lunes, 9 de octubre de 2017

Esquizofrenia paranoide positiva

Vivir en los infiernos es a día de hoy un tostonazo de época. Otrora tenía algunos alicientes, pero desde que era prácticamente la población mundial la que tentaba a los demonios y no a la inversa como manda la tradición, la siempre satisfactoria tarea de pervertir a los espíritus más bondadosos ya adolecía de mérito alguno y los entes destinados a perpetuarla mostrábanse apáticos y desganados. La gente nacía ya completamente envilecida sin necesidad de empujoncito alguno.
¿Qué hacer entonces? Bueno, muchos de estos demonios ociosos se entregaban a los vicios, otros a los pasatiempos, algunos simplemente caían en depresiones que les postraban en sus camas durante centurias y otros pocos decidían que había llegado el momento de explorar nuevos horizontes.  Si bien el oficio de incubo no era nada nuevo y existían auténticos especialistas en la materia, algunos de los demonios más soñadores se habían enrolado en los cursos maléficos sobre la materia, buscando al menos algo que los sacase de su rutina de hastío y considerando que al menos se hincharían a follar con su nuevo rol.
Entre estos ahora medianamente esperanzados se hallaba Aurelioth, quizás una de las victimas más sensibles de la nueva y tenebrosa actitud humana. Porque Aurelioth había sido uno de los instigadores de mayor reputación en los cuatro puntos cardinales de aquel infierno. Se decía de él que Satanás le temía ya que Aurelioth no tenía alma a la que poder poseer ni castigar. Portaba en su ser el pozo de negrura más oscuro jamás creado, la antítesis del amor universal, con cuernos y un rabo gigantesco amén de una cola para espantar las moscas.
Aurelioth el que hacía rechinar los dientes de Satanás ahora estaba siendo instruido en el complejo arte de la seducción nocturna, y una vez completadas todas las asignaturas y habiendo realizado las pertinentes horas de prácticas, demasiado a menudo concluídas con asesinato gratuito e injustificable a todas luces, se le dio el carnet y se le envió a pasear por la faz terrestre, con gran alivio para los moradores del lago de azufre.
El tío vivió incontables aventuras e hizo vivir incontables desventuras, y lo cierto es que le fue bastante bien. No le costó mucho integrarse en la bandada de auténticas bestias salvajes conformada por los humanos y hasta le caían bien. Pero Dios los cría y ellos se juntan y un buen día Aurelioth conoció el amor, habiendo hallado a una mujer tan distinta y tan parecida a él; una mujer con alma, pero un alma tan perturbadora y catastrófica que estremecía y fascinaba a nuestro ilustre enviado de las profundidades.
El resto de demonios que pululaban desde el primer día con él, le advertían: «Aurelioth tío, aléjate de ella, no puede acabar bien», «Venga macho, una sola pizca más de maldad en ti colapsará el universo, no nos busques la ruina a todos cabrón». ¿Pero Aurelioth qué iba a decir? El amor es imbécil, así que se limitó a decapitar a todos sus coleguitas y a entregarse en cuerpo, que alma no tenía, a la mujer llamada Ira por sus amistades y que bien podría ocupar el trono de Satán en la eterna oscuridad absoluta.
Nueve meses después de esta aberrante unión, nació Tomasín.

Os podéis imaginar qué clase de bicho era Tomasín, toda una promesa de Guardia Civil por pulir… y sin embargo debemos admitir que hizo lo que pudo y sobrevivió sin que la sensatez obrara en nadie y acabase con su vida precozmente. Abandonado entre insultos y escupitajos desde el primer día, creció a duras penas y sin demasiada rectitud ni estabilidad, aunque de poco le hubieran servido. Portaba la sangre más negra que el petróleo y nunca tuvo una sola idea buena. Fue el único superviviente de las llamas en los pocos orfanatos que cometieron la insensatez de albergarlo y pronto las autoridades estaban advertidas y huían de él.
Y en su adolescencia, marcada por los rituales autodidactas con baños de sangre de chicas, chicos y por alguna razón inexplicable, muchos hámsteres que para más INRI eran bizcos por requerimiento del guión, se obró un cambio en su psique que procedo a explicaros porque tiene tela el asunto.

Todo empezó una tarde de esas en las que iba a robar el dinero que la gente deposita en las estúpidas maquinas de velitas electrónicas de la iglesia, una muestra de falsedad que no desentona en absoluto con el contexto que la enmarca. Quería comprarse un puñal y pensó «que lo pague la fe cristiana que es quien lo va a disfrutar más a fondo». Se puso manos a la obra enseguida y habiendo  superado el trámite y ya con todo el botín en sus manos despiadadas y adolescentes, de repente una voz exclamó en su interior «COMPRA CON ESTE DINERO CALZADO PARA LOS POBRES».
Redios, ¡qué salto dio el pobre Tomasín! Lanzó el sucio dinero, siempre sucio pero este aún más, contra la cara de una señora que pasaba por allí y huyó como alma que llevan los ángeles hasta un rincón en el que hacerse un ovillo y llorar. Confundido y extremadamente atemorizado, esperó que el trance cayera en el olvido para siempre.

Pero una vez calmado, y habiéndose puesto en pie, de nuevo retumbó la voz: «SONRÍE A ESE NIÑO». Tomasín, haciendo esfuerzos propios de un suicida luchando contra su propio instinto de supervivencia y entre sudores fríos causados por el pánico, obedeció. El niño le devolvió la sonrisa y eso si que le jodió pero bien. Eso lo destrozó por completo. Ahora sentía más repulsión por sí mismo que por sus congéneres, y era una sensación intensa a más no poder, pero aún así no tan intensa como el pavor que le producía la voz de sus entrañas y una supuesta, difícilmente imaginable, desobediencia a la misma.
«RECÓGELE EL DINERO A ESE CABALLERO, QUE SE LE HA CAÍDO», ¡aunque Tomasín supiera a ciencia cierta que era un traficante de armas sin escrúpulos! En la cola del supermercado: «TOMASÍN DEJA PASAR”, en los lavabos públicos: «LIMPIA ESAS MANCHAS DE LA PARED». Tomasín andaba desquiciado, atormentándose por hacer el bien en contra de su propia naturaleza y por supuesto en contra de su propia voluntad.
Había desarrollado un trastorno que venía a aportar algo de luz al complicado escenario humano. Dio ejemplo a mucha gente que poco a poco fue cambiando su conducta y esforzándose por ser amable y solícita en el trato al prójimo.
Y eso mientras se cagaba en su puta estampa y procuraba soliviantarse por todos los medios. «HAZ UNA REVERENCIA HUMILDE A ESA SEÑORA», «BAJA AL GATITO DEL ÁRBOL», «APAGA ESE TELEVISOR» , «OFRÉCELE TU ABRIGO A ESE MENDIGO», «TIRA A LA BASURA ESA CAMISETA DE LA FALANGE» , «AYUDA A ESE ABUELO A CRUZAR LA CALLE» y en resumidas cuentas, «HAZ EL BIEN» a todas horas. Así sufrió entre sonrisas trémulas y dementes hasta el último de sus días, componiendo delicados poemas para el rocío del alba mientras notaba por dentro como le iban faltando santos para cagarse en ellos.

Tomasín será canonizado, eso es algo que nada ni nadie podrá impedir. Y tampoco podrá nadie decir de él que no haya padecido martirio o no haya entregado su vida al bien, aunque el odio que crecía en su ser sea virtualmente imposible de ser descrito mediante palabras. Tomasín se daba cabezazos contra la pared, y después limpiaba los restos de su sangre con esmero. Condenado a hacer el bien en un mundo que nunca lo mereció.




domingo, 4 de junio de 2017

Fuga de cerebros


   Paseaba por las tierras de mi hermana la reina; tierras hermosas, frondosas y feraces; pero sobre todo, tierras extensas. Inspirada por el paisaje, me dejaba guiar por los sentidos; ahora un aroma, luego un color, aquellas texturas y sabores, después un sonido. Así deambulé libremente presa del deleite durante no sabría decir cuánto rato, hasta que una repentina fragancia, cautivó por completo mi olfato. Desde la más tierna edad había sentido una intensa predilección por el olor de la lavanda y lo conocía bien. Y allí estaba, con muchísima fuerza, aunque con un matiz nuevo y desconocido para mí, arrastrándome hacia él.

   No fue sencillo seguir aquel rastro, pues aunque era intenso su origen resultaba confuso, y hube de perderme en varios intentos e incluso sopesar si rechazaba darme el gusto, pero la suerte me sonrió y terminé por hallarlo, caprichosamente escondido tras unos arbustos.

   Un pozo majestuoso exhalaba aquel lindo olor y ambos, su olor y su majestuosidad me detuvieron en seco al llegar a su situación. Debía tratarse de un pozo milenario de marcado carácter místico, pues presa de un hechizo vi mis pies dirigirse al mismo y mis ojos mirar dentro con implacable resolución, sin que la duda produjese en mí el menor atisbo, sin que lo desconocido produjese en mí el menor temor. 

   Al postrarme y observar descubrí algo inaudito: mucho de lo que se consideraba en este mundo perdido, no lo estaba, sino que había ido a parar al interior del pétreo círculo.
   No me refiero a objetos ni bienes materiales, sino a pensamientos, deseos, emociones, miedos. A todo aquello que solo en el alma o en la cabeza cabe.
Tampoco a algo que se reduzca a hoy ni a estas tierras regias, sino que abarca todo lugar y tiempo. Allí estaba todo lo perdido en todas partes desde la creación del firmamento.

   Recuperándome del susto pensé que tal maravilla poseía un sólido sentido, a alguna parte van todas las cosas y aunque creyeras barrerlas debajo de una alfombra y con ello haberlas reprimido, estas se trastrocaron, condensándose en este fragante líquido.
   Sin embargo tras la comprensión, sucedió algo no tan maravilloso, más bien una suerte de privilegiado contratiempo; y es que el pozo me tomó como su cómplice y decidió compartir desde entonces todo su saber conmigo, desbordando mi conocimiento. 

   Así empieza toda mi sabiduría, conformado por el interior de cada ser sintiente en este mundo, y con él toda mi miseria, pues si la ignorancia da la felicidad, yo ya no ignoro más; cargo por ello con el peso más profundo.

   Ahora conozco la naturaleza de tu melancolía, cuando te constriñe la rutina y agobiado miras por la ventana. Todas esas añoradas palmeras que imaginas en lontananza mientras las nubes grises y las horas de trabajo te aplastan.

   Soy conciente de tus complejos y la repulsa que sientes por ti mismo en ciertos aspectos, de cómo eso te subyuga y no te deja disfrutar del silencio.

   Conozco los sueños que olvidas al sentarte en el borde de la cama, mientras aún bostezas y reniegas de tu horario; tú los dabas por perdidos, y ahora yo los he encontrado. Sueños que te indicaban el camino a seguir, que te ayudaban y ofrecían soluciones. Sueños que se evaporaron entre tu cansancio y que ahora están a mi merced, en mis manos.

    Del mismo modo sé de cada una de tus metas y aspiraciones no concluidas, todos los planes no realizados. De proyectos desechados, de aspiraciones frustradas, de las soluciones que necesitabas ayer pero que se te ocurrirán tarde, porque se te ocurrirán mañana.

   De miedos y secretos, de tormentos que deseas reprimir a cualquier precio, y crees que lo has logrado y que nadie sabe de ellos, pero estaban todos en el pozo, aguardando mi encuentro. Sé cómo te avergüenzas y sufres, cómo te oprime el recuerdo, y no puedo hacer nada por aliviarte, aunque cargue también con tu peso. Adenda el mío. Adenda el del resto.

   De los recuerdos que para ti no existen pues han volado como plumas, yo conozco todo tu pasado. ¿Recuerdas que te regalaron por tu quinto cumpleaños? ¿Y por el cuarto? ¿Recuerdas cuando siendo una niña miraste la luna, subida en aquel árbol?

   Sé de tus fantasías sexuales, de tus amantes en tímido silencio, de tus lealtades e infidelidades. Sé de tu intimidad, de tu soledad y de cuanto calles, todo va al mismo sitio y ahora de ese sitio formo parte.

   Sé incluso que es obvio y meridiano, que muy a mi pesar, sé demasiado.

   Y tras mi hallazgo, se han sucedido las consecuencias, fatales para mí. Mi hermana la reina se percató de cuanto sabía y no toleró que hubiese tal amenaza para sus designios, ha sucumbido al pánico y se siente infeliz.

   Me amaba con locura y apuesto a que aún lo hace, pero no puede permitir ser interiormente desnudada por su propio linaje. Así que de modo prudente y preventivo, sin rencor ni odio alguno, sino solo por lo que pudiese pasar, ha mandado tapiar el pozo y también decapitarme.

   Ciertamente pensó primero que podría guardar mi testa como recipiente del saber acumulado, ya privada del riesgo que suponía mi impredecible voluntad. Más meditando largas noches, con miedo de no dejar escapar nada que yo pudiese aprovechar, resolvió cercenar mi cabeza, y arrojarla luego al pozo intentando (o al menos eso ha dicho) no mirar.

   El mil veces maldito pozo, con su embriagador olor a lavanda, me atrajo como a una boba y me trajo la desgracia.
Y no me refiero al fin de mis días, que para mí será un alivio, si no a cada uno de los segundos en los que he sabido todo, a cada uno de los segundos de este insufrible martirio.

   Al alba mi cuello será atravesado por una cuchilla y poco después mi cabeza se hundirá en el pozo de las ideas perdidas, y ya no habrá para mi más saber ni ignorancia, ni todo ni nada, ni miedo a la muerte, ni miedo a la vida.

   La reina se halla ante la terrible tesitura de tener que sacrificar a su hermana para proteger su reinado y su reino, pero esto le duele tanto, que aunque no quiera ver mi cabeza ni en pintura, me ha prometido que mandará retratar mi cuerpo.
   Es grande el amor que siente por mí, de eso no dudo, pero temo (porque sé) que mucho mayor es su miedo.
 



jueves, 25 de mayo de 2017

Waldeinsamkeit

Habiendo sucumbido la madre Gea ante el imparable avance del plástico, los residuos y el hormigón asfixiantes, tan solo unos pocos reductos de vida y naturaleza sobrevivieron sobre ella. Y probablemente a causa del instinto, toda la fauna del globo emigró hacia uno de estos escasos huecos que podía ofrecerle cobijo. Aunque necesitaron algún tiempo para adaptarse, pues el éxodo animal comprendió  especies de toda laya y orden, con el tiempo se establecieron como una gran familia, un poco apretada en un nuevo hogar de dimensiones limitadas, pero a salvo.

Aquel paraje, no obstante, ya contaba con un inquilino, un inquilino humano, que estando harto de la civilización y su hostilidad, huyó hacia el único bosquecillo del que quedaba constancia en su continente y que como todo residuo de naturaleza, había sido adjetivado por el poder como “prohibido”. Allí levantó con sus propias manos un habitáculo que le protegiese de las inclemencias del tiempo, y se dispuso a descansar, reflexionar y soñar con cualquier tiempo pasado que por supuesto siempre fue mejor. Y en una ocasión, tanto descansó, reflexionó y soñó que al volver a abrir los ojos, ni sabía cuánto tiempo había durado su asueto ni a que respondía el hecho de que una horda inacabable de animales rodease su guarida. Tuvo que frotarse los ojos varías veces pues no daba crédito a lo que estos tenían ante sí. Pero a fin de cuentas él había seguido el mismo impulso que toda aquella fauna, así que lo comprendió y aceptó con cierta alegría su nueva situación; ahora tenía compañía y eso era sin duda bueno. Tenía compañía y no era humana, y eso era sin duda lo mejor.

En primera instancia pensó en acoger y dar un nombre a todos sus nuevos compañeros, pero la humildad atravesó su espíritu con paso firme y concluyó que debía ser él el aceptado, pidiendo a su vez un nuevo nombre y renunciando a emular al primigenio hombre bíblico. Los animales, en su brillantez emocional, olvidaron todo cuanto la humanidad les había hecho con anterioridad y eximieron al ya no tan solitario ermitaño del peso de representar a toda la especie humana y todas sus iniquidades.
Le perdonaron, le adjudicaron un nombre precioso, que fue para él como mil nombres nuevos, pues cada animal lo dijo en su propia lengua, y así fue como pasó a llamarse Cuac para los patos y Muu para los toros.
Le gustaba tener mil nombres nuevos, pero era una circunstancia con cierto poso agridulce, ya que a ratos sentía cierta curiosidad por saber cómo evolucionaba la masacre que se había formado bajo el plástico y que  había tomado posesión de –casi- todo el planeta. Era evidente que pocas respuestas podría obtener de su nueva familia en virtud de las barreras lingüísticas que los separaban. Con el tiempo sí llegó a entender todos los idiomas que ahora oía a diario, pero para entonces ya no tenía el menor interés en rememorar nada. Las raíces pueden ser fuertes dentro de alguien, pero el hormigón todo lo asfixia y aplasta.

Una civilización que había tomado posesión del mundo siguiendo los designios de quienes así lo desearon, con el único e innoble propósito de controlar y subyugar todo cuanto viviese.
Y a efectos prácticos, ciñéndonos solo a la consecución de objetivos y el éxito de planes y previsiones, hay que reconocer que obtuvieron todo un triunfo.
Sin embargo nunca dejaron de hallar una ferviente oposición, la que tenía lugar en la infancia. Antes de conseguir plastificarles el cerebro, la personalidad y las ideas (aunque cada vez lo consiguieran mucho antes), la infancia se sublevaba de un modo tan indómito como inocente; simplemente soñaba, reía e imaginaba.
Y toda esta infancia soñadora, risueña e imaginativa consumía las entrañas de una niña que un buen día sintió el mismo impulso que el ermitaño Guau guau, o Miau, o como prefieras llamarle, y que las orcas y los cisnes que ahora, de manera magistralmente resuelta por la naturaleza, convivían en el que posiblemente era el único reducto de libertad en todo su hemisferio.
Sintió la llamada como un escalofrío que erizó todo su sistema nervioso, y dejándose llevar por él, echó a correr.
Saltó muros, burló controles, se arrastró bajo alambre de espino, eludió milagrosamente la mirada de mil sicarios al servicio del poder y jadeando y roja y sudorosa a causa del esfuerzo, se presentó ante si de un modo súbito aquel único bosquecillo, tan olvidado por muchos como prohibido por unos pocos.
Sus primeras impresiones fueron parecidas a las de Alicia cuando llegó al país de las maravillas. Ella no había visto naturaleza, ni flores, ni arboles, ni nada de todo aquello. Ella que había llegado hasta aquí corriendo, ahora avanzaba muy lentamente, de un modo casi imperceptible, porque cada detalle la detenía y encandilaba. Las texturas, los aromas, los colores.


Pero el bosque estaba habitado y sus habitantes no permanecían ajenos a la irrupción de la totalmente inesperada visita.

Debatían mientras la acechaban… era de la especie maldita, y pese a que Grrr o Croac, o cualquiera que fuese su nombre ya vivía allí, bueno, él estaba antes y además se había disculpado y había hecho propósito de enmienda con un resultado más que aceptable.
Aunque por otra parte, era solo una niña y eso despertaba en ellos toda la empatía que los cachorros despiertan siempre.
Así, tras un largo intercambio de rebuznos y graznidos, decidieron mostrarse ante ella para guiarla hasta la humilde edificación que ocupaba el centro de aquella poca dignidad, sobrante en el mundo.

Ella jamás había visto animales, y caminaba a su lado atónita y en silencio, y con la misma expresión llegó a la cabaña y entró y observó a Kikiriki o Ñiiii o como fuese su nombre, y aunque ambos se sorprendieron y asustaron, eso no les impidió sonreírse.
Ella le explicó como había llegado hasta allí, con el corazón al galope pero movida por un deseo inenarrable. Él a su vez le contó como había sentido el mismo impulso, aunque mucho tiempo atrás y como un buen día habían aparecido a su alrededor millones de animales. Ni siquiera él tenía explicación para la manera en que habían logrado adaptarse hasta alcanzar la sinergia que ahora predominaba en su convivencia, pero estaba encantado de cómo había transcurrido todo y no necesitaba complejas explicaciones que lo justificaran.
Pasaron largas horas hablando, como solían hacer sus ancestros antes de que sus espíritus fuesen anegados por la cilivización y su morralla, y llegó el momento en que la niña se percató de que debía volver.
Cua Cua, Hiiiii o el hombre del millón de nombres, le mostró un camino que al venir parecía escondido pero que ahora resultaba más que evidente, y es que sucedía con el oasis rodeado de muerte lo mismo que sucede en los centros comerciales, pero a la inversa. Era muy difícil llegar porque así se lo habían propuesto los plastificadores, pero era sencillo salir, porque así era la vida en libertad que aún resistía en aquel paraje.
Le pidió a la niña que volviera un ratito cada día, pues aunque no sentía ningún apego por el nuevo mundo artificial ni sus atrocidades, no dejaba de sentir curiosidad por el devenir de todo lo que había conocido alguna vez en un tiempo que ahora le parecía excesivamente remoto. Así mismo, le pidió que fuese descalza siempre que entrase en el bosquecillo. El quería que ella disfrutase del suelo vivo y fértil que sólo en aquel recóndito enclave podía hallarse.
Ella accedió encantada a ambas peticiones y se esfumó, nerviosa y feliz.
Durante una semana entera, consiguió escabullirse de entre la opresión del asfalto y el metal, de la depresión colectiva imperante y la desesperanza que todo lo consumía, y visitó por el camino que ahora conocía aquel pequeño pero embriagadoramente auténtico de sus nuevos (y primeros y únicos) amigos los animales.
Cada tarde disfrutaba del atardecer entre los árboles charlando con Oink Oink, Grrrr, o del modo en que sepas pronunciarlo tú, y este le hacía montones de preguntas sobre el mundo de mentira gris y le daba montones de respuestas sobre el mundo real y de colores que encantaban a la niña.
El primer día él le pregunto sobre la justicia, sobre como la humanidad resolvía ahora sus conflictos, si era ecuánime, si era digna. Ella le explicó la desagradable realidad del sistema judicial. Todo se había reducido a un negocio perpetrado por quienes deseaban perpetuar sus privilegios. Se oprimía por igual a todos y se pisoteaba a quienes protestaban. Si había cualquier disputa, pese a la uniformidad impuesta de un modo dictatorial, siempre se resolvía a favor de quien tuviese más dinero o influencia, y a fin de cuentas el poder jamás quiso nada más que dinero a priori y control a posteriori, así que cualquier cosa dejaba de ser considerada crimen si alguien poseía el suficiente dinero o influencias como para costeárselo.
Cuando la niña se fue al asomar las primeras estrellas y él se dispuso a dormir, no pudo evitar sentir cierta repugnancia.
El segundo día, sentados entre osos y jabalíes, y mientras ella se deleitaba soplando los vilanos de un montón de dientes de león, su amigo le preguntó por la comida. Si todo era plástico y residuos industriales, ¿cómo podían cultivarse legumbres y cereales, frutas o verduras?
Ella le contó como ya no había recetas, sino fórmulas químicas. Las plantas antaño eran la comida, las plantas antaño eran la medicina. Ahora todo se hacía en laboratorios. La gente comía química hasta enfermar y volverse dependiente de la otra química, la farmacéutica, que por supuesto no era si no paliativa. Incluso se conservaban animales para ser devorados, pero estos permanecían ocultos a los ojos del mundo, como simple mercancía, y allí en sus escondrijos eran degollados y despiezados y entregados a una masa cada vez más enferma, con nombres estúpidos como “panceta” o “solomillo”, que solo eran eufemismos para que la gente no sintiese rechazo por la barbárica verdad.
Las luciérnagas empezaban a mostrarse radiantes y la chiquilla se despidió y huyó de vuelta a su hogar. Aquella noche los ojos de nuestro amigo fueron un calco de los de los búhos, abiertos de par en par por el horror. Creía que al menos gracias al "progreso" la humanidad habría dejado de ser tiránica con los animales, pero la realidad era que la situación sólo había empeorado, y no sólo se mantenía la injusticia, además venia aliñada con basura química. Esa era otra manera horrible de llenar de plástico a la gente.


Al tercer día la niña ya se había hecho amiga de unos patos la mar de extravagantes y dicharacheros, y jugando con ellos estaba cuando se encontró con el excluído social de tantos nombres como estrellas adornan el cielo nocturno.

Él inquirió sobre las artes, ¿acaso la humanidad había perdido sus habilidades y sensibilidades? Debía ser difícil hallar cosas que expresar en aquel entorno asfixiante. La niña respondió con franqueza, como siempre hacen los niños. La verdad es que la humanidad lo hacía todo mejor que nunca. Pero esto la había llevado a ser más inútil que nunca. Es decir, se habían creado procesos que podían llevar a cualquiera a hacer auténticas obras de arte, pero estos procesos a su vez lo habían simplificado todo tanto que no requería esfuerzo ni pericia alguna conseguirlo. Amén de que habían degradado todo en la medida de lo posible. Si antaño la música eran Bach o Haydn, hoy era el reggaeton. Así, antes había que saber de fotografía, ahora bastaba con comprar una cámara que supiese. Antes uno hallaba consuelo a sus inquietudes espirituales o emocionales en la música. Ahora esas inquietudes no existían porque solo había detritus plastificada en el interior humano y por ello bastaba con basura sonora para mantener la mente embotada. Un desastre a todos los niveles.
Cuando la pequeña hubo regresado al hormigón alambrado y él se encontraba a solas con sus pensamientos, una tristeza sobrecogedora se apoderó de él y lo sometió durante horas a un llanto desconsolado.


Cuando llegó el cuarto día tras el descubrimiento de la vida real por parte de la niña, esta volvió ávida como siempre de sensaciones y sorpresas, y halló a su amigo algo taciturno, aunque por supuesto él se alegró de verla una vez más.

Él le mostró como sembraba las semillas que luego se convertirían en plantas que le servirían de alimento, y la novata observaba con mucho entusiasmo todo el proceso, pudiendo a duras penas creer que se produciría toda esa magia que le contaban mientras hundían pequeñísimas semillas en la tierra húmeda.
Mientras se afanaba en su periódico ritual, tan necesario para su sustento, le interrogó sobre cómo era posible que la gente hubiese consentido, o incluso consintiese una vez consumada, que aquella situación continuase, cuando era meridiano que solo ensombrecía sus vidas. ¿Es que ya no había camaradería, apoyo mutuo o solidaridad? ¿Nadie dispuesto a luchar? Ella contestó presta como de costumbre, aunque antes le aclaró que el mundo de los adultos era un poco indescifrable para ella. No obstante, hasta donde había podido ver, la gente se había encerrado en sí misma, presa de sus miedos. Estos miedos se transformaban en odios, recelos, competiciones, mentiras y mil cosas más, todas ellas horribles. Los civilizadores habían inculcado el uso de otros métodos de comunicación, mucho más alienantes, sin contacto ni esfuerzo, que mucha gente usaba para decir que era lo que le gustaría ser, sin tener que esforzarse en serlo realmente. Creían tener más amigos que nunca y en realidad se habían quedado solos. Toda reunión había sido prohibida, fuera directamente mediante la represión, o indirectamente mediante la presión. Nada de asambleas, cenas del barrio al aire libre, nada de paseos por la plaza ni de asociaciones que tuviesen aspiraciones fuera de lo establecido. Sólo asfalto y orden, y relaciones artificiales atrapadas en canales ficticios que aplastaban la espontaneidad como el plástico aplastaba la vida.
Esta vez el que se escabulló fue Hi-Ha, Groarrr o como le llamaban las cabras, Beee, y al cabo de un rato que empleó en ayudar al prójimo sembrando las semillas restantes, experimentando así sensaciones ya olvidadas en el mundo exterior, ella notó que él ya no volvería y que debía empezar a recorrer ese sendero secreto que le llevaría de vuelta a casa, donde sus padres empezaban a mosquearse por sus ausencias cotidianas. Aunque se mosqueaban más por miedo a lo desconocido y toda posible represalia derivada del mismo que por la naturaleza misma de la situación. Puede que hasta envidiaran a su pequeña por esas volátiles muestras de libertad.
Si el hombre solitario se hubo escabullido fue por no poder soportar el relato de la cría. La angustia conquistó todo su ser y le postró en una posición fetal que duró lo que a él le pareció una infinidad. La manera en la que el mundo exterior se adentraba cada día en su pequeño vergel de vida comenzaba a hacer mella en él, pero mucho más lo hacía la manera en que el mundo exterior se adentraba cada día en su espíritu, tan acostumbrado a la sencillez y la bondad.


Al día siguiente apareció la chiquilla dando saltos y cantando canciones que ella misma había compuesto (no quedaba música en el mundo exterior, solo basura sintética) y al ver el semblante del hombre en el ostracismo sintió cierta aflicción, y esta le llevó a sentir culpa, y esta a disculparse, sensaciones todas que también eran una novedad para ella. Él por toda respuesta la abrazó, y la descargó de toda culpa, cosa que ella agradeció profundamente, aunque siguiera preocupada por su aspecto entristecido.

Grrr o Bzzz como le llamaban las abejas, continuó con sus pesquisas que empezaban a parecer masoquistas. Quiso saber cómo podía soportar la humanidad aquello que parecía tan brutal y despiadado. ¿De dónde sacaban fuerzas sus almas? Estaba convencido de que semejante escenario debía haber fortalecido su fe hasta más allá de los límites jamás imaginados por los filósofos.
Un buen rato necesitó para hacer comprender a la jovenzuela conceptos tales como “fe” o “filosofía”, pero cuando lo hubo conseguido, la respuesta de la misma volvió a ser un mazazo para él. La manera que había encontrado el poder de mitigar las ansias de libertad que de un modo natural surgían en la gente, esos conatos de rebeldía fugaces e inspiradores, era por supuesto asfaltar sus mentes y espíritus, pero para cuando aún estos brotes aparecían, se encontraban con lo que volvían a ser poco más que sucedáneos de lo auténtico. Se había creado una red de mafias basadas en una espiritualidad falaz, que a base de manipular y atemorizar a la gente, no hacían sino amedrentarla aún más y someter del todo su voluntad. Se obtenía mucho dinero con ello, aunque el dinero era lo de menos, sólo otra forma de represión basada en la deuda, que hacía muchísimo tiempo que resultaba innecesaria para el poder, que ya lo había plastificado todo. Sobre todo, en consecuencia, se obtenía muchísimo control. La gente siempre sentía miedo y culpa, y vendiéndole esa calma maquillada de respuesta trascendental y veraz, se aplacaba sus ánimos y se le inducía al letargo autocomplaciente. Amén de sutilmente, infundir aún más miedo basado en las consecuencias de alejarse del rebaño. Si la gente hubiese podido buscar por si misma en su interior hasta descubrir el océano profundo de virtudes sepultadas bajo la capa de alquitrán, gracias a esas instituciones organizadas de un modo malévolo, sólo era capaz de hallar que lo establecido era bueno y correcto, y que tal vez en otra vida su tormento sería recompensado. O aún peor, que si no lo aceptaba hoy, en otra vida su tormento sería incrementado. Incluso, llegando al colmo del cinismo, habían conseguido llegar a fanatizar a la gente enfrentándola por bandos según a que institución la hubiesen encadenado. La infamia total, atenazar a la gente y enfrentarla entre sí valiéndose de promesas disfrazadas de bondad.
El hombre anónimo,  anónimo según el lenguaje humano, escuchaba destrozado el panorama descrito por su diminuta amiga y tras despedirla con un beso en la frente, se volvió hacia su hogar y se dedicó a descargar golpes furibundos contra la ya de por sí maltrecha pared del inmueble, que bailaba con cada impacto y que no podía hacer nada más que asistir a la furia de su inquilino y resistirla hasta donde llegase su entereza. La rabia lo consumía, y la rabia es sólo un disfraz. Sentía miedo y desamparo en realidad.


Al sexto día, que sería el último en que vería a la amiguita que repentinamente había aparecido en su vida aunque él aún no lo sabía, tras enseñarle a trepar a los árboles y a bailar y a pelar piñas con un método secreto y sorprendentemente eficaz que el mismo había conseguido desarrollar, hizo la última de las preguntas sobre en que se había convertido el planeta otrora azul. Al menos a él le pareció la última y definitiva. Está bien, pensó, la humanidad ha perdido el juicio, tal vez porque se lo han arrebatado, o porque le resulta más cómodo no pensar y no luchar. Tal vez las circunstancias impidan que se revuelvan y defiendan y pueda parecer que todo está perdido. Pero, ¿la naturaleza? ¿Cómo se supone que ha conseguido el poder doblegar a la naturaleza? ¿No se levantan por doquier las manifestaciones de su poder? ¿No aparecen flores agrietando el cemento?

Tal y como él había supuesto, la respuesta de la infancia sí fue la última y definitiva.
La naturaleza había sido doblegada por la fuerza bruta. Había sido asfaltado incluso el fondo del océano, enviando gente a asfaltar hasta las fosas abisales, mucha de la cual había perecido en su labor. Se había cercenado de raíz toda planta cualquiera que fuera su ralea, se habían segado sin distinción los matojos de mala hierba, las flores y los árboles seculares y milenarios. Los animales habían sido reemplazados por versiones electrónicas de los mismos, (incluso algunas personas habían sufrido tal cambiazo), primero con versiones robóticas de las abejas para polinizar las pocas flores que aún quedaban y versiones maquinales de perritos que hicieran compañía a la gente sin exigir a cambio engorrosos cuidados y atenciones. En semejante contexto el agua y el aire ya dependían, naturalmente según la nueva naturaleza, de máquinas. Enormes máquinas producían fluidos y gases que mantenían en pie a las personas, máquinas que ocupaban el espacio que tiempo atrás habían pertenecido a las grandes masas de agua o al lienzo en que se disponían las nubes, y en realidad, resultaba un milagro que en el ínfimo espacio al que habían huido los animales y el hombre sólo, consiguiera llegar el sol y que consiguiera hacerlo rodeado de cielo con estrellas al caer la noche; probablemente fuera el último milagro de la naturaleza, un último cartucho gastado a la desesperada. Aquella bóveda celeste antes de ser cubierta por maquinaria monstruosa que hacía las veces de cúpula sobre las cuadriculadas ciudades, había sido sistemáticamente intoxicada de químicos. Aunque los fluidos y gases artificiales que ahora inundaban los organismos desesperanzados que rompían la monotonía del gris, además cumplían la función de embotar y docilitar a la población, así como  habían hecho los químicos que les precedían y que habían sido la víspera de todas estas tribulaciones. Llamar a la nueva realidad naturaleza era una especie de metonimia demoníaca que transpiraba cinismo por todos sus poros y letras.
Toda esta explicación sobre la metamorfosis mundial apretó un enrevesadísimo nudo en el estómago del hombre ajeno a todo. Despidió con dudas a la pitusa, temeroso de enviarla a perder el brillo que había nacido en sus ojos a lo largo de esta semana en la que había recibido su visita puntual. Pero las cosas deben seguir su propio curso, y tras acompañarla allí donde ella siempre abandonaba sus zapatos al llegar a la tierra, respiró hondo y se sentó a reflexionar, o al menos a combatir la poderosa confusión que le había embargado. Paso horas y horas sollozando, rodeado por todos sus amigos animales que asistían consternados a su inaudita postura y estado de ánimo. Así se quedó y el tiempo transcurrió implacable y el calendario pasó página sin mirar atrás.


Y al séptimo día Oink Oink descansó. Y descansó para siempre. Se hizo una corbata con una liana y anudando un extremo en la rama de un nogal y el otro en su gaznate, intentó apretarlos tanto como para que el nudo de su estómago no fuese nada en comparación. Y lo consiguió; el nudo de su estómago desapareció para siempre.

Pensó en primera instancia que podría quedarse en su rincón y ser feliz, pero, ¿quién puede ser feliz a sabiendas de que el resto del mundo es infeliz? Su propia humanidad era incompatible con un mundo que había destrozado la humanidad existente en todos sus coetáneos. Dejando en manos de su familia de millones de especies la lucha de la naturaleza por mantener ese sorprendente círculo rebosante de resistencia y vida que él había tenido el privilegio de habitar por pura casualidad, decidió, valiente o cobardemente, expirar. Dejó algunas manzanas y algunas flores para la chiquilla y se largó.

Cuando ella llegó al lugar y se encontró con su amigo pendiendo de un árbol y exhibiendo una alargada sombra, simplemente suspiró. Estaba demasiado acostumbrada a la brutalidad. Sin embargo, algo parecido al orgullo la hizo estremecer, y descubriendo lo que eran el amor y la esperanza, asumió el relevar a Glu-glu-glu en su papel. E integrándose en su nueva familia y prendiendo fuego a sus zapatos, ocupó la casa y la cama del fallecido. Allí creció en todos los sentidos y con el tiempo tomó parte de una revolución sin líderes, la de los animales, los vientos, las aguas y las plantas. Revolución que reventó al poder, al pavimento y emancipó a la humanidad, para fortuna y gloria de quienes consiguieron sobrevivir hasta aquel momento en cuerpo y alma. Quienes se vendieron deliberadamente, convirtiéndose en cómplices del mal, fueron considerados también pavimento, y destruidos como tal.