viernes, 8 de julio de 2016

San Juan



Cuando los superhéroes regresan a casa tras una dura jornada laboral, son recibidos con tanta pompa y derroche como la ocasión merece. No se escatiman vítores ni medios en agasajar el retorno de quien ha dado sepelio a algún malvado villano y se ha jugado el tipo altruistamente velando por la integridad ajena.

Johnny Storms sabe bien lo que se siente entonces. A lo largo de su carrera vivió incontables regresos triunfales. Con el regusto en la boca de quien ha salvado el barrio, su país, el mundo entero. La fama, el reconocimiento, la popularidad y el agradecimiento unánime de la humanidad reconfortan al más pintado.
Aunque por supuesto también implica cargar con responsabilidades, deberes, dilemas morales y con el hecho de estar siempre sometiéndose al riesgo. Y eso pesa.

Muchas veces Johnny, sentado en su taburete, se preguntó porque demonios no podía haber sido otro el que recibiera aquella dosis de rayos mutagénicos en el espacio exterior, adquiriendo con ello los poderes que ahora le pertenecían.
Había estado en demasiadas guerras, hecatombes, catástrofes naturales y hasta peleas por el monopoly, y aunque disfrutaba de que le pararan entre zalemas (e incluso de esto empezaba a estar quemado, nunca mejor dicho tratándose de él) lo cierto es que se hacía mayor y deseaba experimentar otro tipo de vidas. Ponerse en otras pieles y jugar otros roles.
Por eso un día dejó el trabajo y se largó a la francesa. Se fue al otro lado del charco y decidió iniciar una nueva vida. Se acabó la eterna circunspección.

Se fue hasta la península ibérica, donde pasaría desapercibido ya que nunca había salido en GH ni en MYHYV. Incluso se compró un billete de avión, solo porque le hizo gracia. Nunca había comprado uno porque el podía volar.
Llegó, se buscó un pisito y se encaminó hacia el bar. A procurarse fuego para el gaznate aunque siempre había sido abstemio a lo largo de su superheroico camino. Pero ahora quería ser un pringao, no aquel ulano carrancudo que fuera otrora.
 Y no tardó en hacer amigxs. Aunque desde luego no el tipo de amigxs que le convenían. Pero le encantaba que así fuese.
Se junto con tres cernícalxs con cresta, a saber: el “liendres”, el “chanclas” y la “pústulas”. Al poco de conocerse ya habían congeniado profundamente y pasadas unas pocas semanas, ya se estaban llevando al bueno de Johnny a farras y disturbios de manera regular.
Siempre iban juntxs y les habían empezado a llamar “lxs cuatro fastánticxs” y esto le divertía enormemente, era toda una burla a su pasado y además había empezado con los porritos e iba todo el día fumado, por lo que cualquier cosa le divertía enormemente, cuando se enteraba.
El cabrón triunfó muy pronto en aquellos ambientes. El había dejado todo atrás buscando la normalidad. Sus reflexiones de hombre serio sobre las que edificó la determinación de una nueva vida incluían el no volver a hacer uso de sus poderes. ¿Pero cómo podía resistirse? Sus amigotxs lo adoraban porque fundía el costo con la punta del rabo. (Sí. Exacto. Como Charmander. Pero por delante), Y porque prendía fuego a los monillos sin necesidad de arrojarles ninguna botella con trapo. De hecho les prendía fuego desde la distancia, ¡a veces mientras estaban en un banco comiendo pipas!
Sí, se había prometido a si mismo no dar más uso a sus capacidades sobrehumanas, pero ahora no las usaba para hacer lo correcto como un mojigato. Ahora se divertía con ellas, ¡y de que manera!
Sus amigxs lo agradecían y espoleaban y enseguida tuvo una reputación bastante sólida… también entre la policía.
No es que la policía en aquel país se enterase de nada, porque iba tan fumada como el mismo, pero andaban bastante mosqueadxs por lo de las “combustiones espontáneas” de los últimos tiempos, o como ellxs las llamaban en realidad: “jarder porque sí”.
Y aunque fuesen mas tontxs que una mierda, se dieron cuenta, por una casualidad rocambolesca que no viene al caso, que aquel tal Johnny estaba cerca de todos los fregaos.
Así que empezaron a perseguirlo y a base de pedir ayuda (para atarse los cordones y poder perseguirlo, no para mucho más, que era gente humilde), la situación, en forma de chisme, fue alcanzando esferas cada vez superiores, hasta que llegó incluso a su Glenville natal.
Y con ello se acabo la prerrogativa de su nuevo anonimato.

Sus antiguos jefes, el gobierno de su país y hasta su casera a la que había dejado dinero a deber en su huída hacia la vida, ahora estaban bien furiosxs.

Pero como ahora era un ser sin DNI, se les escabullía como una rata. Siempre llegaban tarde a su encuentro y solo encontraban el rastro de cenizas que dejaba tras de si, cual Othar enrabietado.
Él pronto sintió el acecho y la presión de las autoridades, ahora que le habían encontrado. Notó como estrechaban el cerco y se percató de que eran sus poderes quienes le delataban, que de algún modo conseguían captar de inmediato su uso y que así sólo llamaba la atención.

Así que volvía al punto original de su huida. No más poderes, por su propio bien y el de su libertad. Farras y kale borroka sí, pero sin ostentaciones flamígeras. Quería ser libre. Ahora era esclavo del tabaquismo, pero estaba contento de ser esclavo de los vicios y no de las virtudes.
Y sabía perfectamente, porque cada vez le iba más justo que no le engancharan, que si se encendía un solo cigarrillo más jugando a los dragoncitos, se le echaban encima todos los ejércitos que ahora preparaban la emboscada final. Así que resuelto el busilis, ya solo le esperaba la paz.

Dejó su pisito y se fue a okupar con el chanclas y no volvió a usar sus poderes más. La policía se pasaba la vida persiguiendo sombras y dando vueltas en círculo, y aporreó durante bastante tiempo a cualquiera que usase un mechero, confundiéndose como siempre, pero esto era favorable a los intereses de la gente que luchaba, pues ahora la pasma se dedicaba a expandir su propia psicosis en vez de perseguir a quienes la burguesía les ordenaba que persiguiesen.

Muchos meses se pasó pegándole a cuantos vicios hayan. De hecho lo que empezó como una vida normal y humilde pronto alcanzó los límites de la decadencia y el tío ya hacía eses hasta cuando no bebía. Se pillaba unas melopeas que se caía de espaldas y se iba al sótano cada vez que oía “abajo las drogas”.
Y una hermosa mañana estival, al despuntar el alba y tras pasar una noche entera con tambores en la playa (habiendo prohibido a sus colegas que encendiesen una hoguera, para no echarse a la jauría encima),  se pegó un homenaje de consideración.
El amigo se calzó tres o cuatro tripis, litro y medio de absenta, dos gramos de keta, un cartón entero de gold coast aliñado con maría, unas cuantas setas, un poco de mescal, seis anfetas y unos sorbitos de mate, que fue lo que realmente le remató.
Fue aquella noche la que inspiró la balada de vitus dance (para quien la desconozca: 
https://www.youtube.com/watch?v=D5e_DQ-RT6o
) y la que le elevó a la experiencia más intensa de su vida. Y eso que era un tío vivido y con superpoderes!

Mucho tuvo que contenerse para no echarse a volar soltando llamas por todas partes. Muchísimo. Pero incluso en ese estado, sabía que una sola chispa acabaría con su libertad, no se lo podía permitir bajo ningún concepto. En su locura, intentando evitar el vuelo y a la vez esconderse, se sumergió en un contenedor, en un contenedor donde solía dormir la pústulas.

Y allí, todo lo escrito hasta este punto perdió sentido. Y toda su vida entera también. Allí alcanzó el nirvana. El tiempo y el espacio se disolvieron.
Se vió encogido en posición fetal, flotando en el abismo plagado de estrellas que conforman el espacio sideral, cerca del bien, del mal, de todo, de nada. Comprendió todo, todo a la vez, todo lo que sabía y lo que no, cuanto incluía la existencia, y le pareció extremadamente sencillo. Mientras  su cerebro quemaba neuronas como una freidora del tamaño de una piscina olímpica, las cuales servían de gasofa para su peculiar viaje, el reescribía el viejo poema de Huxley. Hallaba soluciones para todos los problemas de la humanidad; el egoísmo, el cinismo, las goteras y los sabañones. La deuda externa, los abre fácil que exasperaban. Era, en si mismo, la respuesta eterna, ajeno a cualquier mundanal limitación.

Y entre aquella luz esclarecedora, en medio de aquel letargo revelador, le pareció oír una voz.
-Johnny… Johnny…
Se sobresaltó al comprender que no comprendía, pero contestó con valentía:
-Mamá… ¿eres tú?
-Johnny…
-Oh Dios, llevas toda mi vida muerta… como puedes… ¿¿es posible??
-Johnny, querido….
-Oh… oh… me… ¿¿¿¿LLAMAS A MI????

Y sin pretenderlo, la lió parda.










No hay comentarios: