domingo, 12 de enero de 2014

Ander Jailander + Episodio primero: Huele a quemado.


Hacia el mercado iba yo la otra mañana, acompasando mis movimientos al ritmo de risueños silbidos invernales.
Mi estómago acompañaba con su tronante rugir la melodía, pues iba al mercado precisamente a comprar o sisar, según se terciara, algunos kilos de remolachas, que me apetecían bastante.
Y tras cruzar la calle y fundirme entre el gentío hueco que pulula siempre sin objeto por las aceras, me tope frontalmente con mi viejo amigo Ander.  Ander  Jailander, para más señas, así que obviamente, al menos para quienes conozcan tan peculiar saga familiar, lo de “viejo” abarcaba toda connotación y significado que pueda contener tal adjetivo.

Que Ander proviene del celebérrimo clan escocés de los Highlander, (aunque no de un modo directo, pues éste es de la rama del árbol que emigró a Santurze hace ya algunos siglos) y el pobre sólo morirá, y sólo entonces, si le decapitan, porque así ha funcionado siempre su familia, y cada familia tiene sus costumbres, o eso nos hacen creer.
La gente suele exclamar de inmediato “¡Que bicoca!” y Juande responde con la velocidad y soltura que le dan la experiencia de más de dos mil años (su clan es previo al de los gualtrapas de la película) sobre el planeta gris: “Bicoca el coño de tu madre”.

Y es que no está del todo satisfecho con su condición el hombre. Y no precisamente por sus rasgos de zanahorio céltico, que los juicios y prejuicios ajenos los superó hace siglos.
Cada vez que se pone a comentar su situación, acaba como una plañidera. Me invita a tropecientas cervezas, porque él está a salvo de que ninguna cirrosis le mate, y nunca tiene tiempo de contarme todas sus desgracias. Aunque le escuche durante días que se vuelven semanas, que se vuelven meses y me obligan a recordarle: “macho que yo no soy inmortal como tú…”

Siempre empieza por lamentar su soledad. A él eso de haber conocido más gente que nadie no le supone ningún consuelo. De hecho eleva su grito al cielo tildándolos a todxs de gilipollas, cobardes, egoístas, o directamente de ser una conjunción esperpéntica de todo lo anteriormente dicho.
Es más, para él el mundo se divide en dos grandes grupos: lxs gilipollas, y lxs gilipollas que salen al mundo ingenuamente ilusionadxs con conocer gente que no sea gilipollas, aunque sea mintiéndose para así sentirse “super”-afortunadxs. Con todo, él también ha sabido resignarse, hacer de tripas corazón, y, como lxs mortales, obviar la gilipollez ajena y centrarse en sus virtudes puntuales, aún a sabiendas de la realidad.

Y así, engañándose por necesidad como todo hijo de vecino, también ha llegado a querer a algunas personas muy, muy, muy concretas.

Claro, estas personas tan concretas, al ser mortales han ido cayendo como moscas, una y otra vez, como reza el manido tópico, tan recurrente en los densos coloquios de salón en torno al paradójico concepto de la inmortalidad.
Y entre una cosa y la otra, pues se siente sólo, es muy comprensible. Aunque aún conserva la dignidad y no lo paga con nadie. Se limita a llevar su solitaria frente bien arriba.

El pobre Ander está bastante quemado por muchas otras razones, y también literalmente como relataré en breves.
El caso es que tras tener millones de amantes, ya sólo disfruta de darse palillo como un mandril, pues confiesa que no encuentra quien le satisfaga. Aún tiene que recordar a sus amantes el fluir del ritmo, la cadencia o el tacto.
Si es que tiene siglos de experiencia; y encima, ya tiene los instintos atrofiados, como es natural en un ser antinatural.
Esta desidia sexual, en la que no encuentra motivo para actuar más que matar el tedio, impera no sólo a este nivel, sino en todos los ámbitos de su dilatada vida.

Me cuenta que ya ha tenido miles de profesiones, todos los oficios, domina la mayoría de las artes y las ciencias, y que se ha estancado.

El bricolaje lo lleva a cabo con el badajo, sin ir más lejos, tras concienzudas tardes dedicadas a pulir la técnica.
Se sienta ante el piano y encadena sutiles melodías con los pies, juega al ajedrez con los ojos vendados y escuchando a los Dimmu Borgir al mismo tiempo, ha escalado algún que otro ocho mil para escupir desde arriba y volver a bajar, en fin, cuanto pueda hacer un hombre por pasar el rato tras cientos y cientos de años de hastío.

Ha pasado por todas las adicciones posibles, porque es consciente de que no existe el término “sustancia letal” para su cuerpo. Así que se ha podido tirar más de doscientos años metiéndose jaco a gogó, que no ha pasado nada. Además admite que aunque le parecía enormemente más divertido imaginar gilipolleces abstractas que estar obligado a ver gilipolleces concretas, de aquello también se aburrió.

Le ha dado a todo lo habido y por haber, no ha dejado droga tranquilita ahí donde estaba, no.
Pero ya agotó su cupo, ya dejaron de llamarle la atención, y espera a que lxs gilipollas del quimicefa se arranquen con un nuevo ramalazo de inspiración. Porque el domina la química, pero sabe que no hay nada más efectivo que la maldad ajena como fuente de inspiración. Ese tipo de cosas las deja en manos de lxs mortales, que son lo bastante retorcidxs como para crear auténticas genialidades de la autodestrucción. Desde el Actimel hasta el MDMA.

Y en cuanto a la violencia, en fin, que le voy a contar al bueno de Ander Jailander. Más de una vez se ha enfrentado a tal o cual imperio. Y aunque a día de hoy él lo considere una desgracia, tuvo la suerte de que nadie pensara nunca en decapitarle.
Lo que habrá pasado ese hombre cada vez que le han pillado por banda sólo lo sabe él. Porque cuando le empiezan a torturar, aquello es un no parar.

Le han enchufado mil latigazos, le han tirado el aliento de mil vagabundos flatulentos en todo lo alto de la tocha, le han hecho ver “Sálvame”, lo han crucificado, le han dado galletas hasta cansarse, en fin, electrodos, gases, mutilaciones, desmembramientos, privaciones de descanso y comida, todo tipo de humillaciones, goteros sobre el cráneo, y cuanto puedas imaginar. Y ahí estaba el tío, sufriendo como una persona buena que confiase en lxs demás.
Regenerándose por su naturaleza caprichosa, para poder seguir sufriendo otro rato más. Está ya hasta los huevos.
Al final pasa de rebelarse, porque tiene poder como para matar uno por una a seis mil millones de gilipollas, pero es que siempre terminan por reducirle y está más que aburrido de las salas de tortura. Así que mira, a resignarse y gruñir entre dientes. La violencia también ha dejado de parecerle una solución.

Ander habla con fluidez todas las lenguas del globo. Ahora ya se ha hecho mayor y se burla de todo lo que tenga que ver con gentilicios, razas y al final, hasta culturas (y no digamos patrias putas…), pues entiende que es todo lo mismo con sutiles matices pintorescos en función de las coordenadas. Y le revienta ver a lxs gilipollas chauvinistas sentirse especiales o distintxs porque les hayan parido en este palacete maloliente o aquel gueto perfumado.
Pero bueno, para poder espetarles estas simples reflexiones en los morros, se ha molestado en aprender cuantas lenguas ha escuchado por ahí. Y le va bastante bien, nunca fue un apasionado de las exposiciones extensas, pero le basta para poder expresarse con su habitual simpatía hacia lxs mortales tontorronxs.

Aunque sin duda, lo más intenso de su vida han sido sus escarceos con la dama de la guadaña. Ha atravesado un sinfín de situaciones que han terminado por atrofiar también su instinto de supervivencia. Y si disfruta de algo, es de encontrarme a mi para contármelas, porque sabe que el resto de gente me aburre y que sentimos una honesta fascinación recíproca por nuestra paciencia, asi que en fin, nos fuimos a un bar y empezó a relatar, con expresion indiferente…


EPISODIO 1: Huele a quemado.

Me contó Ander que en cierta ocasión cuando aún estaba cargado de impetuoso desdén “juvenil” (aunque sepamos que conceptos como joven o viejo son incompatibles con nuestro desdichado héroe), se enfrentó a la inquisición, pero por pura casualidad. Es mas, la verdad es que como solía pasar, la inquisición se enfrentó a él. No fue exactamente por erigirse en paladín de la cruzada contra la injusticia, ni nada parecido, vamos.

Simplemente andaba él por un sendero, y se distrajo observando cuantas nueces de las que se había molestado en cascar a cabezazos quedaban en su zurrón, aunque siempre haya comido más por amor al arte que por necesidad.

 Mantenía la mirada centrada en su cadera, cuando un frailecillo montado en asno que compartía su camino se acercó demasiado y el asno terminó por pisarle el pie.

El alarido del señor Jailander fue de una cantidad de decibelios atronadora, porque aunque se regenere, que te pise un asno el pie duele, y no hay que bromear con ese sufrimiento que no es poco.

El frailecillo, espantado, y para que negarlo, hasta más arriba de las cejas de lo que se empeñaba en llamar "sangre de Cristo", cayó del asno y fue a dar de bruces contra las heces que había ido depositando el animal con tal de amenizar su marcha soltando lastre. Bastante peso tenía ya encima con el julai aquel, como para soportar voluntariamente y por añadidura todo ese peso interior.

Lo siguiente al alarido de tan desgraciadas consecuencias por parte de Ander fue una blasfemia de tal calibre, que me ahorraré reproducir por pura prudencia. No es que sea un timorato, pero algo tenía que ver con el coño de la madre de Dios, que Juande siempre fue adepto a mentar al prójimo los órganos maternos de su progenitora. Una secuencia de insultos y barbaridades cósmicas y mundanales tan atroz que no la habría podido decir alguien que no hubiese vivido tantos años como él, porque nadie tiene tiempo en una sola vida para aprender a decir algo tan bestia.

Claro, al orondo frailecillo se le helaron los huevos y el alma, y si Ander no pudo ver cuan pálido quedó, fue simplemente porque su palidez estaba oculta por el estiércol que le cubría la cara.
¿El resultado? Ander a la pira.
No sin forcejeos, juramentos, hombres caídos y demás. Pero a la pira.

Le prepararon un bonito altar de leños resecos, le llamaron hijo del diablo (aunque el frailecillo aseguraba que debía ser directamente el padre según la barbaridad que le había oído pronunciar) y condenaron su alma inmortal, ignorando que su cuerpo también era inmortal, para acto seguido dar lumbre a la hoguera con él en el centro.

Ander era inmortal, pero no ignífugo (cachís).

Tras dieciséis horas de olor a carne chamuscada, con la sangre hirviendo, el cerebro ardiendo empujándole a delirar, uñas derretidas, pelo inexistente, y aullidos en fa mayor que pese a salir de las llamas provocaban curiosamente escalofríos, los monjes decidieron poner pies en polvorosa, presas del pánico y conteniéndose para no secundar las blasfemias proferidas por la victima del fuego. Aunque algún cabroncete se quedó dándole vidilla a un fuelle que le habían regalado por Pascua para esas ocasiones especiales e incluso soplando a la vez.

Como no hubo modo de zafarse de los clavos a los que estaba sujeto, allí estuvo hasta que ardió hasta la última de las ramitas dispuestas a sus pies, y eso que los cabrones de los monjes antes de huir despavoridos y haciéndole cortes de mangas desquiciados, renunciaron a toda la leña almacenada para el invierno y la invirtieron en su infierno, acumulando así material para unos días más, por si acaso. La que liaron fue bastante gorda, casi queman el pueblo y al carboncillo que era en aquellos momentos Ander ni se le alcanzaba a ver. 

No lucía su mejor aspecto al liberarse del tormento, la verdad. Ademas había ido soltando ceniza según se regeneraba y se volvía a quemar asi que más que negro estaba gris por la polvareda. Pero se recuperó, se recuperó, porque no le habían decapitado. Y así, tras bloquear a Torquemada y borrarlo de su lista de contactos, se largó de allí sin nueces ni ganas de nada.

Yo, que escuchaba atónito en el bar, observé a Ander observar a su vez la llama del mechero en silencio, porque se quedaba callado con cara de "que harto estoy, copón" cada vez que terminaba de narrarme una de sus tragedias. Pero siempre ponía fin a su silencio y se disponía a empezar de nuevo, pues tenía muchas historias, quizás demasiadas. Pero ya habrá tiempo para eso.