domingo, 29 de mayo de 2016

Insomnia


Había una temperatura muy agradable, los pajarillos componían espontaneas melodías primaverales y su trinar pronto encendió la llama de la pasión en Hipnos y Nix, que intercambiaron algunas miradas; inocente preludio a como follaban desgarradoramente instantes después.
Se lo pasaron bastante bien y transcurridos nueve meses, llegó al mundo, a su mundo divino un par de escalones sobre el nuestro, el bueno de Morfeo.

Morfeo siempre fue un poco distraído, bostezaba mucho en clase, pero seguía siendo un dios y poca gente tiene semejante excusa para darse a la procrastinación, hay que admitirlo. Si alguien puede pensar “ya lo haré después”, es un dios. Máxime el dios de toda pereza, sopor y asueto.
Así creció el chaval, sesteando en todo momento, dejándolo todo para más tarde y sobre todo disfrutando su divino oficio, que era el de hacer sestear a gustito a toda criatura viviente.
Se lo trabajaba con bastante esmero, no dejaba nada al azar. Puso en la tierra todo cuanto pudiera ayudarnos a nosotros los mortales a roncar a cuantos más decibelios mejor. El inventó las hamacas. El inventó los sedantes y los narcóticos. El inventó la contabilidad. El inventó todo lo que pueda sumir a alguien en un letargo aplastante de difícil vuelta atrás.
Pero lo cierto es que últimamente andaba algo mosca, algo le quitaba el sueño. La humanidad de unos siglos a esta parte se rebelaba. Que si el spiz, que si el café. El ritmo de vida moderno, el estrés, la angustia existencial empujada al límite de la resistencia humana. Violencia, injusticia, raves, toda su experiencia parecía ser inútil ante este dantesco nuevo escenario que se presentaba ante las fuentes de legañas que tenía por ojos. Y siendo perezoso por naturaleza y no pudiendo comprender la obstinación humana en oponerse a sus designios, dijo basta. Y se largó. “Si Nueva York nunca duerme, pues que se joda Nueva York”.
 Si nos ponemos por un momento en su piel, no podemos culpar a Morfeo por ello.

En el Olimpo no tardaron en darse cuenta de la gravedad de la situación ante la dimisión del que nos hacía dormir a todos, y con las caras ojerosas y algunos espasmos propios de quien no duerme en unos cuantos días (las deidades también necesitan descansar, aunque sea el séptimo día de la semana y desoyendo las oraciones de quienes van a misa, porque el día de descanso es sagrado) se reunieron en la gran sala de las decisiones importantes. Otro de los presuntos picaderos de Hipnos y Nix, aunque esto es solo un rumor. Rogaron a los hermanos de Morfeo que le convencieran de su retorno, pero estos estaban demasiado ocupados con lo suyo y además eran los únicos que conseguían dormir y se lavaban las manos. Ante esta negativa solo les quedaba la aún mayor indignidad de ser ellos quienes suplicaran, pero Morfeo se había largado muy lejos y la única pista que tenían de él venía de Españistán, enclave que daba cobijo a tantxs gandules que encontrarle habría sido poco menos que imposible. Decidieron simplemente buscarle substituto, varios substitutos pues no esperaban que un solo mortal pudiera encargarse de toda una misión celestial, y para ello pusieron anuncios en los periódicos de todo el mundo.
Recibieron respuestas rápida y masivamente (la puta crisis) y más que hubieran recibido si algunas personas no se hubieran desalentado al ver “ya hay dos millones de candidatos para esta oferta”. El trabajo fue suyo para leer todos aquellos currículos abyectos de la más sometida humanidad. Aunque también se rieron un rato al ver que algunos paletos de espectacular hipertrofia basada en anabolizantes se ofrecían como “tronistas” para posar sus nalgas en la sagrada butaca regia del huido dios del sueño. Debieron haberse equivocado, nadie envía una misiva al Olimpo con semejante caligrafía idiota.
En cualquier caso pronto empezaron las prácticas, por aquí y por allá. Miles de novatos distribuidos por zonas geográficas a lo largo y ancho del globo empezaban su nuevo trabajo con entusiasmo. Usaban todos los trucos a su alcance, ponían casettes donde se escuchaba a Hermida divagar sobre la mecánica de los tractores, le cambiaban a la gente los cómics de superhéroes  por densos volúmenes sobre historia regional uzbeka del siglo tres, y en definitiva se dejaban la piel en que la gente sintiese los párpados volverse plomo. Hay que reconocer que en ocasiones les salía mal el tema y ponían los casettes donde no debían, provocando accidentes múltiples que causaban decenas de bajas sangrientas. Gajes de la inexperiencia, claro está, pero Hades prohibió queja alguna a este respecto allá en las alturas, y repetía satisfecho: “¡Becarios sí!” Y... ¿quién osa discrepar ante Hades y su guadaña?
Así que pasaron algunos meses de caos y confusión en la tierra, con el descanso en manos de novatos compitiendo por quedarse con el puesto, que empeoraba el atolladero en que ya de por sí se había convertido la existencia humana y precipitaba a un vértigo mucho mayor su ya irrefrenable descenso por el abismo.
También se dieron casos de novatos que apenas llegaron a entender su nuevo trabajo. Y sobre uno de estos casos es que versa este relato.


Llegados a éste punto, es menester hacer un breve inciso histórico y teológico;
Hubo una vez en que la humanidad pretendía hacer una torre que llegara hasta los cielos, desafiando con ello al creador y poseedor de todo primigenio copyright. Cuando el susodicho se enteró,  los condenó a hablar todo tipo de lenguas distintas para entorpecer el proyecto y todas sus relaciones. Pero los humanos , astutos, reaccionaron volviéndose poliglotas. Contrariado, y pidiendo consejo al inframundo porque en él mismo no existía la malicia necesaria para contraatacar, creó el alemán. Ahí ya lo reventó todo y la torre se fue al carajo (otro día explicaré el suceso a fondo, hoy quería solo hacer una referencia fugaz y sin atender en demasía a los detalles).
Hasta aquí este imprescindible inciso que nos pone en contexto.

El alemán, creado a partir de una idea fraguada en los abismos del Averno y como castigo a la humanidad, es demasiado difícil hasta para los alemanes. Y la pareja de alemanes que envió su currículo al Olimpo para encargarse del sueño en la comarca de Hessen, ni siquiera tenía claro de que iba todo aquello.  Algo de “gente durmiendo”. Arbeiten y schlafen, trabajar y dormir, dos conceptos opuestos hasta en los idiomas con sentido.
Este par de gráciles y rubicundas criaturas, que respondían a los nombres de Werner y Gunter, se plantaron allí y pensando que no tenían nada que perder por el intento, pronto aceptaron el puesto y se pusieron manos a la obra.
En realidad, manos a las obras. Lo interpretaron todo a la inversa, creyendo que su trabajo era que nadie durmiese (consecuencias de pretender comunicarse usando un idioma que es más bien un jeroglífico demoníaco), y para ello sus mejores armas serían el martillo y el taladro. Así, empezaron a desatar su furia a la vera de cualquier hijo de vecino que amenazara con cerrar sus ojos y disfrutar del merecido (o no) reposo en Hessen.
Yo soy de esos pobres desgraciados que se siente abandonado por Morfeo, y aun peor, que habita en Hessen. No solo se fue el dios del eterno sopor. Además ahora los custodios de mi descanso son dos gualtrapas que en cuanto ven que mi cuerpo se rinde, corren a ejecutar su labor con estricta eficiencia germánica. Martillazo va, martillazo viene. Tienen las paredes de mi edificio como un queso gruyere.  La otra mañana, desquiciado, me asomé por la ventana y vi que habían empezado a practicar orificios en el techo, porque ya no hay espacio para hacer un solo agujero más en la pared; aunque lo intentasen con una broca de tres milímetros, simplemente no hay espacio para más agujeros. Solo la gracia divina que les han concedido explica cómo pueden esas paredes y por ende todo el edificio, erguirse aún en su estoica resistencia.
Sueño con que los echen pronto por inútiles. Pero intuyo que en el Olimpo ya duermen a gusto y que no se ofuscan mucho ante la idea de que Hessen se convierta en la excepción que confirma la regla del descanso en la tierra.
Así que estoy atrapado bajo la tiranía de estos dos patanes contra los que nada puedo hacer, y no sé si culpar a Morfeo, al idioma alemán o al edificio por no aparcar la cabezonería y derrumbarse de una definitiva y liberadora vez.

Si este relato trágico te ha adormecido en algún momento, significa que estas lejos del alcance de Werner y Gunter. No te envidio cochinamente. De verdad, me alegro por ti.