a los demás. Y aquí aparece una atrocidad del Cristianismo, la forma de ver a los “no creyentes”, y la manera vehemente de enferntar a sus “creyentes” contra aquellos que no tenían la misma “FÉ”. Pasarón radicalmente del Amor hacia nuestros iguales, hacia nuestros “hermanos” profesado por Jesús, al horror de la compasión hacia nuestro “projimo” (prójimo cristiano naturalmente) y el odio despiadado hacia aquellos que tengan una visión diferente sobre Religión, sobre la vida, sobre Dios. Esto, sumado a la ambición de Poder y de acumular Riquezas, ha llevado a cientos de sangrientas batallas, de Cristianos contra No-cristianos. Todo esto lleva a la reflexión, de la Hipocresia de estos “líderes espirituales”, hablando de un “dios todopoderoso, compasivo y fuente infinita de amor”, sacrifican las almas “impuras” de otros seres humanos, por solo tener una visión diferente, o por interponerse en sus “cruzadas” codiciosas. Esas ansias de Imponer al mundo religioso su “fé” como la verdadera y la unica, sin mostrar respeto alguno hacia otras creencias aún mas antiguas. Tratando de destruir culturas enteras, ocupandose de quemar aquellos libros que pecaran de “herejia”, es decir, que contengan conceptos opuestos a los “dogmaticos”. Y uno se pregunta ahora, ¿cómo puede subsistir un movimiento tan destructivo, que profana lo ya existente, vistiendose de Juez y Verdugo, creyendo tener “la verdad”, y ahogando en la ignorancia y el primitivismo a su “rebaño”? Pues bien, ¿cómo creis vosotros? Con mas mentiras!!! Por supuesto. Y estas, quizás, sean las peores. Las mas sucias y vanas. Y las mas increibles, pero aún así, las mas radicales para entender el “por qué” de la supervivencia de esta Religion del Odio.
   Primero que nada, como toda Institucion, aparte de imponer reglas, requiere de algun metodo para que estas reglas sean obedecidas. ¿Cúal es el que utiliza esta nefasta religion? El temor, el miedo. Los precursores de esta pútrida religion, se han encargado, no solo de  mantener ciegos a sus seguidores, sino también de asegurarse de que eso no cambie, a través del temor. Han utilizado personajes o situaciones ya existentes, como Dios, la felicidad, la vida o la muerte, y les han dado nuevos significados. A dios, lo han dividido entre el “padre compasivo”, en el cual radica todo lo bueno que existe en el mundo, y al cual hay que alabar sin cuestionamientos; y la otra parte, del mismo Dios, lo han llamado Satanas, quien es pura maldad, y representa todos aquellos valores contrapuestos a lo bueno, lo “santo”, lo puro y lo “cristiano”. ¿A que lleva esto?, a que el vulgo deba amar al “dios bueno”, y odiar al “dios malo”, mas conocido como satanas. Esto no parece tener ninguna complicacion, ahora bien, estas nuevas creaciones del cristianismo, han tomado un papel preponderante en la vida de los “creyentes”. La religion cristiana, sostiene férreamente, que para estar en la gracia del “dios bueno”, hay que seguir milimetricamente los Dogmas eclesiasticos. Con ello, y naturalmente, rindiendole culto a este “dios bueno”, y rechazando cualquier necesidad fisiologica puramente humana, podrán acceder a una vida llena de felicidad en el “mas allá”. Es decir, como premio o recomepenza a una vida completamente desdicahada, viviendo en las sombras y conformandose con sobras de felicidad, y alejandose infinitamente de la verdad, de la felicidad y del estado de Conciencia (que es necesario para evolucionar como Ser de luz), les aseguraban un lugar en el “reino de los cielos”, en el “paraíso”. Es decir, rechazar el “mas acá”, o la felicidad en esta vida, con la promesa vacia de una felicidad infinita en el “mas allá”. Y el complemento de esta promesa vana de recompenza, se encuentra por supuesto, el castigo a quien no cumpla con las reglas impuestas. Aquel castigo, tampoco sería en ésta vida, sino, en la “proxima vida”, en la vida despues de la muerte. Y si el premio era pasar la eternidad al lado del “dios bueno”, en el “reino de los cielos”, obviamente, el castigo sería pasar la eternidad junto al “dios malo” (Satanás), y en el Infierno, donde en contraposicion con la dicha infinita, aquí sufrirían un dolor infinito, donde sus almas se quemarían en los furiosos fuegos del Averno. Profetizaban ríos de azufre, donde sus almas flotarían por la eternidad, y muchos otras desventuras innombrables. Al parecer, lo que buscaban era controlar la conducta de sus fieles, y llevarlos por el “buen camino”, evitando que cometan “pecados”. Pero claro que ese no fué su propósito. A los responsables de “juzgar” las acciones de los hombres, no les importaba que éstos cometan pecados, pero sí que se arrepientan y sientan “culpa”. La CULPA, cuan trascendente es éste concepto para los cristianos. La autoreprimenda, la “autoflagelación”. El hecho de saber que algo “está mal”, no lleva a los fieles a no hacerlo, sino a hacerlo, y luego “arrepentirse”. Ese arrepentimiento, debe materializarse en algo que han llamado, “Confesión”. Ésta consiste, en que el pecador debe contarle (o confesarle) sus pecados a un “enviado de dios”, o Sacerdote, el cual tomará de forma activa, el papel de Juez y Verdugo (antes mencionado). Escuchará atentamente los actos aborrecibles del “hombre pecador”, y le dará una “penitencia”, con lo cual conseguirá el “perdón de dios”, y estará en paz. Creo que no hace falta aclarar, que estos nefastos personajes, autodenominados Sacerdotes, Padres, Pastores o Curas, no son mas que personas, hombres que han dedicado su vida a impartir castigos a aquellos pobres ingenuos que confían en que ello les asegurará un lugar en el “paraíso”. Son hombres de carne y hueso, con las debilidades, miedos, inseguridades y bajezas que ello implica. Y sin embargo, la Iglesia, les da el titulo ficticio de “Portadores de la Verdad”, y de “Jueces ejecutantes de la Justicia Divina”. Con ésto, la Iglesia no se encarga de llevar a su “rebaño” por el camino de la Verdad, de la Bondad y de la Conciencia, sino, por el camino de la Ignorancia, del Temor, y de la “penitencia en vida”. Otorgandole el poder de “perdonar” o “sentenciar”, las almas de sus iguales, a hombres tan o mas corruptos que los ingenuos que son juzgados.
  Todo esto, ha llevado a que los fieles, vivan sus vidas siguiendo reglas arbitrarias, y limitando su vida a ello. Lo cual les ha impedido, desarrollarse tanto intelectualmente, como espiritualmente. Ya que primeramente, están rechazando su condicion de seres de Luz, y aceptando que otros elijan por ellos, y les limiten las opciones a lo que “la iglesia dice que es correcto”. Los ha llevado a vivir sus vidas como pordioceros del espiritu, seres infraespirituales, infelices. Y todo lo que deben hacer es “creer”, tener “fé”, con ello, les han dicho que serán felices y plenos. Los han obligado, a vivir también sin riquezas materiales, pero no para que desarrollen una riquezas espiritual, sino para seguir alimentando sus “arcas”. La Iglesia siempre tuvo el concepto atroz de, “nosotros os daremos felicidad en el mas allá, si ustedes se deshacen de sus pertenencias en el mas acá, y se la dan a la Iglesia. Dios se sentirá mas cómodo en una “cálida mansión de oro”. Ustedes no lo necesitan, solo necesitan vuestra fé, que los hará “libres”. Despojaos de vuestros bienes, y serán mas espirituales y felices.” Jesús! Cuanta hipocresía! Cuanta basura! El materialismo de la Iglesia Católica (funesta evolucion de la primitiva Iglesia Cristiana), no tiene límites. Esa metamorfosis horrorosa, que han tomado “las enseñanzas de Cristo”, no tiene explicación sensata posible. Han distorcionado sus ideas a tal punto, de que ahora sean su antitesis! De la humildad del maestro Jesús, han pasado a la opulencia del Papa y su “bendito” Vaticano, o lo que yo llamo, “El palacio de la Voluptuosidad”. Mientras los fieles viven en la miseria, las “casas de dios” rebosan de oro. Del amor por todo ser viviente profesado por Jesús, los “cristianos” han desarrollado en sus fieles, el odio por los “otros”, por aquellos que poséen otras creencias, con una marcada intolerancia por lo diferente. Del estado de Conciencia absoluto, han pasado a la total Ignorancia, a seguir ciegamente reglas sin bases concretas. Del hacer el “bien”, por el solo placer de hacerlo, y la reconfortante sensación que ello implica, se ha pasado a “hacer el bien”, solo por miedo a ser castigados. La única razón por la que un “cristiano” intenta hacer algo bueno por su “projimo”, es para no quemarse eternamente en el Infierno. Y así podría seguir nombrado conceptos nocivos, que estos “reyes del imperio del engaño” han tomado perfidamente de las enseñanzas de Cristo. Las han deformado de tal manera, que en vez de guiar a su pueblo a la Evolución como Seres perfectos, lo ha conducido por un camino de mentiras, engaños e ignorancia, por un camino de Involución. Considero que el mayor Karma de un cristiano, lo que deberá superar en su próxima reencarnación, es justamente el ser cristiano. Para evolucionar, deberá dejar de lado aquellas promesas vacias de “la tierra prometida”, “el reino de los cielos”, el temor a un “dios vengativo y un dios compasivo”, es el mismo Dios, y no es ni Compasivo ni Vengativo, así como no existe “el cielo y el infierno”, ambos están aquí, y son pura y exclusiva elección vuestra. Actúa a conciencia, sé felíz, sé puro en pensamiento y acción, ama a todo ser vivo por su esencia, sin juzgarlo ni darle una polaridad negativa o positiva, simplemente por SER, disfruta tu vida, adquiere conocimientos útiles. Dejar que otros decidan por uno, es quizás el peor pecado que podría cometer un hombre. 
 Me gustaría cerrar éste texto, analizando brevemente (o al menos intentar que sea breve) una frase, que me parece muy acertada de Karl Marx. “La religión es el Opio del pueblo”. Tal vez, pueda mencionar un solo error, en la comparacion metafórica entre el Opio y la Religión, aparte del obvio, de que el efecto del Opio es momentaneo, la Religión es un mal que puede someterte toda la vida. Y es que el Opio, es algo de origen natural y que cumple su función primaria, en cambio, la Religión, como cualquier Institución cultural, ha sido creada por el hombre, y sin duda, no cumple su función real. Pero sí, estoy de acuerdo con la comparación planteada por Marx, no por su función primaria, sino por su función secundaria, o sus “efectos secundarios”. La función primaria del Opio, es la de calmar dolores físicos, y lo cumple, y la función primaria de la Religión, es la de “limpiar el espíritu”, “depurarlo de pecados” y prepararlo para una “eternidad feliz en el mas allá”, ¿lo hace? ... Pero en cambio, su función secundaria, ambos la cumplen (me refiero a primaria y secundaria, según la importancia de ésta). La del Opio, es el “Adormecimiento”, al igual que la Religión, la cual “adormece” a su “rebaño” con promesas vacías, historias que no pueden ser constatadas, y el único basamento es la “fé”, una creencia ciega, sin fundamento y completamente terca y cerrada. La religión, es el Opio del peblo, porque se encarga de “adormecer” al pueblo, de limitar su pensamiento a lo que es “correcto” (o mejor dicho, conveniente) para la Iglesia. ¿Por qué haría ésto alguien que tiene la Verdad? ¿Por qué los “enviados de dios”, necesitan drogar a sus seguidores? Los encargados de la Iglesia, necesitan que el pueblo esté dormido, para poder manipularlos a su antojo. Para poder decirles QUÉ y CÓMO pensar. Y un pueblo dormido, es el sueño de todo Tirano Manipulador. Como títeres de trapo, sin alma, sin pensamiento propio, sin posibilidad alguna de replica, ante quien maneja con demagogia los hilos de su vida, limitando sus acciones a sus deseos arbitrarios de manipulación. 

                                      







jueves, 10 de junio de 2010

Destruye


Las cosas las carga el diablo.
Perchas dobladas que empujan la ropa a caer al fondo del armario. Radios con la antena rota que no sintonizan más que nieve. Sobres que sólo se abren si rasgas su contenido. Condones frágiles como las pompas de jabón. Bebidas refrescantes coloreadas a base de colorantes concentrados. Ventiladores impotentes que parecen suspirar entre achaques. Sacos rotos que dejan escapar las palabras que se pronuncian una vez y ni una más, y diccionarios que no contienen las comunes e imprescindibles.
Lápices de mina quebradiza. Bolígrafos llenos de tinta seca. Calculadoras con contratiempos decimales. Flautas con un agujero añadido sin razón y escobillas de W.C. que ensucian más de lo que limpian. Navajas sin filo. Latas con “abrefácil” que en caso de llegar a abrirse, salpican el contenido en un radio de diez metros a la redonda, siguiendo el ejemplo del “abrefácil” de los cartones de vino.
La puta TV que intenta venderme cosas como a un imbécil y que intenta que me venda yo mismo como un imbécil. Bicicletas con cadena saltarina. Ordenadores que se ralentizan por abrir una simple carpeta. Copas rotas que te destrozan los labios. Imperdibles que se extravían. Móviles que se formatean cuando les place sin consultar. Llaves tímidas que se avergüenzan de salir a la palestra. Colchones con muelles como puñales pensados para faquires. Fruta transgénica que aguanta dos semanas hermosa y señorial fuera de la nevera, y neveras que no enfrían pero que consumen electricidad como un ordenador de la NASA.
Alfombras que abrazan el pelo felino y se niegan a separarse de él si no te pones de rodillas. Jeringuillas que se rompen con excesiva facilidad y se zambullen en tus tubos internos. Balones de baloncesto con chichones. Cuchillas de afeitar que buscan conocerte más a fondo. Cortinas traslúcidas. Sillas mareadas que se tambalean en cuanto dejas caer tu peso sobre ellas. Mortadela del Mercadona. Lupas sin aumento.
Maquinas de escribir sin la letra “s”. Libros cuyas últimas quince páginas han desaparecido. Chocolate que se derrite en la mochila untándose por doquier. Auriculares que dimiten, por separado o ambos a la vez. Cocaína cortada con Ariel. Gorras de visera ridículamente corta. Pantalones que no se abrochan pero que en caso de abrocharse de algún modo consiguen caerse constantemente.
Viagras perpetuas. Gasolina diluida en agua que detiene el coche a 400 metros de la gasolinera. Furbys autistas y Furbys lenguaraces y soeces. Coches a radio control con tendencia a lanzarse por el primer hueco que encuentran. Relojes atrasados o adelantados según a quien le preguntes. Papel de fumar espeso que atraviesa como una lija la garganta. Papel de fumar fino que se rompe cinco veces y a la sexta se despega. Altavoces con devoción por los bajos. Calzoncillos que aprietan hasta hacerte hablar cual castrati afónico hasta las cejas de helio.
Pistolas que expelen la munición por la culata. Camisas con idilios entre botones y agujeros que no se corresponden. Monedas que ruedan cuanta distancia les separe de los pies del rico de turno. Toboganes por los que no te deslizas ni untadx en aceite de oliva. Pinzas que se divorcian, y otras con alergia al sol. Papeleras más anchas que la bolsa de la basura y/o bolsas de la basura más estrechas que la papelera. Calcetines con un agujero como el de Banesto, que coincide con el agujero de las bambas, que más que ventilar, se posan sobre el pequeño y solitario charco que resistía en la amplia avenida.
Coches que se quedan sin batería, móviles que se quedan sin batería, todo tipo de trastos que se quedan sin batería. Siempre cuando más los echas en falta, sobra decir. Arena de gatos de nula capacidad absorbente. Cerveza sin alcohol. Puentes que se vienen abajo.
Micrófonos desafinados. Sartenes hambrientas que se aferran a la comida. Discos compactos con más surcos que un disco de vinilo. Botas que destrozan el pie. Cometas escapistas que exploran el horizonte en busca de una vida mejor. Café sin cafeína. Mecheros que se inmolan. Gafas que van a ensuciarse de modo irreversible en el centro del cristal. Freidoras que escupen el aceite hirviendo, y otras que le sueltan sibilinamente por debajo.
Cepillos de dientes de cerdas de acero. Espejos que deforman. Sofás pétreos sin piedad de la ergonomía. Inodoros que se atascan. Pajitas agujereadas. Ruedas pinchadas. Cristales a prueba de escobas. Escobas que acumulan la mierda igual que un palo acumula el azúcar en la feria.
Mapas incompletos y jeroglíficos. Jarras de difícil sujeción asiduas a derramar el líquido por varios puntos simultáneamente. Botellas de plástico que liberan sustancias cancerígenas si intentas utilizarlas una vez más.
Patines sin engrasar. Patines que pierden las ruedas delanteras en medio de una bajada de pronunciada inclinación. Saleros mal enroscados. Casettes con tendencia a enredarse en el equipo de música. Petardos insumisos y petardos precoces. Fuentes secas. Duchas de agua gélida pese a la inversión realizada en el calentador. Toallas de esparto. Reproductores de VHS que pierden los cuatro cabezales.
Champú irritante que surca tus sienes y se acomoda en tus retinas. Cortauñas ambiciosos que quieren también tu carne.  Gomas de borrar que llenan el papel de mugre indeleble. Ostias consagradas con regusto a cicuta. Trajes de astronauta rasgados. Motocicletas con una pésima distribución del peso. Monederos con más inmundicia que dinero. Jaulas de todo tipo. Campanas de extracción que se interponen en el camino de mis sienes, aunque inspiren éste tipo de textos.
Ventanas amplias que dan a una pared demasiado próxima y sin pintar.
Postales de gente que ya no te llama. Monos de trabajo demasiado tiempo doblados y expectantes. Peluches gigantes que ocupan espacio a cambio de nada. Cajas inútiles conteniendo todo tipo de miscelánea inútil a su vez. Armarios con estantes en los que pones el peso de un lápiz y se van abajo, llevándose consigo todos los estantes a un nivel inferior.
Y un larguísimo etcétera de objetos que además de tener precio te putean.
Así es el mundo de las posesiones y del abarcar mucho.
¿Y bien? La materia está completamente a tu merced. Arrasa hoy con todo, destrúyela sin reparos y mañana verás como tú aún sigues en pie.
Que se busque a otrx imbécil el diablo.

domingo, 6 de junio de 2010

LOS 40 (millones de) SUBNORMALES











Al cretino aquel le habían ofrecido un puesto como DJ en la radio gracias a su meteórica carrera en el mundo de la “música”, tócate los huevos.






 Sus inicios fueron muy precoces, y ya con cuatro años se quedaba ensimismado moviendo la cabeza al ritmo de los sonidos que emitía el horno microondas para avisar de que había finalizado el tiempo programado de cocción.
Su madre, desalentada e incluso con cierta sensación de repugnancia, veía a su hijo mover la cabeza hacía adelante y hacía atrás: Pip pip pip. Pip pip pip. Pip pip pip. No sintió el orgullo y la esperanza que pudieron sentir los padres de Mozart al verle acariciar un clavicémbalo en su más tierna edad, ni mucho menos. Y sin embargo, en las pútridas circunstancias modernas, su hijo iba camino de tener un nombre en el panorama “musical”. Mozart debería revolverse en su tumba, tanto por la escoria sonora que motivaba al chaval, como por el éxito que le auguraba la misma.
El niño se quedaba enganchado como un bobo cada día con más facilidad en cuanto oía cualquier tipo de pitiditos, y costaba hacerle reaccionar, pues entraba en una especie de trance estúpido que le hacía insensible al estímulo externo y le hacía salivar descontroladamente, por lo que solía llevar babero con ocho años largos.
A veces también le inundaba cierta necesidad de coreografiar su necedad, y simulaba estar ante una "tabla de mezclas", colocándose una mano en la oreja y haciendo aspavientos espasmódicos con el brazo que le quedaba libre. Era una imagen sobrecogedora ver al idiota ese llevar a cabo la aberrante representación con cualquier “chumba chumba” de fondo, una vergüenza para la familia y que más de un bofetón le había llevado a merecer, tanto por parte de propios como de extraños, incapaces de contenerse ante la voluntariedad de la decadencia humana.
Así fue creciendo, entre guantazos más que merecidos, y adicto a los “tamagotchis”, a los despertadores, a dejar la puerta de la nevera abierta, a pegar patadas a las puertas de los coches para hacer saltar sus alarmas, y a todo tipo de imbecilidades auditivas semejantes. Un auténtico maquinero con vocación de DJ plasta y plomizo.
Como era de esperar no había Dios ni persona en sus cabales que soportase, comprendiese o aceptase al tonto de turno, o más bien, su afición por torturar al personal con su gota malaya auditiva.
Claro que hay que distinguir entre personas en su sano juicio y el resto. Porque entre quienes miran la puta TV sí tuvo éxito el condenado.
No sin antes abrirse paso (más por darse el gusto de degradarse que en busca del éxito) en fiestas raves de ésas en las que la juventud demostraba en vertederos que estamos atravesando el apocalipsis, o al menos el ocaso del respeto propio y ajeno, llegó a lo más alto.
En otra de esas campañas orquestadas desde la sombra con el único fin de embotar el intelecto juvenil, (como había sucedido en las raves pero a escala masiva) pronto le erigieron en paladín de la “música” vanguardista. De repente lxs audiólog=s y l=s fabricantes de fonómetros se vieron obteniendo pingües beneficios sin explicación aparente. Bueno, sabían que era fruto de la sandez colectiva, pero no se explicaban que la gente lo consintiese.
El tío, que había aprendido a procurarse sus propios sonidos repetitivos y atroces frente a unos platos, de la noche a la mañana se veía en la cumbre, colmado de lujos y privilegios, de fama y mujeres imbéciles adictas al “chumba chumba” como él. Estaba en la gloria.
DJ Sandro (Sandio para quienes conservaban cierto respeto por la dignidad humana y admiración por el arte como forma de expresión), estaba en la cúspide. Y como mucha gente sabe, desde ahí es tremendamente sencillo caer en las tentaciones más mundanales, pues todos los caprichos y deseos que antes suponían esfuerzo, ahora se veían satisfechos de inmediato a golpe de tarjeta.
Así fue como pronto su de por si estúpida personalidad se vio cayendo en el pozo de las drogas de un modo imparable e irreversible.
¿Pero alguien cree que un tipo cuya estupidez alcanza las dimensiones necesarias como para hacerse DJ y crear pitiditos sin descanso, se iba a conformar con drogas corrientes?
Se hizo eco de la existencia de I-dosers y enseguida quedo fascinado por la idea.
Esos archivos de audio estaban diseñados para someter al cerebro a las reacciones adecuadas para enfrentarse a la toxicidad de los estupefacientes, pero mediante la emisión de frecuencias de ondas cortas. Pitiditos que colocaban, la panacea para el chaval. Ahora mearse en los pentagramas además tenía premio.
Así estuvo enganchado bastante tiempo a los archivos en cuestión, cosa que tampoco molestó nunca a los directivos encargados de su imagen, personalidad, trayectoria y modo de hablar. Los directivos de la radio que le encumbraron para lucrarse a su costa, para lucrarse a costa de la imbecilidad de la juventud actual, y lo más importante, para ampliar y perpetuar la susodicha.
Los directivos a lo suyo, a planear que canción escucharía la gente encantada la semana ulterior.
Así que no encontró impedimentos para dejarse llevar por los pitiditos que colocaban y llegó a llevarlos en el mp3 e incluso en vinilo, siempre consigo.
Una mañana de esas en las que “trabajaba” la “música” en la popular emisora de radio que alquilaba sus servicios y con la resaca de haber pasado la noche entre colocones furtivos (aunque nadie notaba la diferencia en su obra, así de asquerosa era), anunció una canción pero fruto de sus profundos problemas psicomotrices no consiguió poner lo previsto sino uno de sus I-dosers. Concretamente uno diseñado para disparar la agresividad de los individuos mediante reacciones parecidas a las ocasionadas por las anfetaminas, la cafeína, la cocaína y las patadas en los riñones, todo a la vez.
Su acto morbífico tuvo prontas consecuencias.
Por desgracia, aquella mañana la cuantía de borregos enganchada a los medios, era superior a la media. También por desgracia, el programita de DJ Sandio estaba sonando en centros comerciales, supermercados, cuarteles militares, peluquerías, taxis, por todos lados, hasta en los quirófanos. Argucias del clásico desatino del destino para joder la marrana.
La población expuesta (casi toda) se vio súbitamente enfervorizada, y con el acuciante deseo de destruir y asesinar sin motivo ni razón. En apenas media hora se había propagado el caos y a tenor de la escena que representaba, parecería que toda la ciudadanía se hubiese hecho militar o policía, así de gratuitamente se hostiaban y asesinaban. Lo cierto es que no dejaban de recordar a lo conseguido por Grenouille pero con trepanaciones y desmembramientos en vez de sexo oral y lujuria desbocada.
Cuando la ultraviolencia se diluyó un poco, apenas si quedaba un diez por ciento de la población en pie.
Un diez por ciento de la población, que no supo como asimilar el bajón y que rápidamente quiso sentir su adrenalina dispararse de nuevo.
Desesperados y tirándose de los pelos, incapaces de asimilar lo que habían hecho y buscando más sensaciones que le ayudasen a evadirse de sus responsabilidades, clamaban por más ondas repercutiendo en las huecas profundidades de sus seseras.
Así que se fueron a ver a DJ Sandio esquivando cuerpos o pasándoles por encima directamente con los tanques que el ejército había dejado atrás en la vorágine destructiva.
Al entrar en su estudio, le vieron a lo suyo, enganchado a sus discos, empapándose de uno con efectos parecidos a los de la daturina, observando el techo con risa sardónica y expresión enajenada.
Le pidieron más y más de aquello que tenía, pero él, fuera de sí, dijo:
- ¡Jamás! ¡Es todo para mí!
Y así, aunque ahora plenamente conscientes de sus actos, lxs supervivientes le dieron una bestial paliza, le metieron el micro por el culo de una patada, le arrancaron la cabeza y la lanzaron por el belvedere y para concluir su performance colgaron su cuerpo de mil cables de esos que hay en todos los estudios.
El puto maquinero, tras desquiciar a los borregos del “eres lo que escuchas” empujándoles a darse fin entre ell=s mismxs, había sido salvajemente asesinado. Y ese es a todas luces un final feliz.