martes, 30 de junio de 2015

Leyenda de dos princesas y un dragón.


En un reino más o menos lejano, vivían dos princesas llamadas Alma y Astrid.
Se querían y cuidaban mucho y eran unas aventureras de mucho cuidado.
Todo el mundo se divertía mucho con sus ocurrencias.
A su vez, más o menos lejos de allí vivía un dragón, un gran dragón llamado Alcachofo, nombre que le pusieron con sorna el resto de dragones, porque él no comía humanos, ni vacas, ni cerdos, ni perros, él sólo comía plantas y usaba su feroz aliento de fuego para asar pimientos.
Esto le convirtió en un dragón algo tímido y aislado del resto de dragones, que nunca querían acompañarlo a merendar. Así que merendaba sólo, pero contento de ser amigo de los humanos y los animales.
Una buena mañana, Alma, que tenía una admirable vocación de ornitóloga y sentía fascinación por la naturaleza, decidió pintarse el pelo de color verde para camuflarse mejor entre las plantas y los arbustos y así observar a los pajaritos, aprender sus cantos y pintarlos, pues era una fantástica cantante y una pintora de excepción.
Fue a sorprender a Astrid con su nueva imagen:
-Hola Astrid, ¡mi valiente hermana!
-¡Hala! Que pelo tan bonito llevas, ¡aunque pareces un vegetal!
-¡Lo sé! Quiero ir al valle Lechiposo, a camuflarme entre la maleza, ¡ahora es primavera y se llena de pájaros y aves por todas partes!
-Sí, es una idea fantástica, así podrás aprender de ellos sin molestar su paz.
-¡Eso mismo me han dicho todos! Además dicen que el pelo verde es muy bonito, incluso Sansón, el herrero, me ha dicho que tal vez se lo pintaba él también ji, ji, ji
-¡Estará bonito cuando lo haga! Tú ahora ten cuidado en el valle, es un sitio pacífico, ¡pero nunca se sabe!
-Lo haré, ¡gracias por preocuparte Astrid! ¿Qué vas a hacer tú?
-¡Oh! Yo me quedaré aquí entrenando, ¡quiero correr más rápido y saltar más alto que ayer! ¿Sabes Alma? El otro día me costó mucho sacar a un perrito que había caído en el río, ¡debo estar más preparada!
-¡Tienes toda la razón! ¡Me voy ya! Te traeré pájaros, ¡pintados, eso sí!
-Vale, ¡hasta luego! ¡Yo intentaré preparar una receta nueva para la cena más tarde!




El valle Lechiposo, como era conocido en todo el planeta, por su singularidad y belleza, recibía su nombre de las lechugas y las mariposas que lo inundaban por doquier.
Aquel era un valle que por supuesto hacía las delicias de nuestro querido dragón Alcachofo, quien se dirigía también hacia allí a toda velocidad, creando auténticos ríos con la baba que le caía al pensar en las lechugas que devoraría…  ¡le encantaban las lechugas!
Allí se encontraba ya agazapada Alma, observando el paisaje cuando un estornudo la hizo sacudirse y esto llamó la atención de Alcachofo que al instante exclamó en su idioma dragón:
- ¡Albricias! ¡Una lechuga que estornuda y se menea!
Pues al volar tan alto y ser un poco miope, la había confundido con una lechuga al ver su pelo verde. Así que raudo y veloz se lanzó en picado, y apresándola entre sus garras, se la llevo a dar un paseo por las nubes, de camino a su cueva.
Pensaba en recetas mientras surcaba los cielos, pero por otra parte, más allá del hambre que le atenazaba la panza, sentía curiosidad por aquella extraña lechuga que se movía, gritaba y pataleaba, y pensó que quizás la estudiaría un rato al llegar a su morada.

Mientras tanto, Astrid completaba su durísimo entrenamiento en el jardín, cuando de repente, presintió el peligro.
Ella y Alma se entendían y querían tanto que sabían de inmediato cuando la otra estaba feliz, preocupada, triste o estaba en peligro, sin importar cuanta distancia las separará. Solo las princesas que se quieren mucho consiguen jamás algo así.
Así que tan llena de valor como siempre, cogió su escudo de madera y se preparó para salir presta al rescate de su hermana. Ella no usaba espada, porque era demasiado inteligente como para necesitar atacar a nadie. Atacar era para los tontos, ella siempre ganaba usando la inteligencia y así nunca necesitaba provocar heridas a ningún adversario.
Pero antes de salir del castillo, se dio cuenta de que estaba bastante cansada después del ejercicio y pensó, o más bien sabía, que encontraría a su hermana bastante hambrienta también, así que antes de partir preparó una gran cesta con muchas frutas, nueces, almendras... ¡y por supuesto espinacas que les darían fuerzas!
Cargando con el escudo y la cesta de la comida, se encaminó hacia el valle Lechiposo, donde encontró un montón de esas mariposas rosas que siempre aparecían al atardecer. Ellas habían visto lo sucedido y se ofrecieron a acompañar a la heroína Astrid en su aventura.
Con la ayuda de estas mariposas y el viscoso rastro de baba que Alcachofo dejaba a su paso, Astrid tuvo suficiente como para encontrar el camino hacia su cueva.
El camino fue largo y duro, atravesó muchos obstáculos y ansiaba rescatar a su hermana, pero ella era tan valiente y decidida y las nueces le dieron tanta energía, que al final lo superó como si de un paseo se tratase.
Había llegado ya al hogar de Alcachofo, y escondida tras la puerta, trazaba planes para liberar a su hermana querida de las fauces del monstruo, porque ella siempre tenía algún buen plan, cuando escuchó risas que venían desde dentro. Risas de dragón… y de Alma!

¡Entró sorprendida y descubrió que Alma y Alcachofo se habían hecho amigos! En cuestión de horas, Alma había aprendido incluso a hablar el dragonolo, el idioma dragón. ¡Que lista era!

-¡Astrid! ¡Adelante!-dijo Alma sorprendida al ver aparecer a su hermana-.
-Pero… ¿¿estás bien??
-Sí, ¡claro! Éste grandullón se llama Alcachofo, ¡y es mi nuevo amigo!
-¡Pensé que quería echarte salsa por encima y devorarte!
-Oh no, no, él come únicamente frutas saludables y legumbres que le dan vigor. ¿Verdad, Alcachofo? –preguntó dirigiéndose al dragón, que tímido como era y sin entender el idioma de las niñas, estaba sonrojado en un rincón ante la presencia de la nueva visitante.
Volvió a preguntarle en dragonolo, y el dragón asintió con una sonrisa enorme que hizo respirar de alivio a Astrid.
-¡Pues fantástico! –exclamó la pequeña heroína- Vine tan aprisa como pude, creyéndote en peligro hermanita mía. Pero si estamos con un amigo… ¡hay algo que quiero mostraros!
Entró entonces la cesta de las viandas, que había dejado fuera por precaución, hasta completar el rescate, y aquello alegró mucho a Alma, pero sobretodo a Alcachofo, cuyos ojos brillaron, enormes como eran, de puro placer. ¡Cuantas cosas ricas contenía aquella cesta!
Al principio comía despacito porque todo aquello era muy pequeñito para su enorme boca, pero las princesas lo calmaron diciéndole que podía acompañarlas a palacio donde había verduras, setas y zumos en abundancia.
Era lo único que faltaba para que se hicieran amigos para siempre los tres.
Alcachofo las llevo volando a casa, con las mariposas rosas como séquito. Y aunque al principio en palacio todos se pusieron pálidos del susto al ver al dragón volando directo hacia allí, pronto gracias a las traducciones de Alma, se dieron cuenta de que Alcachofo era un dragón benévolo con un corazón tan grande como sus enormes colmillos. Así que no hubo ningún problema en que se quedase en palacio.
Su vida se volvió entonces muy feliz.
Ayudaba a diario a entrenar a Astrid y la preparaba para ser una gran heroína aunque tenía que tener cuidado de no pisarla porque tenía unas patas enormes. También compartían recetas hechas con plantas y ambos se chupaban los dedos. Cada uno los suyos, porque los dedos de Alcachofo eran como Astrid entera.
Por supuesto también se llevaba a Alma a navegar por los aires, desde donde los pájaros se veían mucho mejor y le enseñaba a hablar dragonolo cada vez que tenía ocasión.
Alcachofo, siempre había sido tímido y se había sentido un poco sólo, pero con dos amigas tan valientes ya nunca más sintió dudas.
Ayudaba mucho en palacio, encendía la chimenea en invierno con su aliento y daba sombra en verano durmiendo mientras flotaba encima del castillo. El rey cambiaba cada día, porque en aquel reino todo el mundo podía ser rey o reina, pero fuese quien fuese, siempre adoraba al dragón.
Así fueron felices siempre en la corte el dragón, las princesas y todos los presentes. Por supuesto junto al revoltoso montón de mariposas rosas, que también decidieron quedarse.