domingo, 23 de noviembre de 2014

Jürgens Geschichte (emparedado al aire libre)



Dicen que debe narrarse toda historia desde su origen. Pero yo voy a empezarla por la mitad, porque soy así.
El caso es que después de todo aquel revuelo y de aquellos dos asesinatos, se las vieron negras en aquel recóndito pueblo alemán para volver a atraer inversores que fomentasen el empleo y sostuviesen la economía local, herida de gravedad tras la tragedia acontecida y el éxodo resultante.
Por eso cuando se llegó a un acuerdo con uno de esos personajillos que hacen fortuna de la noche a la mañana y que invierten donde sea sin pensar, para crear un gigantesco polígono industrial, todas las aldeas colindantes y por supuesto la que lo acogería (Schwarzschwanz) estallaron de alegría. Dejaría de ser una aldea fantasma y la vida volvería a funcionar con normalidad; ¿cómo no alegrarse?
Jürgen, vecino ilustre de una de esas aldeas periféricas, llevaba ya bastante tiempo en el paro, la verdad, y aunque él deseaba seguir apoltronado manoseándose el horcate, tan pronto como el polígono de marras comenzó a funcionar, la presión del entorno resultó asfixiante para él.
Gruñendo, redactó su puto lebenslauf, hizo tantas copias como empresas acogía el puñetero nuevo polígono, y se dispuso a recorrer la estrecha senda que separaba su diminuta aldea del faraónico complejo laboral.
La senda avanzaba en línea recta, por suerte para él, eterno detractor de cualquier tipo de rodeo, y manteniendo su gélida expresión llegó a su destino, entregó todas las copias que llevaba consigo y pronto fue contratado por una empresa de tampones para elefantas (otra peregrina inversión del ya mencionado nuevo rico ansioso por despilfarrar)
Bueno, estaba mejor viviendo la vida en posición horizontal, pero con el tiempo, llegó a acostumbrarse a las exigencias de la rutina y las merecidas aunque efímeras alegrías a final de mes.
Más de quince años transcurrieron de esa guisa en la vida de Jürgen, recorriendo a diario dos veces, una en cada sentido, la senda que separaba su sofá de su puesto de trabajo.
Y hubiera podido también llegar a morir de esa guisa, con sus alegrías efímeras, su expresión gélida y sus vaivenes diarios por la senda, de no ser porque sucedió algo que trastocó irreversiblemente su modus vivendi.
Algún cabrón, porque no podía ser menos que eso, le plantó una tapia, exactamente igual de ancha que la senda y dos palmos más alta que él, en su camino hacia el remunerado sopor diario.
Los budistas dicen que solo existe el presente, y que intentando llevar el tiempo a su instante más inmediato uno puede llegar a detenerlo. Algo parecido debió experimentar nuestro héroe, colapsado, ante lo acaecido.
Tras esas aproximadamente dos horas que duraron su estupor y su etapa de negación y aceptación de la realidad, su cabeza buscó resquicios entre las cuadriculas que la conformaban; alguna vía de escape para semejante problemón que amenazaba con alterar el equilibrio del universo.
Pensó “rodea el muro, solo tienes que apartarte dos pasos del camino y volver a incorporarte al mismo una vez al otro lado”. Pero no podía ser, porque eso era improvisación y además suponía desviarse del camino marcado.
Luego pensó “intenta saltarlo”. Pero también lo descartó con expresión amarga (sí, llegó en aquella suerte de trance maldito a alterar su faz e incluso a mostrar emociones), puesto que eso era creatividad y además suponía alterar el plan efectivo que llevaba realizando cada día durante años.
Tras sobrevivir a tres ataques de ansiedad y exclamar centenares de blasfemias, consiguió relajarse y entonces, a sangre fría, le lanzó un órdago al destino. Haría lo que había hecho cada día hasta entonces y punto. Así debía ser, con tapia o sin.
Por consiguiente, el currela, siempre de ideas fijas, resolvió caminar hacia su trabajo como si el muro no existiese. Por supuesto, al contacto de su hocico con la fría pared, cayó de culo al suelo, como empujado con sorna por las circunstancias.
Pero él no iba a cejar en su empeño, porque era alemán. Así que volvió a intentarlo. Pero volvió a caer.
Pensó que alguien iba a tener que ceder en algún momento, el muro o él. Así que volvió a intentarlo. Pero volvió a caer. Volvió a intentarlo. Volvió a caer.

En fin, antes de relatar todo lo sucedido durante los seis años transcurridos hasta hoy, debo ahorrar a quien no conozca esta historia la inquietud por conocer el desenlace. Jürgen sigue allí dándose de cabezazos contra el muro.
Se ha quedado tonto y el muro parece que vaya a ceder en cualquier momento (está demasiado reblandecido por la sangre) pero aún siguen ambos contendientes ofuscados en su terrible pulso.
Por supuesto muchas cosas han pasado desde entonces. A Jürgen lo echaron al segundo día del trabajo por no comparecer, y aunque él ignora tal vicisitud, seguiría intentando caminar a través de la senda aunque se lo explicaran. Porque era lo previsto y eso no admite réplica.
La mujer se divorció de él, se puso enfermo varias veces, también echó largas y conciliadoras siestas al margen del camino para recuperar fuerzas y descansar su frente ya con forma de ladrillo (ahora también por fuera).
Se acercaron algunos curiosos, extranjeros por supuesto ya que los alemanes no se saldrían del camino, y le hicieron todo tipo de retratos y fotos desde muchos ángulos distintos. Le jaleaban y acercaban vasos de agua caritativamente. Alguno montó un puesto de salchichas para quienes acudieran a aquel punto fatídico a satisfacer su intriga pero los del ALF lo quemaron y ahora se venden, en el tenderete edificado sobre las cenizas, suvenires representando la épica batalla entre Jürgen y el muro, el fragor de una batalla que persigue dirimir la dominación sobre la senda. La confrontación definitiva entre el tocho negador y la obstinación germánica.
Quien quiera verlo, que se acerque, llevando paraguas eso sí, que ya sabemos qué tiempo hace en aquel lugar. Y si aún hay alguien perezoso como para acercarse o incrédulo como para cuestionar la veracidad de lo aquí expuesto, que haga como yo y levante una tapia en el camino de un alemán. El resto cae por su propio peso, os animo a probarlo.















domingo, 7 de septiembre de 2014

Si nada, corre o vuela...



SI NADA, CORRE O VUELA, NO LE HAGAS LO QUE PARA TI NO DESEAS;

ponte en su piel, ¿qué sentirías tú a la inversa?


SI NADA, CORRE O VUELA, COMPARTID LO QUE HAYA EN TU CAZUELA;

pon siempre a los demás delante y tendrás siempre más de lo que esperas.


SI NADA, CORRE O VUELA, RECUERDA LO PLANAS QUE SON TUS MUELAS;

no naciste para comer secreciones ni cadáveres, hacer eso solo te enferma.


SI NADA, CORRE O VUELA, SÉ SU AMIGO LA VIDA ENTERA;

habéis compartido camino, llévalo en tu corazón que es casi lo mismo que a tu vera.


SI NADA CORRE O VUELA, LIMÍTATE A CANTARLO O A PINTARLO CON ACUARELAS;

olvida la crueldad, lega al mundo lo que sentiste cuando agradeciste a la vida su presencia.


SI NADA, CORRE O VUELA, ENSEÑA A TUS HIJOS LA NO-VIOLENCIA;

quieres que sean felices, no les inculques crueldad ni abusos de fuerza.


SI NADA, CORRE O VUELA, SOLO MÍMALA Y PROTÉGELA;

hazle cosquillas, caricias y bésala, te las devolverá, aunque eso sí, a su manera.


SI NADA, CORRE O VUELA, NO LO METAS EN UNA JAULA NI LO CONDENES A UNA PECERA;

mientras haya un sólo esclavo habrá esclavitud, celebra la libertad ajena.


SI NADA, CORRE O VUELA, CUIDA DE QUE NINGÚN ESPECISTA LO VEA;

que ninguna amenaza ignorante o cruel consiga dañarlo, herirlo, matarlo ni hacerle mella.


SI NADA, CORRE O VUELA, Y LO ACEPTA, ACARÍCIALA MUCHO PARA QUE VUELVA;

demuestra ser noble y querrá tenerte cerca, la inocencia de la bondad rara vez se aleja.


SI NADA, CORRE O VUELA YA TIENES UNA AMIGA NUEVA;

una amiga como siempre la deseaste: leal, afectuosa, altruista y honesta.


SI NADA, CORRE O VUELA NO SEAS TÚ CULPABLE DE QUE SUFRA O MUERA;
tus caprichos no pueden acabar en dolor o muerte, no cargues tu alma con injusticias y penas.


SI NADA, CORRE O VUELA, ES QUE NO ESTÁS SOLA EN EL PLANETA;

todos formamos una sola cosa, contribuye a que sea cosa calma y bella.


SI NADA, CORRE O VUELA ES TAN DUEÑA COMO TÚ DE CIELO, MAR Y TIERRA;

no estas por encima, ni por debajo, el mundo no es tuyo ni suyo, es de todos y de cualquiera.


SI NADA, CORRE O VUELA, NO LO DETENGAS, QUIZÁS ALGUIEN ESPERA;

no entiendes los protocolos de su especie ni el porqué de su carrera, no te entrometas.


SI NADA, CORRE O VUELA, NO HAY RAZÓN PARA QUE MAÑANA NO PUEDA;

tu encuentro no puede ni debe ser el fin de sus deseos y metas.


SI NADA, CORRE O VUELA, OBSÉRVALA Y APRENDE DE ELLA;

observa sus virtudes y habilidades, sus procederes, ¡mejórate comprendiéndola!


SI NADA, CORRE O VUELA, NO CALCULES ROBARLE PARA AUMENTAR TUS PERTENENCIAS;

es SU piel, son SUS cuernos, son SUS secreciones, sean las que sean. No son «lana», «cuero», «marfil», ni «seda». 


SI NADA, CORRE O VUELA, ENORGULLÉCETE DE TAN HERMOSA COMPAÑERA;

date cuenta, es un milagro de la vida, de armonioso equilibrio, una criatura perfectamente compuesta.


SI NADA, CORRE O VUELA, DÉJALA IR LIBRE, YO TAMBIÉN QUIERO VERLA;

no es solo tu hermana, también lo es mía, un eslabón más de la más grande cadena.


SI NADA, CORRE O VUELA, CONTEMPLA CON HUMILDAD SU BELLEZA;

y una vez más, abstente; simplemente, no te entrometas.
No lo retengas ni la agredas.

Si nada, corre, repta o vuela,
deja que siga en paz su camino y que busque su propio destino,
porque aún si pretendieses ignorarlo,
el tuyo y el suyo son uno mismo,
una única gran meta.

Y es que al final, la liberación animal,
es la liberación de toda la tierra.
Sólo ama, agradece y respeta.





A ti,

SI NADAS, CORRES O VUELAS, PERDONA A MI ESPECIE;

y déjame ir contigo, quiero ver dónde me llevas.






domingo, 10 de agosto de 2014

Rimas purulentas


Oh rostro de mi amado, al que tanto amor profeso,
ayer pase por tu lado, y ahogando un grito de espanto,
luchando contra el desmayo, berreé, que coño es eso??

La inmundicia atentaba contra tu faz, de un modo soez y abrupto,
no hubiera sido capaz, de mirarte sin rechistar,
de consentirlo un solo segundo.

Rauda me lancé presta a la guerra,  esa horrible pústula hallaría batalla,
y manoseándote el careto, con precisión y esmero,
saque lo mejor de ti, lo poco bueno que llevas dentro,
para deleite de los presentes,
como obsequio a sus recuerdos.

Sé que el episodio causó estragos,
sé que quien lo presenció, paso un mal rato,
no es fácil hacer la digestión,
contigo salpicando toda la sección,
de grumos e infección,
 apenas un instante después de haber desayunado.

Poca importancia concedo al qué dirá la gente,
poco me afectaran sus palabras de rechazo,
no pienso dar a torcer mi brazo,
cada vez que vea un bulto de mierda en tu frente,
lo explotare sin avisar a los presentes,
si se tercia, incluso a bocados.

Y si es cierto que hay quien te llama carapolla,
espero no darle la razón,
aunque sea cierto que como respuesta a cualquier mirada,
tus cojones sean tu corbata,
y que hayamos visto esta trágica jornada,
tu careto eyaculando de un modo salvaje,
del modo más atroz.

Sentamos un nefasto precedente, que ya siempre nos acompañará,
sueño con ríos de pus, con montañas infectadas,
sueño que tu cara es una paella, en la que cada uno de sus granos,
explota gracias a mis manos,
chorrea como un volcán.

Así se afianzan mis sentimientos, se forjan vínculos estrechos,
lazos irrompibles que nunca titubearan,
pues cuando  la inmundicia inunde tu gepeto,
no temas, estoy al acecho,
yo misma la hare saltar.

Y si hoy me dejo llevar por el verso,
para elogiar tan bello episodio,
es porque fue una explosión de amor sincero,
que estos son hechos reales,
y debe saberlos el mundo entero,
amaos, quereos, llenadlo todo de puta pus,
relegando así todo odio, amando así todo sebo.






viernes, 2 de mayo de 2014

Starsky, Hutch y Magdaleno.





Tras una dilatada vida llena de infortunios, vicisitudes adversas y algunas frugales alegrías, a uno poco le queda más que relajarse y disfrutar de los inanes placeres de la vida.
Por supuesto, entre estos placeres figura la compañía de las amistades y poder compartir con ellas el día a día, esto retroalimenta la satisfacción en sí.
Pero no solo se comparten los contratiempos cotidianos o una botella de coñac, también las actividades lúdicas que tanto animan el espíritu y distraen la mente.
Por eso, para aquel colectivo de ancianos, su reunión de los jueves a las seis, se había convertido en algo ineludible y de consideración casi sacra.
Acudían risueños, dispuestos a olvidar sus pensiones escuetas, preparados para entregarse al ocio como los jóvenes se entregaban al odio y al opio, en cuerpo y alma.
Se reunían en un salón que el “hay untamiento” les cedía sin preguntar siquiera con qué fin lo emplearían,  intentando así apartar sus cuerpos decadentes, improductivos y económicamente residuales de las calles, en un gesto de compasión peyorativa.
Allí, seguían el mismo ritual semana tras semana.
Se saludaban sosegadamente, se preparaban sus anisetes y sus carajillos, sacaban a relucir los caliqueños, y entonces ya estaban listos para darle al bingo con fruición.
Conchi, que había sido encargada para tal menester desde hacía meses, erogaba números maquinalmente mientras un montón de manos trémulas los tachaban en los cartones que controlaban.
Magdaleno, un viejo zorro, había encontrado una manera de alterar el desarrollo de las partidas, obteniendo alguna calderilla extra que no era sino una fortuna en contraposición a su mísero capital. Pero así funcionaban las cosas allí; aunque muchos de ellos llegaban a arriesgar osadamente incluso el treinta por ciento de las lisonjas que el gobierno les daba ingratamente a modo de pensión, no se jugaban más que unos paupérrimos centimillos.
En cualquier caso, Magdaleno disfrutaba como un niño con sus tretas aviesas. Y si bien es cierto que en alguna ocasión le habían descubierto, a esas alturas de la vida ya habían decidido no llegar a las puñaladas por medio euro.
Bajo el amparo de la indiferencia ajena que otorgaba la veteranía, Magdaleno, que de demencia senil sufría muy poca y que había sido una auténtica lumbrera a lo largo de su atormentada vida, se disponía a poner en práctica una nueva modalidad de argucia a la que llevaba dando vueltas desde hacia unas semanas.
Sonreía perversamente, sosteniendo la mirada de sus compañeros de juego, y cuando parecía que empezaban a sospechar, un ruido ensordecedor incluso para aquella troupe ya medio sorda interrumpió cualquier conato de discusión.
La policía, armada hasta los dientes, irrumpió en el local, rebuznando a pleno pulmón: “Quietos, ¡pongan todos las manos arriba, AHORA! Esto es una timba ilegal, os habéis metido en un buen follón hijos de puta”
El estupor y el pánico se apoderaron de la sala, aunque por suerte, muchos de los abuelos ya estaban de vuelta de todo, y a gente que ha atravesado guerras no va a venir ahora un niñato armado a decirle como tiene que hacer las cosas.
Los cuatro veteranos de guerra que había allí presentes, entre ellos Magdaleno, se alzaron, con el brillo en los ojos de quien añora algo de acción, a defender su dignidad.
Ante tal reacción, un cerdo uniformado que había aprendido a leer escasos días antes aunque llevaba años en el cuerpo, empezaba ya a preparar los botes de humo.
Algunos ancianos, víctimas de un estrés cuyos marcapasos no estaban preparados para soportar, yacían en el suelo y babeaban ligeramente a causa del temor.
Magdaleno, dio un paso al frente, botella de Soberano en mano, mas no alcanzó la distancia necesaria como para poder incrustársela en la sien al fascista de turno, ya que una porra lo bastante larga como para anticiparse a sus deseos, le cruzó la cara de tal modo que su dentadura, hecha añicos, de repente estuvo escampada a lo largo del suelo del salón.
Esto disuadió a algunos de sus compañeros insurgentes, pero aunque a costa de su honor e integridad física se empezaban a aplacar los ánimos, el cerdo de los botes de humo se dejó llevar por la visión de la sangre y arremetió también.

Es difícil poner freno a una panda de analfabetos ávidos de violencia una vez que han empezado a dar rienda suelta a la crueldad. Y aunque algún abuelo les atizó con el bastón y se hicieron barricadas tras las mesas de madera, más por salvaguardar su dignidad que por tener posibilidades reales de defenderse, hasta que no sintieron saciada su agresividad los neonazis no se detuvieron.
Tras producir dos amagos de infarto, romper incontables prótesis, caderas y dentaduras, amen de pisar un audífono, acabaron su trabajo como protectores de la ley, que no de las personas, confiscando todo el material empleado para la “timba”.

Días después, y de casualidad, el hijo de una de aquellas personas alienadas socialmente por su supuesta incapacidad productiva, se enteró de lo sucedido.
Fue uno de aquellos extraños caprichos del azar, pues la verdad es que a los abuelos no les hacía caso ni la perra. A lo sumo la hija consentida de alguno que se acercaba esporádicamente a exigir una porción de la pensión alegando que la TV de plasma se le había quedado pequeña para ver “Sálvame Deluxe”.
Pero ahora que el, por desgracia típico, atropello policial había salido a la luz, había que depurar responsabilidades y exponer a los culpables al escarnio público e inmisericorde.
Por eso, enseguida se abrió desde el cuerpo de policía una “investigación oficial” para esclarecer los hechos.
Paripé que acabaría, tras ciertos tejemanejes y retrasos burocráticos, con los abuelos sentados en el banquillo de los acusados, bajo cargos de blanqueo de dinero, fraude fiscal, asociación ilícita, resistencia a la autoridad y apología al terrorismo.
Podría haber habido una feroz oposición popular a toda aquella despiadada tragicomedia capitalista, pero durante la última semana Belén Esteban había sufrido severas indisposiciones estomacales, y el pueblo estaba en vilo, pendiente de su evolución intestinal y sin tiempo para nada más.

Por suerte el juez era sobrino segundo de una de los "delincuentes", y con cierta desidia, desidia que humillaba a unas personas ya bastante indignadas por la situación, despacho el asunto entre bostezos.
-“Tendrán que pagar una multa y afrontar una reducción del orden del veinte por ciento en sus pensiones, así como rezar cuatro padrenuestros y tres avemarías. Venga, el siguiente, que quiero ir a almorzar”.


Inspirado en lamentables hechos reales.



domingo, 12 de enero de 2014

Ander Jailander + Episodio primero: Huele a quemado.


Hacia el mercado iba yo la otra mañana, acompasando mis movimientos al ritmo de risueños silbidos invernales.
Mi estómago acompañaba con su tronante rugir la melodía, pues iba al mercado precisamente a comprar o sisar, según se terciara, algunos kilos de remolachas, que me apetecían bastante.
Y tras cruzar la calle y fundirme entre el gentío hueco que pulula siempre sin objeto por las aceras, me tope frontalmente con mi viejo amigo Ander.  Ander  Jailander, para más señas, así que obviamente, al menos para quienes conozcan tan peculiar saga familiar, lo de “viejo” abarcaba toda connotación y significado que pueda contener tal adjetivo.

Que Ander proviene del celebérrimo clan escocés de los Highlander, (aunque no de un modo directo, pues éste es de la rama del árbol que emigró a Santurze hace ya algunos siglos) y el pobre sólo morirá, y sólo entonces, si le decapitan, porque así ha funcionado siempre su familia, y cada familia tiene sus costumbres, o eso nos hacen creer.
La gente suele exclamar de inmediato “¡Que bicoca!” y Juande responde con la velocidad y soltura que le dan la experiencia de más de dos mil años (su clan es previo al de los gualtrapas de la película) sobre el planeta gris: “Bicoca el coño de tu madre”.

Y es que no está del todo satisfecho con su condición el hombre. Y no precisamente por sus rasgos de zanahorio céltico, que los juicios y prejuicios ajenos los superó hace siglos.
Cada vez que se pone a comentar su situación, acaba como una plañidera. Me invita a tropecientas cervezas, porque él está a salvo de que ninguna cirrosis le mate, y nunca tiene tiempo de contarme todas sus desgracias. Aunque le escuche durante días que se vuelven semanas, que se vuelven meses y me obligan a recordarle: “macho que yo no soy inmortal como tú…”

Siempre empieza por lamentar su soledad. A él eso de haber conocido más gente que nadie no le supone ningún consuelo. De hecho eleva su grito al cielo tildándolos a todxs de gilipollas, cobardes, egoístas, o directamente de ser una conjunción esperpéntica de todo lo anteriormente dicho.
Es más, para él el mundo se divide en dos grandes grupos: lxs gilipollas, y lxs gilipollas que salen al mundo ingenuamente ilusionadxs con conocer gente que no sea gilipollas, aunque sea mintiéndose para así sentirse “super”-afortunadxs. Con todo, él también ha sabido resignarse, hacer de tripas corazón, y, como lxs mortales, obviar la gilipollez ajena y centrarse en sus virtudes puntuales, aún a sabiendas de la realidad.

Y así, engañándose por necesidad como todo hijo de vecino, también ha llegado a querer a algunas personas muy, muy, muy concretas.

Claro, estas personas tan concretas, al ser mortales han ido cayendo como moscas, una y otra vez, como reza el manido tópico, tan recurrente en los densos coloquios de salón en torno al paradójico concepto de la inmortalidad.
Y entre una cosa y la otra, pues se siente sólo, es muy comprensible. Aunque aún conserva la dignidad y no lo paga con nadie. Se limita a llevar su solitaria frente bien arriba.

El pobre Ander está bastante quemado por muchas otras razones, y también literalmente como relataré en breves.
El caso es que tras tener millones de amantes, ya sólo disfruta de darse palillo como un mandril, pues confiesa que no encuentra quien le satisfaga. Aún tiene que recordar a sus amantes el fluir del ritmo, la cadencia o el tacto.
Si es que tiene siglos de experiencia; y encima, ya tiene los instintos atrofiados, como es natural en un ser antinatural.
Esta desidia sexual, en la que no encuentra motivo para actuar más que matar el tedio, impera no sólo a este nivel, sino en todos los ámbitos de su dilatada vida.

Me cuenta que ya ha tenido miles de profesiones, todos los oficios, domina la mayoría de las artes y las ciencias, y que se ha estancado.

El bricolaje lo lleva a cabo con el badajo, sin ir más lejos, tras concienzudas tardes dedicadas a pulir la técnica.
Se sienta ante el piano y encadena sutiles melodías con los pies, juega al ajedrez con los ojos vendados y escuchando a los Dimmu Borgir al mismo tiempo, ha escalado algún que otro ocho mil para escupir desde arriba y volver a bajar, en fin, cuanto pueda hacer un hombre por pasar el rato tras cientos y cientos de años de hastío.

Ha pasado por todas las adicciones posibles, porque es consciente de que no existe el término “sustancia letal” para su cuerpo. Así que se ha podido tirar más de doscientos años metiéndose jaco a gogó, que no ha pasado nada. Además admite que aunque le parecía enormemente más divertido imaginar gilipolleces abstractas que estar obligado a ver gilipolleces concretas, de aquello también se aburrió.

Le ha dado a todo lo habido y por haber, no ha dejado droga tranquilita ahí donde estaba, no.
Pero ya agotó su cupo, ya dejaron de llamarle la atención, y espera a que lxs gilipollas del quimicefa se arranquen con un nuevo ramalazo de inspiración. Porque el domina la química, pero sabe que no hay nada más efectivo que la maldad ajena como fuente de inspiración. Ese tipo de cosas las deja en manos de lxs mortales, que son lo bastante retorcidxs como para crear auténticas genialidades de la autodestrucción. Desde el Actimel hasta el MDMA.

Y en cuanto a la violencia, en fin, que le voy a contar al bueno de Ander Jailander. Más de una vez se ha enfrentado a tal o cual imperio. Y aunque a día de hoy él lo considere una desgracia, tuvo la suerte de que nadie pensara nunca en decapitarle.
Lo que habrá pasado ese hombre cada vez que le han pillado por banda sólo lo sabe él. Porque cuando le empiezan a torturar, aquello es un no parar.

Le han enchufado mil latigazos, le han tirado el aliento de mil vagabundos flatulentos en todo lo alto de la tocha, le han hecho ver “Sálvame”, lo han crucificado, le han dado galletas hasta cansarse, en fin, electrodos, gases, mutilaciones, desmembramientos, privaciones de descanso y comida, todo tipo de humillaciones, goteros sobre el cráneo, y cuanto puedas imaginar. Y ahí estaba el tío, sufriendo como una persona buena que confiase en lxs demás.
Regenerándose por su naturaleza caprichosa, para poder seguir sufriendo otro rato más. Está ya hasta los huevos.
Al final pasa de rebelarse, porque tiene poder como para matar uno por una a seis mil millones de gilipollas, pero es que siempre terminan por reducirle y está más que aburrido de las salas de tortura. Así que mira, a resignarse y gruñir entre dientes. La violencia también ha dejado de parecerle una solución.

Ander habla con fluidez todas las lenguas del globo. Ahora ya se ha hecho mayor y se burla de todo lo que tenga que ver con gentilicios, razas y al final, hasta culturas (y no digamos patrias putas…), pues entiende que es todo lo mismo con sutiles matices pintorescos en función de las coordenadas. Y le revienta ver a lxs gilipollas chauvinistas sentirse especiales o distintxs porque les hayan parido en este palacete maloliente o aquel gueto perfumado.
Pero bueno, para poder espetarles estas simples reflexiones en los morros, se ha molestado en aprender cuantas lenguas ha escuchado por ahí. Y le va bastante bien, nunca fue un apasionado de las exposiciones extensas, pero le basta para poder expresarse con su habitual simpatía hacia lxs mortales tontorronxs.

Aunque sin duda, lo más intenso de su vida han sido sus escarceos con la dama de la guadaña. Ha atravesado un sinfín de situaciones que han terminado por atrofiar también su instinto de supervivencia. Y si disfruta de algo, es de encontrarme a mi para contármelas, porque sabe que el resto de gente me aburre y que sentimos una honesta fascinación recíproca por nuestra paciencia, asi que en fin, nos fuimos a un bar y empezó a relatar, con expresion indiferente…


EPISODIO 1: Huele a quemado.

Me contó Ander que en cierta ocasión cuando aún estaba cargado de impetuoso desdén “juvenil” (aunque sepamos que conceptos como joven o viejo son incompatibles con nuestro desdichado héroe), se enfrentó a la inquisición, pero por pura casualidad. Es mas, la verdad es que como solía pasar, la inquisición se enfrentó a él. No fue exactamente por erigirse en paladín de la cruzada contra la injusticia, ni nada parecido, vamos.

Simplemente andaba él por un sendero, y se distrajo observando cuantas nueces de las que se había molestado en cascar a cabezazos quedaban en su zurrón, aunque siempre haya comido más por amor al arte que por necesidad.

 Mantenía la mirada centrada en su cadera, cuando un frailecillo montado en asno que compartía su camino se acercó demasiado y el asno terminó por pisarle el pie.

El alarido del señor Jailander fue de una cantidad de decibelios atronadora, porque aunque se regenere, que te pise un asno el pie duele, y no hay que bromear con ese sufrimiento que no es poco.

El frailecillo, espantado, y para que negarlo, hasta más arriba de las cejas de lo que se empeñaba en llamar "sangre de Cristo", cayó del asno y fue a dar de bruces contra las heces que había ido depositando el animal con tal de amenizar su marcha soltando lastre. Bastante peso tenía ya encima con el julai aquel, como para soportar voluntariamente y por añadidura todo ese peso interior.

Lo siguiente al alarido de tan desgraciadas consecuencias por parte de Ander fue una blasfemia de tal calibre, que me ahorraré reproducir por pura prudencia. No es que sea un timorato, pero algo tenía que ver con el coño de la madre de Dios, que Juande siempre fue adepto a mentar al prójimo los órganos maternos de su progenitora. Una secuencia de insultos y barbaridades cósmicas y mundanales tan atroz que no la habría podido decir alguien que no hubiese vivido tantos años como él, porque nadie tiene tiempo en una sola vida para aprender a decir algo tan bestia.

Claro, al orondo frailecillo se le helaron los huevos y el alma, y si Ander no pudo ver cuan pálido quedó, fue simplemente porque su palidez estaba oculta por el estiércol que le cubría la cara.
¿El resultado? Ander a la pira.
No sin forcejeos, juramentos, hombres caídos y demás. Pero a la pira.

Le prepararon un bonito altar de leños resecos, le llamaron hijo del diablo (aunque el frailecillo aseguraba que debía ser directamente el padre según la barbaridad que le había oído pronunciar) y condenaron su alma inmortal, ignorando que su cuerpo también era inmortal, para acto seguido dar lumbre a la hoguera con él en el centro.

Ander era inmortal, pero no ignífugo (cachís).

Tras dieciséis horas de olor a carne chamuscada, con la sangre hirviendo, el cerebro ardiendo empujándole a delirar, uñas derretidas, pelo inexistente, y aullidos en fa mayor que pese a salir de las llamas provocaban curiosamente escalofríos, los monjes decidieron poner pies en polvorosa, presas del pánico y conteniéndose para no secundar las blasfemias proferidas por la victima del fuego. Aunque algún cabroncete se quedó dándole vidilla a un fuelle que le habían regalado por Pascua para esas ocasiones especiales e incluso soplando a la vez.

Como no hubo modo de zafarse de los clavos a los que estaba sujeto, allí estuvo hasta que ardió hasta la última de las ramitas dispuestas a sus pies, y eso que los cabrones de los monjes antes de huir despavoridos y haciéndole cortes de mangas desquiciados, renunciaron a toda la leña almacenada para el invierno y la invirtieron en su infierno, acumulando así material para unos días más, por si acaso. La que liaron fue bastante gorda, casi queman el pueblo y al carboncillo que era en aquellos momentos Ander ni se le alcanzaba a ver. 

No lucía su mejor aspecto al liberarse del tormento, la verdad. Ademas había ido soltando ceniza según se regeneraba y se volvía a quemar asi que más que negro estaba gris por la polvareda. Pero se recuperó, se recuperó, porque no le habían decapitado. Y así, tras bloquear a Torquemada y borrarlo de su lista de contactos, se largó de allí sin nueces ni ganas de nada.

Yo, que escuchaba atónito en el bar, observé a Ander observar a su vez la llama del mechero en silencio, porque se quedaba callado con cara de "que harto estoy, copón" cada vez que terminaba de narrarme una de sus tragedias. Pero siempre ponía fin a su silencio y se disponía a empezar de nuevo, pues tenía muchas historias, quizás demasiadas. Pero ya habrá tiempo para eso.