lunes, 9 de octubre de 2017

Esquizofrenia paranoide positiva

Vivir en los infiernos es a día de hoy un tostonazo de época. Otrora tenía algunos alicientes, pero desde que era prácticamente la población mundial la que tentaba a los demonios y no a la inversa como manda la tradición, la siempre satisfactoria tarea de pervertir a los espíritus más bondadosos ya adolecía de mérito alguno y los entes destinados a perpetuarla mostrábanse apáticos y desganados. La gente nacía ya completamente envilecida sin necesidad de empujoncito alguno.
¿Qué hacer entonces? Bueno, muchos de estos demonios ociosos se entregaban a los vicios, otros a los pasatiempos, algunos simplemente caían en depresiones que les postraban en sus camas durante centurias y otros pocos decidían que había llegado el momento de explorar nuevos horizontes.  Si bien el oficio de incubo no era nada nuevo y existían auténticos especialistas en la materia, algunos de los demonios más soñadores se habían enrolado en los cursos maléficos sobre la materia, buscando al menos algo que los sacase de su rutina de hastío y considerando que al menos se hincharían a follar con su nuevo rol.
Entre estos ahora medianamente esperanzados se hallaba Aurelioth, quizás una de las victimas más sensibles de la nueva y tenebrosa actitud humana. Porque Aurelioth había sido uno de los instigadores de mayor reputación en los cuatro puntos cardinales de aquel infierno. Se decía de él que Satanás le temía ya que Aurelioth no tenía alma a la que poder poseer ni castigar. Portaba en su ser el pozo de negrura más oscuro jamás creado, la antítesis del amor universal, con cuernos y un rabo gigantesco amén de una cola para espantar las moscas.
Aurelioth el que hacía rechinar los dientes de Satanás ahora estaba siendo instruido en el complejo arte de la seducción nocturna, y una vez completadas todas las asignaturas y habiendo realizado las pertinentes horas de prácticas, demasiado a menudo concluídas con asesinato gratuito e injustificable a todas luces, se le dio el carnet y se le envió a pasear por la faz terrestre, con gran alivio para los moradores del lago de azufre.
El tío vivió incontables aventuras e hizo vivir incontables desventuras, y lo cierto es que le fue bastante bien. No le costó mucho integrarse en la bandada de auténticas bestias salvajes conformada por los humanos y hasta le caían bien. Pero Dios los cría y ellos se juntan y un buen día Aurelioth conoció el amor, habiendo hallado a una mujer tan distinta y tan parecida a él; una mujer con alma, pero un alma tan perturbadora y catastrófica que estremecía y fascinaba a nuestro ilustre enviado de las profundidades.
El resto de demonios que pululaban desde el primer día con él, le advertían: «Aurelioth tío, aléjate de ella, no puede acabar bien», «Venga macho, una sola pizca más de maldad en ti colapsará el universo, no nos busques la ruina a todos cabrón». ¿Pero Aurelioth qué iba a decir? El amor es imbécil, así que se limitó a decapitar a todos sus coleguitas y a entregarse en cuerpo, que alma no tenía, a la mujer llamada Ira por sus amistades y que bien podría ocupar el trono de Satán en la eterna oscuridad absoluta.
Nueve meses después de esta aberrante unión, nació Tomasín.

Os podéis imaginar qué clase de bicho era Tomasín, toda una promesa de Guardia Civil por pulir… y sin embargo debemos admitir que hizo lo que pudo y sobrevivió sin que la sensatez obrara en nadie y acabase con su vida precozmente. Abandonado entre insultos y escupitajos desde el primer día, creció a duras penas y sin demasiada rectitud ni estabilidad, aunque de poco le hubieran servido. Portaba la sangre más negra que el petróleo y nunca tuvo una sola idea buena. Fue el único superviviente de las llamas en los pocos orfanatos que cometieron la insensatez de albergarlo y pronto las autoridades estaban advertidas y huían de él.
Y en su adolescencia, marcada por los rituales autodidactas con baños de sangre de chicas, chicos y por alguna razón inexplicable, muchos hámsteres que para más INRI eran bizcos por requerimiento del guión, se obró un cambio en su psique que procedo a explicaros porque tiene tela el asunto.

Todo empezó una tarde de esas en las que iba a robar el dinero que la gente deposita en las estúpidas maquinas de velitas electrónicas de la iglesia, una muestra de falsedad que no desentona en absoluto con el contexto que la enmarca. Quería comprarse un puñal y pensó «que lo pague la fe cristiana que es quien lo va a disfrutar más a fondo». Se puso manos a la obra enseguida y habiendo  superado el trámite y ya con todo el botín en sus manos despiadadas y adolescentes, de repente una voz exclamó en su interior «COMPRA CON ESTE DINERO CALZADO PARA LOS POBRES».
Redios, ¡qué salto dio el pobre Tomasín! Lanzó el sucio dinero, siempre sucio pero este aún más, contra la cara de una señora que pasaba por allí y huyó como alma que llevan los ángeles hasta un rincón en el que hacerse un ovillo y llorar. Confundido y extremadamente atemorizado, esperó que el trance cayera en el olvido para siempre.

Pero una vez calmado, y habiéndose puesto en pie, de nuevo retumbó la voz: «SONRÍE A ESE NIÑO». Tomasín, haciendo esfuerzos propios de un suicida luchando contra su propio instinto de supervivencia y entre sudores fríos causados por el pánico, obedeció. El niño le devolvió la sonrisa y eso si que le jodió pero bien. Eso lo destrozó por completo. Ahora sentía más repulsión por sí mismo que por sus congéneres, y era una sensación intensa a más no poder, pero aún así no tan intensa como el pavor que le producía la voz de sus entrañas y una supuesta, difícilmente imaginable, desobediencia a la misma.
«RECÓGELE EL DINERO A ESE CABALLERO, QUE SE LE HA CAÍDO», ¡aunque Tomasín supiera a ciencia cierta que era un traficante de armas sin escrúpulos! En la cola del supermercado: «TOMASÍN DEJA PASAR”, en los lavabos públicos: «LIMPIA ESAS MANCHAS DE LA PARED». Tomasín andaba desquiciado, atormentándose por hacer el bien en contra de su propia naturaleza y por supuesto en contra de su propia voluntad.
Había desarrollado un trastorno que venía a aportar algo de luz al complicado escenario humano. Dio ejemplo a mucha gente que poco a poco fue cambiando su conducta y esforzándose por ser amable y solícita en el trato al prójimo.
Y eso mientras se cagaba en su puta estampa y procuraba soliviantarse por todos los medios. «HAZ UNA REVERENCIA HUMILDE A ESA SEÑORA», «BAJA AL GATITO DEL ÁRBOL», «APAGA ESE TELEVISOR» , «OFRÉCELE TU ABRIGO A ESE MENDIGO», «TIRA A LA BASURA ESA CAMISETA DE LA FALANGE» , «AYUDA A ESE ABUELO A CRUZAR LA CALLE» y en resumidas cuentas, «HAZ EL BIEN» a todas horas. Así sufrió entre sonrisas trémulas y dementes hasta el último de sus días, componiendo delicados poemas para el rocío del alba mientras notaba por dentro como le iban faltando santos para cagarse en ellos.

Tomasín será canonizado, eso es algo que nada ni nadie podrá impedir. Y tampoco podrá nadie decir de él que no haya padecido martirio o no haya entregado su vida al bien, aunque el odio que crecía en su ser sea virtualmente imposible de ser descrito mediante palabras. Tomasín se daba cabezazos contra la pared, y después limpiaba los restos de su sangre con esmero. Condenado a hacer el bien en un mundo que nunca lo mereció.