domingo, 28 de noviembre de 2010

Senderos en cueros


Cuando nos daban plastilina en edades preescolares, intentaban echar un cable a nuestro sistema psicomotriz, a preparar nuestros sentidos para las texturas y mil aspectos racionales más. Pero algunxs no nos centrábamos precisamente en eso. Algunxs de nosotrxs, por más que entrenáramos nuestros cuerpos según lo previsto y sin ser conscientes, aprovechábamos para centrarnos en lo realmente importante. ¿Quién iba a saber mejor que nosotrxs mism=s qué era lo que importaba? Nos centrábamos en usar la plastilina para dar forma a los infinitos pozos imaginativos de nuestro mundo interior. Hacíamos trenes que llegaban a la luna y elefantes malabaristas con nariz de payaso, y las limitaciones de los adultos les impedían entenderlo y teníamos que tener paciencia y explicárselo. Pero lo hacíamos contentxs en el fondo, porque nos gustaba compartir nuestro mundo.

Parece que aquello no les disgustaba, pues estábamos en una edad idiota y que íbamos a saber nosotrxs. Eso sí, con el tiempo, su actitud se fue rigidizando y nos fueron reduciendo el margen que teníamos para escoger si queríamos esquematizar nuestros cerebros racionales o si preferíamos alimentar a bandazos pasionales la magnificencia de nuestro mundo interior.
No es necesario explicar el resultado de estos dilemas. Tras una dolorosa y cauterizante sucesión de castigos, amenazas, marginaciones, humillaciones, escarnios públicos y todo tipo de coacciones y chantajes, acabamos aceptando la cuadricula del “día de mañana provechoso”, sacrificando así las montañas rusas que “no conducían a nada”.
Ahora ya somos “otro ladrillo en el muro” y no parece que se nos ofrezcan más vías de escape para la frustración que eso nos produce que las de consumir o evadirnos.
Hasta aquí el pesimismo y el necio enfoque del “no hay nada que podamos hacer”.

Cuando veo a mis vecinxs, y a la ciudadanía en general, me resulta imposible no detenerme a observarlos y reflexionar. ¿Por qué regla no escrita preferirán siempre la TV a dibujar lo que llevan dentro? Es divertido dibujar, y gratificante, y además puedes compartirlo o incluso regalarlo a quien mejor te haga sentir. No puedes sin embargo regalar el Gran Hermano o el Sálvame Deluxe, por citar dos formatos de exterminación mental masiva.
Bueno no es fácil plantar cara al miedo constante, el esfuerzo de ver la televisión es el menor de la vida moderna y siempre te mirarán mejor si comentas la programación de la televisión que si das rienda suelta y forma tangible a tus delirios, pues a menos que lo hagas con ánimo de lucro, serás llamadx “bohemix” o “bala perdida”. 
Con todo, hay que hacer el pequeño y placentero esfuerzo, a contracorriente.
Muchísima gente ya lo hace, en mayor o menor medida. Somos tod=s lxs niñxs que no escribíamos sobre el tema que nos exigieron sino sobre lo que no salió del alma. Incluso a veces molestándonos en disimularlo.

Mi vecino, que apuesto a que no era de esxs, va por la calle sin ver, y esto es muy cierto, él sólo mira. Porque tiene unas cuantas cosas en la cabeza que le guían aquí y allá, como un cochecito del scalextric recorriendo raíles que hacen monótonas incluso sus percepciones y sensaciones más básicas, a las que debería escuchar con atención antes de perderlas irreversiblemente.
Cuando le veo andar apresurado me sorprende que no se abra la cabeza contra alguna señal de tráfico, pero si giro la mirada veo a lxs vecin=s de otras personas haciendo más o menos lo mismo y parece un baile acompasado de expresiones infelices con rutas predeterminadas.
Y así, la calle me empezó a parecer gradualmente un circuito de scalextric para personas con motorcitos de miedo e incertidumbre. Con sus paradas, sus intersecciones, y sus vueltas infinitas al mismo recorrido.
Pero en el fondo era una visión poco respetuosa del mundo. El mundo comprende mucho más que las personas y su absurdo vaivén. Caí en la cuenta de que era imposible que toda esa gente decidiera un buen día convertir sus vidas en rutinarias y timoratas por voluntad propia, máxime cuando habitaban un planeta tan indescriptiblemente lleno de posibilidades. Así que todo aquel circuito imbécil había sido construido entre hábiles y mezquinas tretas. Por lo tanto, entiendo que las calles no son las calles del mundo real, sino el escenario dispuesto para someter a raíles la voluntad de todxs, porque aquí muy pocxs escapan.
Podría sentir bastante rabia y de hecho a veces no consigo evitarlo, pero al cabo de un rato terminan por imponerse la curiosidad y la admiración, y me pregunto fervientemente, ¡¿qué habrá debajo?!
Entonces observo la calle y la desmantelo. Arranco de cuajo los edificios, los coches desaparecen y el asfalto se evapora y me parece ver el mundo, el mundo sin raíles ni escenarios nefandos.
Es tan simple como burlarse de la realidad, pero aún así requiere de cierto entrenamiento. Porque la realidad y sus parámetros nos los han encasquetado a conciencia en la conciencia.
Pero en fin, yo soy dueño de la misma y si quiero la distorsiono.
Empleo mi mirada para obviar lo artificial y accesorio. Desnudo las calles, las plazas y las avenidas con el respeto y el tacto con que se acaricia con los ojos a una amante,  con los que observas las virtudes invisibles que te hacen amarla.
Mi vecino ve la calle del sopor número 3, yo veo el sendero que recorrerían cuatro asnos en busca de alimento hace mil años y la postura orgullosa de los árboles que se nutren de mi mundo debajo del mar de asfalto, con sus copas más pendientes del cielo azul que de la estupidez de lxs transeúntes. El corre por el parquin en busca de su coche, yo corro por el campo florido que aún perdura bajo el parquin si sabes verlo, y no levanto nunca la vista para ver los edificios sino las nubes o las montañas que no consiguen tapar.
Dicen que me quedo abstraído o “empanado”, y yo creo que más se abstraen ellxs, resignándose a seguir raíles.  
La verdad es que disfruto como un niño viendo mi mundo libre de corazas, platós, complementos, suciedad y entornos prefabricados.
Disfruto como un niño deformando la plastilina a placer, así que no deben haber conseguido atemorizarme lo suficiente aún.






sábado, 23 de octubre de 2010

L=s autistas de Hamelín


No hace mucho tiempo, en una ciudad llamada Hamelín, típica ciudad occidental con mucho escaparate y poco respeto, sucedió algo que era a todas luces previsible, pero que nadie intentó evitar a tiempo.



La ciudad, cuna del brutal desequilibrio entre clases,  tras acelerar el insostenible ritmo de vida hasta límites diabólicos siempre bajo el pretexto del progreso, terminó por llenarse de cemento y de indigentes.

Los prohombres de la ciudad estaban realmente contrariados, pues dentro de sus planes avaros no entraba el mostrarse condescendientes con ningún tipo de efecto colateral, y aquellas personas no sólo no generaban más riquezas para los prohombres, sino que entorpecían la senda del consumo. Ensuciaban asquerosamente con sus andrajos y sus pieles sucias la imagen de los escaparates que durante tanto tiempo habían dispuesto para mantener dopada a la población productiva.

Por más que los mandamases habían contratado a toda una legión de individuos con severas deficiencias psicosociales y los había uniformado, armado y dotado de poder sobre lxs hamelines=s, estos no podían eliminar indigentes al mismo ritmo al que aparecían.

La situación se les escapaba de las manos, pues no estaban dispuestos a perder un solo céntimo en reinsertar a aquella gente maloliente en el mundo laboral, y proliferaban como setas dado el injusto reparto de riquezas establecido en Hamelín.
Completamente desesperados, decidieron ofrecer la oportunidad de chupar los huesos que ellos desechaban, lo que equivalía a ofrecer cuatro perras para avivar el ingenio popular, a cambio de soluciones prácticas, pues quizás aquella escoria borreguil que maquinalmente engordaba sus arcas le ofrecería algún remedio.
Tras elaborar una campaña mediática a bombo y platillo, que para eso los medios de comunicación eran suyos, consiguieron movilizar a unas cuantas personas, que sobretodo temían acabar en la indigencia también. 
Había propuestas para todos los gustos y muy pintorescas, pero la que más llamó la atención a los “hombres de bien” que gobernaban, dominaban, exprimían y esclavizaban Hamelín, fue la de un extraño que prometía arrastrar a los sin techo fuera de la ciudad con tan sólo tocar su flauta.
Tenía gracia que fuese un músico quien les fuese a convencer. Ellos siempre habían despreciado a esxs librepensador=s recalcitrantes, de hecho, ellos siempre habían despreciado la música y sus efectos positivos sobre la gente, y hasta habían empezado a asesinarla sutilmente, sustituyéndola por pop y bazofias electrónicas sin mensaje ni trasfondo. 
Pero ahora estaban dispuestos a escuchar al estúpido bohemio aquel.
Le exigieron con tono altivo que “limpiase” de organismos parasitarios su gran tienda al día siguiente y ellos a su vez le darían dinero para que lo pudiese gastar en su gran tienda de la farsa social, Hamelín, perpetuando la rueda de la esclavitud consumista.
A la mañana siguiente el flautista se puso manos a la obra.
Salió a la calle, y esquivando al rebaño imbécil y homogeneizado que siempre le hacía sentir como un farillón, sacó la flauta y empezó a entonar una hermosa melodía hipnótica que arrastró tras de si a las ingentes hordas indigentes de un modo tan misterioso como implacable.
La gente asistía extrañada al espectáculo, pues no entendían de hermosas melodías ni comprendían el destino de todxs aquellxs parias que avanzaban incansables tras el personaje de la flauta, pero el poder pronto les puso en pantalla un programa especial sobre las liviandades cometidas por Paquirrín y el desfile de vagabundos pasó al olvido.
Aunque el flautista prometió a los tiranos exterminar a aquellas víctimas del sistema depredador de personas, no las llevó a despeñarse por un barranco sino a un pueblo rural no muy lejano, que la gente había abandonado tiempo atrás en busca de los fuegos de artificio consumistas que ofrecía la gran ciudad. 
Allí lxs indigentes establecieron una colonia basada en la autogestión y el apoyo mutuo que prosperaría feliz y dignamente hasta ser exterminada mediante el uso de napalm por el poder dos lustros después, pero esa es otra historia.
Una vez concluida su labor, el bohemio de la flauta de madera se dirigió a los prohombres con una consigna indubitable entre ceja y ceja, ser justamente remunerado.
Pero las consecuencias de su acción complicaron un poco la retribución de la misma, pues había impulsado el comercio, ya que la gente se sentía mucho más empujada a gastar sin la molesta presencia de lxs sucixs indigentes.
Que ahora hubiera más dinero en circulación, no debería haber sino multiplicado sus emolumentos, pero ya se sabe que en arca de avariento, yace el diablo dentro.
Con las nuevas ganancias, la codicia de los prohombres se había disparado un poquito más si cabe, y su respuesta a la demanda del flautista fue sencilla. En primera instancia se rieron en su cara a carcajada limpia, y luego llamaron a dos vasallos policiales para que le propinasen una paliza legal, por insolente. Además, le pusieron una multa por valor de la lujosa alfombra que su sangre había mancillado en el despacho de los prohombres.
Aquellos burgueses exentos de escrúpulos habían conseguido enojar con su avaricia e ingratitud al flautista, que se debatía entre no rebajarse a su nivel y limitarse a vivir una vida feliz con lxs indigentes en aquel pueblo ahora lleno de vida, o si obedecer a sus impulsos primarios y vengarse.
Al final, sucumbió a sus deseos más viscerales y juró venganza; sembraría su rencor donde más doliera.
Tras reflexionar sobre las posibles vías de las que disponía para apaciguar su sed de venganza, concluyó que bien podría arrebatar a la infancia como hiciera con lxs vagabundxs. Sabía que esto sería asestar una certera puñalada al corazón de la bestia, y no porque lxs niñxs a los mandamases le importaran más que una puta mierda, sino porque representaban el relevo generacional de maquinaria orgánica a la que explotar e inducir a consumir desaforadamente. Así lo decidió, les desposeería de sus futurxs vasall=s.

No habían pasado dos días y la gente volvía a ver al excéntrico flautista, aquel que no vestía “como hay que vestir”, hacer sonar bellas melodías a través de su flauta de madera.
Sin embargo, esta vez caminaba solo, y además con cara de incredulidad.
El flautista se esmeraba, tocaba con la emoción a flor de piel, vertiendo su alma en la flauta, y no obtenía resultado alguno.
Su melodía, compuesta para embrujar y atraer los espíritus infantiles a su vera, resultaba ser completamente estéril. 
Estupefacto, corrió a asomarse por las ventanas, a ver si veía a algún niño y alcanzaba a comprender que demonios estaba sucediendo.
Y así fue como vio en varias ventanas la misma estampa: niñxs con expresión perdida machacando botones, atent=s a pantallas. Habían sido hipnotizadxs por los videojuegos antes que por él, y ahora no había quien les rescatase del letargo, estaban sumid=s irreversiblemente en la dolce far niente mental.
Imaginó como debían disfrutar los prohombres sometiendo a la infancia y sintió más rabia aún, pero no le dio tiempo a expresarla porque la policía, que había sido alertada por un amargado ciudadano ejemplar preocupado por ver arte en las calles, le había reducido y ya le estaba dando de porrazos hasta en la flauta, por haber alterado el orden público.

Todo derivó en su encarcelamiento, difamación y pérdida de derechos y de salud. Ahora yacía encerrado entre barrotes, silbando apáticamente y contando los días para poder largarse al sencillo pueblo habitado por gente de valores que sin querer había fundado a algunos kilómetros de donde se encontraba. Pero ignoraba que nunca le iban a dejar salir, pues su existencia suponía "peligro" para el maquiavélico engranaje social.  








martes, 28 de septiembre de 2010

Las gaviotas eran ingobernables


Sentado bajo la sombra de un naranjo, con una espiga de trigo entre los dientes, y su ahora larga cabellera hecha una maraña llena de inmundicia, reflexionaba sobre las alternativas de las que disponía para ocupar su tiempo en aquel nuevo día que se le presentaba.



Era inútil hacerlo, pues sabía perfectamente de antemano que no gozaba de alternativa alguna que le satisficiese; precisamente por ello se daba a la reflexión constantemente. Por puro aburrimiento. Al decir verdad, él nunca fue una lumbrera.


Y ahora, como un cruel lastre para sus cortas entendederas, a Mariano le asediaba la soledad y solamente le quedaba cuidar de unas ovejas que le proporcionaban sexo, y lo más importante, compañía.


Con todo lo que él había sido.


A menudo le gustaba cerrar los ojos y retroceder en el tiempo, hasta revivir la cúspide de su gloria personal.



Él había luchado mucho, a su manera, por conseguir encumbrarse en la política y de hecho lo consiguió, pero todo lo que sucedió tras aquellas jornadas rebosantes de júbilo y euforia, de narcisismo desmedido, escapó a su control y comprensión.


Él pretendía, muy neciamente, restituir el orden perdido en el país, como si endurecer las normas sociales fuera a devolver a la población los valores perdidos por el vertiginoso avance de la globalización.


Él no pensó que faltara el respeto a pueblo alguno, él sólo quería hacer un homenaje a su lengua y (aunque no alcanzara a pronunciarla debidamente) y sus tradiciones carcas, así que no entendía como imposición el obligar a quienes tenían lengua propia a hablar la suya.
Por desgracia, la gente no era muy partidaria de que la macroeconomía siguiese con su despiadado curso, y de que para colmo le reprimiesen día a día, que bastante tenían con el ahogo económico.
Las únicas personas lo bastante fachas como para soportarle, llegaron a la conclusión de que era insostenible mantener sus negocios corruptos si la población tomaba las de Villadiego o seguía suicidándose masivamente, y procedieron a seguir también sus pasos, los de la huida, que no los del suicidio.
Por motivos como estos se fue todo al traste antes de que él pudiera percatarse.


Y así, bajo la lógica de tan sangrantes circunstancias, se produjo un éxodo histórico, una masiva escapada épica, pues nadie soportaba un minuto más.



La gente abandonaba el país por tierra, mar y aire. Largas caravanas se dirigían a las fronteras y costas; los aviones se iban para no volver, y en líneas generales, la población prefería arriesgar su vida en pos de un futuro mejor que quedarse atrás sufriendo los seseos y desvaríos de Mariano.


Paradójicamente, él que fusilaba a miles de inmigrantes en sus delirios oníricos, había convertido en emigrantes a unos 30 millones de personas.


Y si no hizo emigrar al resto, fue porque entre medicinas petroquímicas y venenos varios en aire y agua, los dueños del mundo le habían ahorrado a los millones restantes la molestia de poner pies en polvorosa, o simplemente de verle el careto a Mariano, conocido popularmente como “Marrano”.
Así, se quedó más sólo que la una en la península que tanto había ansiado dominar, más que gobernar. Era un emperador solitario, que ya únicamente conservaba poder sobre los animales cuando estos le hacían caso, que tampoco era muy frecuente. Hasta las gaviotas que tanto habían simbolizado en su escalada ególatra, ahora deyectaban sobre su cráneo con inusitada precisión y sorna.
Eso sí, con el tiempo, se sorprendió de ver como cumplía una de sus promesas electoralistas, algo que jamás hubiera dicho que podría llegar a suceder.
La naturaleza tomó el control de la península y en poco tiempo, la vegetación se había propagado, formando un tupido bosque. Mariano se quedó trastornado de ver como la nación se había reforestado tras llegar él al poder. Le hacía reír a carcajadas así como  culparse a sí mismo el haber cumplido una de sus promesas, aunque fuese de modo indirecto. No iba con sus principios.


Pero no era la única enajenación mental que sufría al margen de las congénitas. 



Entre sus aficiones, había una que le llenaba profundamente, que daba sentido a sus tediosas horas de soledad, y era la de ir a los estancos abandonados, coger cajas de puros enteras, y con ellos entre los dientes, perseguirla…


Perseguirla a ella.


La única que de veras estaba a su lado al margen de las bestias de granja que se follaba. 
La única que le sonreía y le decía, “oh sí su majestad, su excelentísima eminencia, es usted el amo y señor de los mares y los cielos”. 
Acto seguido, echaba a correr y él, con su aspecto desharrapado de salvaje, con el puro entre los dientes, saltaba y corría entre cascotes y plantas enredaderas, persiguiéndola entre risotadas nerviosas, gritándole “¡No te vayash!, ¡no te vayash!, jijijajajajojo”
Pero la niña, que habitaba exclusivamente en su cabeza, siempre era más rápida que él.








domingo, 5 de septiembre de 2010

A malgastar la A hasta hartar la calmada paz.









“Anda ya al rapabarbas a rapar tal bárbara barba rala, la cara clama ya.”, canta Ana…
Cada mañana Ana canta baladas macarras a la playa, ya cansada, harta, y cagada hasta las trancas. Tal trápala, tanta algazara,  tanta zarabanda, alarmaba a las razas allá apalancadas y tranzaba la calma. Vaya charrada más chabacana.
Mas para plasta Marta, la bastarda cansa hasta a las santas al charlar. Van ambas tras cal Jan  y Ana clama:
¡Vaya vallada!-anda, sáltala y agarra farla y mdma hasta cargar la saca.
Tras asaltar ca Jan, Marta alcanza a Ana y la llama para danzar vals y cha cha cha, asaz afán para ambas. Al dar al alma tal alabanza, alzaban carcajadas a mansalva.

Va  Fran, (la pasma facha) al bar a malgastar la pasta y al pasar capta a las chavalas al danzar: Tachaaaaaaaán, ja, ja, ja ¡PARAD!
- Vaya, vaya, Marta y Ana, y cargadas. Ajá... ¡farla! Para agasajar a la pasma...
- ¿Agasajar a la pasma?- Brama Ana tras agrandar las agallas-, ¡Jamás! Para la pasma, ántrax y alfalfa. ¡A mamar trancas bravas al bar, facha carca! ¡A zampar bayas hasta atrafagar la garganta! Farla, crack y MDMA para las chavalas acá plantadas.
- Hala, vaya astracanada, bastarda. Zas, daca la saca. La pasma va a dar a las rayas hasta manar sangraza nasal. Tal plan agradara al capataz.
- Tanta cháchara ya cansa, charrán. Tanta maldad facha va más allá,acabará fatal... y la casta la arrastra hasta la saña. Marta alza la navaja y tras rajar la cara a Fran, caga la hazaña al marrar la navajada a la garganta-
- Vaya maña, mamarracha, jajaja. La magaña más trabada jamás tramada.
Ana, trama zangamangas, y, al tran tran, traspala la farla hasta la plaza tras Fran, mas arma maraña a mansalva y da la alarma al facha.

- ¡Pagarás cara tal trastada!

Mas las chavalas, y las ratas allá paradas, atacan hasta matar al facha.
Ya para acabar, tras la cagada facha, Marta va a ca Ana, y tras llamarla, van a vagar al bar. Al alba ya van dadas, la cara farla salva la garganta rasgada, y macadas, andan las ramblas hasta las atarazanas. La lacha laxa las llama a tragar más. Y a la cama van, a manchar las blancas sabanas, tras llamar y aplatanar a Adán. Allá,  Adán lanza gachas amargas y a mamar, vaya farra, a cardar y cardar. Y Fran, palmaba tras las navajadas, para calmar a las chavalas y ratas hartas.
Acaban la farra, bajan al bar, y a tragar más...
-Barman, saca mas cava anda, ah, y para pagar, ya paga la casa.



jueves, 24 de junio de 2010

Todo es muy difícil antes de ser sencillo.




Era un hombre desalentado.

Era un hombre desalentado. Vivía hacinado en un estrecho sótano con una ventana que daba a los pies de la gente.

Era un hombre desalentado. Vivía hacinado en un estrecho sótano con una ventana que daba a los pies de la gente. Sus ropas eran harapientas.

Era un hombre desalentado. Vivía hacinado en un estrecho sótano con una ventana que daba a los pies de la gente. Sus ropas eran harapientas. Le molestaba profundamente ver gente.

Era un hombre desalentado. Vivía hacinado en un estrecho sótano con una ventana que daba a los pies de la gente. Sus ropas eran harapientas. Le molestaba profundamente ver gente. Se sentía incapaz de pensar con valentía en el futuro.

Era un hombre desalentado. Vivía hacinado en un estrecho sótano con una ventana que daba a los pies de la gente. Sus ropas eran harapientas. Le molestaba profundamente ver gente. Se sentía incapaz de pensar con valentía en el futuro. Pasaba las horas muertas viendo la puta televisión.

Era un hombre desalentado. Vivía hacinado en un estrecho sótano con una ventana que daba a los pies de la gente. Sus ropas eran harapientas. Le molestaba profundamente ver gente. Se sentía incapaz de pensar con valentía en el futuro. Pasaba las horas muertas viendo la puta televisión. No tenía amigxs que sobreactuasen como lxs de las series americanas.

Era un hombre desalentado. Vivía hacinado en un estrecho sótano con una ventana que daba a los pies de la gente. Sus ropas eran harapientas. Le molestaba profundamente ver gente. Se sentía incapaz de pensar con valentía en el futuro. Pasaba las horas muertas viendo la puta televisión. No tenía amigxs que sobreactuasen como lxs de las series americanas. Nunca le llegaba el dinero para satisfacer el impulso consumista que le inculcaban los anuncios.

Era un hombre desalentado. Vivía hacinado en un estrecho sótano con una ventana que daba a los pies de la gente. Sus ropas eran harapientas. Le molestaba profundamente ver gente. Se sentía incapaz de pensar con valentía en el futuro. Pasaba las horas muertas viendo la puta televisión. No tenía amigxs que sobreactuasen como lxs de las series americanas. Nunca le llegaba el dinero para satisfacer el impulso consumista que le inculcaban los anuncios. Sus días eran asfixiantemente similares, era preso de la monotonía.

Era un hombre desalentado. Vivía hacinado en un estrecho sótano con una ventana que daba a los pies de la gente. Sus ropas eran harapientas. Le molestaba profundamente ver gente. Se sentía incapaz de pensar con valentía en el futuro. Pasaba las horas muertas viendo la puta televisión. No tenía amigxs que sobreactuasen como lxs de las series americanas. Nunca le llegaba el dinero para satisfacer el impulso consumista que le inculcaban los anuncios. Sus días eran asfixiantemente similares, era preso de la monotonía. Sus cortinas negras impedían a lxs transeúntes entrometerse en su lúgubre soledad.

Era un hombre desalentado. Vivía hacinado en un estrecho sótano con una ventana que daba a los pies de la gente. Sus ropas eran harapientas. Le molestaba profundamente ver gente. Se sentía incapaz de pensar con valentía en el futuro. Pasaba las horas muertas viendo la puta televisión. No tenía amigxs que sobreactuasen como lxs de las series americanas. Nunca le llegaba el dinero para satisfacer el impulso consumista que le inculcaban los anuncios. Sus días eran asfixiantemente similares, era preso de la monotonía. Sus cortinas negras impedían a lxs transeúntes entrometerse en su lúgubre soledad. Consideraba a los animales un engorro.

Era un hombre desalentado. Vivía hacinado en un estrecho sótano con una ventana que daba a los pies de la gente. Sus ropas eran harapientas. Le molestaba profundamente ver gente. Se sentía incapaz de pensar con valentía en el futuro. Pasaba las horas muertas viendo la puta televisión. No tenía amigxs que sobreactuasen como lxs de las series americanas. Nunca le llegaba el dinero para satisfacer el impulso consumista que le inculcaban los anuncios. Sus días eran asfixiantemente similares, era preso de la monotonía. Sus cortinas negras impedían a lxs transeúntes entrometerse en su lúgubre soledad. Consideraba a los animales un engorro. Se reprochaba sus fracasos.

Era un hombre desalentado. Vivía hacinado en un estrecho sótano con una ventana que daba a los pies de la gente. Sus ropas eran harapientas. Le molestaba profundamente ver gente. Se sentía incapaz de pensar con valentía en el futuro. Pasaba las horas muertas viendo la puta televisión. No tenía amigxs que sobreactuasen como lxs de las series americanas. Nunca le llegaba el dinero para satisfacer el impulso consumista que le inculcaban los anuncios. Sus días eran asfixiantemente similares, era preso de la monotonía. Sus cortinas negras impedían a lxs transeúntes entrometerse en su lúgubre soledad. Consideraba a los animales un engorro. Se reprochaba sus fracasos. Consideraba que nadie podría quererle jamás.

Era un hombre desalentado. Vivía hacinado en un estrecho sótano con una ventana que daba a los pies de la gente. Sus ropas eran harapientas. Le molestaba profundamente ver gente. Se sentía incapaz de pensar con valentía en el futuro. Pasaba las horas muertas viendo la puta televisión. No tenía amigxs que sobreactuasen como lxs de las series americanas. Nunca le llegaba el dinero para satisfacer el impulso consumista que le inculcaban los anuncios. Sus días eran asfixiantemente similares, era preso de la monotonía. Sus cortinas negras impedían a lxs transeúntes entrometerse en su lúgubre soledad. Consideraba a los animales un engorro. Se reprochaba sus fracasos. Consideraba que nadie podría quererle jamás. A menudo compraba whisky para ignorar su situación con facilidad.

Era un hombre desalentado. Vivía hacinado en un estrecho sótano con una ventana que daba a los pies de la gente. Sus ropas eran harapientas. Le molestaba profundamente ver gente. Se sentía incapaz de pensar con valentía en el futuro. Pasaba las horas muertas viendo la puta televisión. No tenía amigxs que sobreactuasen como lxs de las series americanas. Nunca le llegaba el dinero para satisfacer el impulso consumista que le inculcaban los anuncios. Sus días eran asfixiantemente similares, era preso de la monotonía. Sus cortinas negras impedían a lxs transeúntes entrometerse en su lúgubre soledad. Consideraba a los animales un engorro. Se reprochaba sus fracasos. Consideraba que nadie podría quererle jamás. A menudo compraba whisky para ignorar su situación con facilidad. Juzgaba a las personas por su aspecto o incluso por su dinero.

Era un hombre desalentado. Vivía hacinado en un estrecho sótano con una ventana que daba a los pies de la gente. Sus ropas eran harapientas. Le molestaba profundamente ver gente. Se sentía incapaz de pensar con valentía en el futuro. Pasaba las horas muertas viendo la puta televisión. No tenía amigxs que sobreactuasen como lxs de las series americanas. Nunca le llegaba el dinero para satisfacer el impulso consumista que le inculcaban los anuncios. Sus días eran asfixiantemente similares, era preso de la monotonía. Sus cortinas negras impedían a lxs transeúntes entrometerse en su lúgubre soledad. Consideraba a los animales un engorro. Se reprochaba sus fracasos. Consideraba que nadie podría quererle jamás. A menudo compraba whisky para ignorar su situación con facilidad. Juzgaba a las personas por su aspecto o incluso por su dinero. Y una mañana en que salió a comprar una botella, un bebé le sonrió.

Era un hombre desalentado. Vivía hacinado en un estrecho sótano con una ventana que daba a los pies de la gente. Sus ropas eran harapientas. Le molestaba profundamente ver gente. Se sentía incapaz de pensar con valentía en el futuro. Pasaba las horas muertas viendo la puta televisión. No tenía amigxs que sobreactuasen como lxs de las series americanas. Nunca le llegaba el dinero para satisfacer el impulso consumista que le inculcaban los anuncios. Sus días eran asfixiantemente similares, era preso de la monotonía. Sus cortinas negras impedían a lxs transeúntes entrometerse en su lúgubre soledad. Consideraba a los animales un engorro. Se reprochaba sus fracasos. Consideraba que nadie podría quererle jamás. A menudo compraba whisky para ignorar su situación con facilidad. Juzgaba a las personas por su aspecto o incluso por su dinero. Y una mañana en que salió a comprar una botella, un bebé le sonrió. Y pensó “criatura, si supieras que sólo vivirás una vez, no consentirías llegar a mi situación”.

Era un hombre desalentado. Vivía hacinado en un estrecho sótano con una ventana que daba a los pies de la gente. Sus ropas eran harapientas. Le molestaba profundamente ver gente. Se sentía incapaz de pensar con valentía en el futuro. Pasaba las horas muertas viendo la puta televisión. No tenía amigxs que sobreactuasen como lxs de las series americanas. Nunca le llegaba el dinero para satisfacer el impulso consumista que le inculcaban los anuncios. Sus días eran asfixiantemente similares, era preso de la monotonía. Sus cortinas negras impedían a lxs transeúntes entrometerse en su lúgubre soledad. Consideraba a los animales un engorro. Se reprochaba sus fracasos. Consideraba que nadie podría quererle jamás. A menudo compraba whisky para ignorar su situación con facilidad. Juzgaba a las personas por su aspecto o incluso por su dinero. Y una mañana en que salió a comprar una botella, un bebé le sonrió. Y pensó “estoy tan vivo como él, ¿porque demonios me preocupo tanto?”.

Y entonces, con absoluta calma se replanteó su vida...

Era un hombre desalentado. Vivía hacinado en un estrecho sótano con una ventana que daba a los pies de la gente. Sus ropas eran harapientas. Le molestaba profundamente ver gente. Se sentía incapaz de pensar con valentía en el futuro. Pasaba las horas muertas viendo la puta televisión. No tenía amigxs que sobreactuasen como lxs de las series americanas. Nunca le llegaba el dinero para satisfacer el impulso consumista que le inculcaban los anuncios. Sus días eran asfixiantemente similares, era preso de la monotonía. Sus cortinas negras impedían a lxs transeúntes entrometerse en su lúgubre soledad. Consideraba a los animales un engorro. Se reprochaba sus fracasos. Consideraba que nadie podría quererle jamás. A menudo compraba whisky para ignorar su situación con facilidad. Juzgaba a las personas por su aspecto o incluso por su dinero. Y una mañana salió a la calle, sonrió a un bebé, y decidió comprarse unas manzanas.

Era un hombre desalentado. Vivía hacinado en un estrecho sótano con una ventana que daba a los pies de la gente. Sus ropas eran harapientas. Le molestaba profundamente ver gente. Se sentía incapaz de pensar con valentía en el futuro. Pasaba las horas muertas viendo la puta televisión. No tenía amigxs que sobreactuasen como lxs de las series americanas. Nunca le llegaba el dinero para satisfacer el impulso consumista que le inculcaban los anuncios. Sus días eran asfixiantemente similares, era preso de la monotonía. Sus cortinas negras impedían a lxs transeúntes entrometerse en su lúgubre soledad. Consideraba a los animales un engorro. Se reprochaba sus fracasos. Consideraba que nadie podría quererle jamás. A menudo compraba whisky para ignorar su situación con facilidad. Sentía un acuciante afán por comprender las motivaciones de las personas y la necesidad de ayudar a las necesitadas.

Era un hombre desalentado. Vivía hacinado en un estrecho sótano con una ventana que daba a los pies de la gente. Sus ropas eran harapientas. Le molestaba profundamente ver gente. Se sentía incapaz de pensar con valentía en el futuro. Pasaba las horas muertas viendo la puta televisión. No tenía amigxs que sobreactuasen como lxs de las series americanas. Nunca le llegaba el dinero para satisfacer el impulso consumista que le inculcaban los anuncios. Sus días eran asfixiantemente similares, era preso de la monotonía. Sus cortinas negras impedían a lxs transeúntes entrometerse en su lúgubre soledad. Consideraba a los animales un engorro. Se reprochaba sus fracasos. Consideraba que nadie podría quererle jamás. No estaba dispuesto a desperdiciar ni un solo instante sin vivir su realidad con intensidad.

Era un hombre desalentado. Vivía hacinado en un estrecho sótano con una ventana que daba a los pies de la gente. Sus ropas eran harapientas. Le molestaba profundamente ver gente. Se sentía incapaz de pensar con valentía en el futuro. Pasaba las horas muertas viendo la puta televisión. No tenía amigxs que sobreactuasen como lxs de las series americanas. Nunca le llegaba el dinero para satisfacer el impulso consumista que le inculcaban los anuncios. Sus días eran asfixiantemente similares, era preso de la monotonía. Sus cortinas negras impedían a lxs transeúntes entrometerse en su lúgubre soledad. Consideraba a los animales un engorro. Se reprochaba sus fracasos. Consideraba que no había nadie a quien no pudiese querer.

Era un hombre desalentado. Vivía hacinado en un estrecho sótano con una ventana que daba a los pies de la gente. Sus ropas eran harapientas. Le molestaba profundamente ver gente. Se sentía incapaz de pensar con valentía en el futuro. Pasaba las horas muertas viendo la puta televisión. No tenía amigxs que sobreactuasen como lxs de las series americanas. Nunca le llegaba el dinero para satisfacer el impulso consumista que le inculcaban los anuncios. Sus días eran asfixiantemente similares, era preso de la monotonía. Sus cortinas negras impedían a lxs transeúntes entrometerse en su lúgubre soledad. Consideraba a los animales un engorro. Reflexionaba sobre sus fracasos y los consideraba éxitos de instrucción.

Era un hombre desalentado. Vivía hacinado en un estrecho sótano con una ventana que daba a los pies de la gente. Sus ropas eran harapientas. Le molestaba profundamente ver gente. Se sentía incapaz de pensar con valentía en el futuro. Pasaba las horas muertas viendo la puta televisión. No tenía amigxs que sobreactuasen como lxs de las series americanas. Nunca le llegaba el dinero para satisfacer el impulso consumista que le inculcaban los anuncios. Sus días eran asfixiantemente similares, era preso de la monotonía. Sus cortinas negras impedían a lxs transeúntes entrometerse en su lúgubre soledad. Consideraba a los animales seres cariñosos y leales, compañeros de viaje.

Era un hombre desalentado. Vivía hacinado en un estrecho sótano con una ventana que daba a los pies de la gente. Sus ropas eran harapientas. Le molestaba profundamente ver gente. Se sentía incapaz de pensar con valentía en el futuro. Pasaba las horas muertas viendo la puta televisión. No tenía amigxs que sobreactuasen como lxs de las series americanas. Nunca le llegaba el dinero para satisfacer el impulso consumista que le inculcaban los anuncios. Sus días eran asfixiantemente similares, era preso de la monotonía. Su ventana fue abierta de par en par, y la luz resplandecía sobre los nuevos colores de sus paredes.

Era un hombre desalentado. Vivía hacinado en un estrecho sótano con una ventana que daba a los pies de la gente. Sus ropas eran harapientas. Le molestaba profundamente ver gente. Se sentía incapaz de pensar con valentía en el futuro. Pasaba las horas muertas viendo la puta televisión. No tenía amigxs que sobreactuasen como lxs de las series americanas. Nunca le llegaba el dinero para satisfacer el impulso consumista que le inculcaban los anuncios. Sus días se componían de pequeños matices únicos que le alegraba sobremanera percibir.

Era un hombre desalentado. Vivía hacinado en un estrecho sótano con una ventana que daba a los pies de la gente. Sus ropas eran harapientas. Le molestaba profundamente ver gente. Se sentía incapaz de pensar con valentía en el futuro. Pasaba las horas muertas viendo la puta televisión. No tenía amigxs que sobreactuasen como lxs de las series americanas. Nunca necesitaba dinero con urgencia para satisfacer su creatividad, su curiosidad, su sensibilidad o su afecto.

Era un hombre desalentado. Vivía hacinado en un estrecho sótano con una ventana que daba a los pies de la gente. Sus ropas eran harapientas. Le molestaba profundamente ver gente. Se sentía incapaz de pensar con valentía en el futuro. Pasaba las horas muertas viendo la puta televisión. Tenía millones de amigxs, únicxs, que correspondían agradecidxs a su sinceridad incondicional.

Era un hombre desalentado. Vivía hacinado en un estrecho sótano con una ventana que daba a los pies de la gente. Sus ropas eran harapientas. Le molestaba profundamente ver gente. Se sentía incapaz de pensar con valentía en el futuro. Perdía la noción del tiempo zambulléndose en las profundidades de libros y cuadros de toda índole.

Era un hombre desalentado. Vivía hacinado en un estrecho sótano con una ventana que daba a los pies de la gente. Sus ropas eran harapientas. Le molestaba profundamente ver gente. Se sentía empujado a experimentar el presente con valentía y nobleza.

Era un hombre desalentado. Vivía hacinado en un estrecho sótano con una ventana que daba a los pies de la gente. Sus ropas eran harapientas. Le encantaba observar al prójimo y compartir sus sensaciones y sentimientos con él.

Era un hombre desalentado. Vivía hacinado en un estrecho sótano con una ventana que daba a los pies de la gente. Sus ropas poco importaban pues la magnitud de sus riquezas era intangible y ajena a la pueril estética.

Era un hombre desalentado. Vivía expandiendo su percepción y su conciencia, hasta el punto de sentirse al aire libre y liberado con sólo cerrar los ojos.



¿Era un hombre desalentado? Vivía expandiendo su percepción y su conciencia, hasta el punto de sentirse al aire libre y liberado con sólo cerrar los ojos. Sus ropas poco importaban pues la magnitud de sus riquezas era intangible y ajena a la pueril estética. Le encantaba observar al prójimo y compartir sus sensaciones y sentimientos con él. 
Se sentía empujado a experimentar el presente con valentía y nobleza. Perdía la noción del tiempo zambulléndose en las profundidades de libros y cuadros de toda índole. Tenía millones de amigxs, únicxs, que correspondían agradecidxs a su sinceridad incondicional. Nunca necesitaba dinero con urgencia para satisfacer su creatividad, su curiosidad, su sensibilidad o su afecto. Sus días se componían de pequeños matices únicos que le alegraba sobremanera percibir. Su ventana fue abierta de par en par, y la luz resplandecía sobre los nuevos colores de sus paredes. Consideraba a los animales seres cariñosos y leales, compañeros de viaje.  Reflexionaba sobre sus fracasos y los consideraba éxitos de instrucción. Consideraba que no había nadie a quien no pudiese querer. No estaba dispuesto a desperdiciar ni un solo instante sin vivir su realidad con intensidad. Sentía un acuciante afán por comprender las motivaciones de las personas y la necesidad de ayudar a las necesitadas. Y una mañana salió a la calle, sonrió a un bebé, y decidió comprarse unas manzanas.

Era el mismo hombre, un tipo feliz.














viernes, 18 de junio de 2010

Los árboles no les dejan ver el bosque.



En otra de las mañanas desbordadas por la pesadumbre que conformaban su rutina diaria, Arnau dedicaba juramentos impropios de un niño de ocho años al despertador.
Sus padres le veían aquel ratito durante la mañana y poco más, pues eran victimas del esclavismo laboral. Pero era lo suficiente para darle por culo, asegurándose de que le garantizaban un puesto el día de mañana en el esclavismo laboral a él también. No tenían mala intención, ni puta idea tampoco.

Así que ahí estaba él, tan acompañado como solo, enojado, peleándose con el uniforme del colegio otra vez. El maldito uniforme del maldito colegio.

En realidad allí a ratos se lo pasaba bien. Pese a que el profesorado se empecinaba en adoctrinarle,  hallaba cierto consuelo cada día a la misma hora. En el patio, dada su poca predisposición a sumergirse en los mares del hipócrita protocolo social, que a esas edades empezaba a hacer sus pinitos, se escurría hasta un rincón tranquilo con algunos escalones, donde devoraba libros. Sumergirse entre las páginas de “La isla del tesoro” le reportaba sensaciones mucho más gratificantes que formar parte de corros discriminatorios hacía algún compañero desafortunado.
Pero ni por esas se sacudía de la exacerbación de la monotonía, y al acabar cada día aparecían en su mente espontáneas ideas de escapismo libertario, que progresivamente fueron adoptando forma.
Así llegó otra de aquellas mañanas pesarosas en la que armándose de valor y apelando a su libertad, fingió ir hasta el colegio, pero desvió su rumbo a medio camino.
Conocía aquellos parajes rurales hasta cierto punto, y cuando hubo sobrepasado sus propios límites, siguió avanzando, campo a través, un ratito más. Hasta adentrarse en la terra incognita.

En el pueblo se percataron de su ausencia más tarde que pronto pero enseguida se montó el revuelo, pues siempre era un aliciente que acaeciesen sucesos extraordinarios y morbosos. Las autoridades, incompetentes, nunca supieron ofrecer más que pesquisas estúpidas que giraban sobre si mismas. En el colegio se lavaban las manos. Lxs profesorxs se preocuparon por el “rarito” tanto como sus compañerxs; el tiempo que transcurrió hasta que les picó un mosquito o recordaron que debían devolver las películas al videoclub.
Su padre y su madre rompían en llanto impactadxs, y ajenxs a su parte de culpa. Y así estuvieron un tiempo hasta que se resignaron. Se consolaban pensando que le habían comprado muchas cosas, para ignorar así que no le habían hecho nunca puto caso. En cuestión de semanas, la novedad había pasado en el pueblo, y la familia de Arnau volvía a fichar en la fábrica, pues el empresario se pasaba los percances de su maquinaria orgánica por la bolsa de los huevos.

Arnau por aquel entonces había entrado tanto en el primer bosque que encontró que no sabía si había cambiado de país, eso le hacia creer su imaginación infantil nutrida por mil libros, de los que le acompañaban unos cuantos en su periplo.
Había estado zampando bayas, frutas e insectos, porque era un niño sin manías. Y tras los primeros compases en los que la soledad le atenazó algunos momentos se reconfortó sintiéndose libre por primera vez y así se reafirmó en su convicción.
Hubo caminado kilómetros cargados de descubrimientos entre el tupido bosque, cuando topó con un árbol como no había visto otro antes. Ni en los libros había leído nada similar.
Se erigía majestuoso por encima de los demás, y superados unos primeros instantes de respetuosa fascinación, decidió que aquel sería su hogar, pues sus anchas ramas bien ofrecían espacio para un cuerpo pequeño como el suyo.
Trepó jadeante con la lengua fuera durante un rato, hasta dar con un enclave que consideró idóneo. Y una vez allí, situado aún a una distancia relativa de la copa de aquel gigantesco árbol que nada tenía que envidiar al “General Sherman”, se tumbó y se durmió profundamente hasta perder la noción del tiempo.

Pasó semanas de comunión con aquel enorme ser, en las que aprendió muchas cosas útiles, y aún más importante, olvidó otras tantas inútiles. Vio corretear a sus pies y su vera infinidad de criaturas variopintas, de gesto apacible en su totalidad. Pájaros, ardillas, hurones, mofetas, conejos, y un sempiterno etcétera.
El transcurrir del tiempo se volvió intangible y anecdótico, y le fue preparando para su hermanamiento con la naturaleza.
Se le fueron quitando las ganas de nutrirse de insectos, porque se sentía agradecido por el cobijo que recibía, y encontró no lejos de allí un riachuelo de agua bastante limpia, lo que le hacía suponer que no había fábricas en aquella distante región que había alcanzado, aunque eso ya poco le importase.
Entabló amistad con algunos de los animales que a menudo le visitaban, y terminó por jugar al escondite y a la pídola con ellxs, y éste era, junto a las visitas al riachuelo, el único motivo por el que se separaba de su enorme hogar de ramas y hojas infinitas.
Cada día se abrazaba a él con mayor intensidad, se sentía a salvo bajo sus ramas cuando llovía o los días en que el sol incidía perpendicular e implacable sobre la zona.
Fue haciéndose “salvaje”, es decir, fue haciéndose persona, y pese a que los libros que leía mantenían su faceta civilizada activa, fue convirtiéndose en alguien sincero, atento, autosuficiente y alegre. Y también expandiendo a pasos agigantados los límites que siempre habían impuesto a su conciencia.
Cuando un día su percepción estuvo preparada, y sin él pretenderlo en ningún momento, de repente descubrió lo que oculta el mundo a los ojos del hombre superficial.
Y así fue como pudo hablar por vez primera con todo cuanto allí le rodeaba.

Primero sintió cierto pavor, que muy rápidamente sucumbió ante una extraña sensación de paz y plenitud, de armonía.
Por fin conoció a su hermano, el enorme árbol, quien pese a expresarse con escasos monosílabos le agradeció su compañía, fidelidad, cuidados y miles de abrazos. Resultó llamarse “Rutanagira”, aunque él mismo restaba trascendencia a tal circunstancia asegurando que somos quienes queremos, nos llamen como nos llamen.
Conoció a la ardilla pizpireta con la que solía jugar y al hurón tosco pero leal que a menudo le acompañaba al riachuelo.
El mundo y él eran uno y estaba vivo y radiante, y se preguntó si alguna vez habría llegado a entender mínimamente la existencia de haber continuado con su sombrío adoctrinamiento escolar, concebido con el objetivo de poner miles de trabas a su percepción y de hacerle dudar incesantemente de si mismo.

Ahora que era parte activa además de pasiva del bosque, del mundo y del todo, correteaba feliz por sus entrañas, soñaba a lomos de Rutanagira, y exploraba las capacidades de su mente, consiguiendo hacer cosas inconcebibles para la asquerosa sociedad del “progreso”, cosas peregrinas que no tiene sentido que describa aquí ahora.

Así que entre la elevación espiritual y su coexistencia respetuosa y amable, vivió mucho mejor que todos los millonarios del mundo, mejor que quienes habían conseguido concluir sus estudios con éxito, mejor que quienes ganaban competiciones deportivas en las que siempre hay perdedores, mejor que con todo el éxito mundanal en definitiva. Y esto duró un tiempo largo e intenso, aunque él se burlara de los conceptos “tiempo” o “largo”.


Pero el mundo seguía inevitablemente su curso lerdo ahí fuera.
Una mañana, en algún lugar no lejos de allí, a Bartolo, cincuentón de sesera bastante limitada, se le ocurrió que la solución a su fatiga física y emocional bien podría consistir en organizar una partida de caza con sus amigotes.
Siempre le relajaba asesinar impunemente y desde la distancia a criaturas indefensas, le hacía sentir cierta sensación de poder, en las antípodas de la debilidad que en realidad demostraba. Pero él no podía percatarse de ello.

Cuando hubo reunido a la panda de cretinos que se mostraron dispuestos a acompañarle, emprendieron su camino armados hasta las cejas, dispuestos a celebrar una nueva jornada de relajante masacre injusta.
Se adentraron en el bosque y decidieron seguir el curso de agua que encontraron al poco rato de caminar y que tenía visos de agrandarse conforme avanzaran. Así tendrían una referencia.

Caminaron partiendo ramas, hundiendo sus botas en las flores, abandonando chustas de caliqueño encendidas tras de sí, y provocando el temor entre muchas criaturas que si bien no conocían al humano, algo malo presagiaban ante su presencia.

Y no eran los únicos, pues el pequeño Arnau, a lo lejos, sintió un escalofrío perspicaz y miro a su amiga la ardilla un poco consternado.

La observaba, preguntándose a que se debía el estremecimiento de su cuerpo, planteándose si es que acaso podían correr algún tipo de peligro en aquellas profundidades forestales. Ella le correspondía moviendo los bigotes e instantes después de que sonara un atípico estruendo ya no tenía bigotes, ni cabeza. Lo que antes era su cráneo ahora era una especie de puré esparcido por la hojarasca. Su cuerpo inmóvil yacía en una postura imposible y para Arnau fueron segundos eternos.

Al fin pudo reaccionar y el instinto le empujó a huir. Uno podría pensar que siendo un niño estaba a salvo, pero es que Bartolo y su cuadrilla de valientes se habían atiborrado a carajillos de brandy, y desde luego, no distinguirían a su propia madre. Tanto estrés social habían sufrido los pobres.

Arnau corrió lo suficiente como para llegar, pálido del pánico, hasta el árbol que siempre le protegió.
Mientras ascendía con dificultad asiéndose a su corteza de cualquier manera, oyó a lo lejos un chillido desgarrador y que retumbó como mil despedidas precoces, espantando a todos los pájaros por allí reunidos.
Reconoció la voz de su amigo el hurón, el hurón tosco pero leal, y no creyó que aquella locura fuese a tener otro final que no fuese la aniquilación total de todas las criaturas que habitaban aquel lindo lugar.

El hurón había visto lo sucedido y no había podido evitar abalanzarse sobre el beodo criminal, más por evitar que prosiguiese en su afán de abrir fuego gratuitamente contra el resto de seres vivos que allí habían que movido por ningún sentimiento de venganza.
Pero un amante del deporte de la caza no entiende de este tipo de matices, y agarrándolo por la cabeza le había abierto en canal y volcado sus entrañas con un cuchillo de caza diseñado para liberar estrés también en las distancias cortas.

Arnau estaba enmudecido y a punto de alcanzar la meta de su frenética escalada, cuando también fue derribado. Un disparo le alcanzó en la columna, agarrotando sus extremidades y desplomándole unos cuantos metros hasta dar de bruces contra el suelo. El genio que había acertado no se permitió un instante para celebrarlo, pues extrañado por aquella criatura de tamaño medio, sucia y que trepaba trémula pero veloz, decidió rematarla y así no darle opción a levantarse enfurecida. Así, agazapado aún tras unos matorrales, disparó otra vez y le reventó la cabeza, incrustando parte de sus sesos en el tronco de Rutanagira, los cuales se deslizaban como una loción, y complementaban a la perfección la sangre que alcanzaba sus raíces. Y las extrañas lagrimas de aquella descomunal planta que ahora lloraba.

El “deportista” ebrio se sentía mucho más relajado ya, claro está, y se acercó satisfecho y curioso a comprobar la naturaleza de aquel extraño ser.
Su sorpresa le hizo  tener ganas de mearse encima al instante. No era mas que un niño, mugriento y con marcas extrañas en el cuerpo, pero un niño.
Se arrepintió enseguida, y no es que sintiera el peso de haber arrebatado una vida ajena por diversión, un auténtico profesional de la caza jamás sentiría algo así, sino que pensaba en las consecuencias legales que podía tener aquel súbito contratiempo. Perlaban su piel mil sudores fríos con solo imaginar una existencia tras los barrotes. Con lo bien que se estaba en el bosque.

Empezaba a tramar como deshacerse de aquel entuerto incluso antes de que sus compañeros advirtiesen lo sucedido, cuando ocurrió algo completamente fuera de lugar.

Rutanagira, que llevaba siglos comprendiendo la esencia y necesidad del perdón, sucumbió a sus impulsos y actuó como un ser primitivo. Con odio y rencor, y aún a sabiendas de que estaba a punto de asesinar una parte de su propio ser.
Movió una de sus poderosas ramas y con la misma engancho al infanticida aquel, “Manué” para más señas, y le elevó unos cuatro o cinco metros por encima del suelo.
El pobre necio se revolvía como un insecto, su quijada atenazada, y sus compañeros, que llevaban rato buscándole, asistieron impávidos a la surrealista escena sin entender nada. Sus borracheras les abandonaron de sopetón.

“Manué” aullaba de pánico, y esta vez sí orinó en sus pantalones.

El árbol le dedico la mirada vacía de quien no tiene nada que perder, y acto seguido, le puso cabeza abajo y le descendió tan violentamente como pudo hasta el suelo.

La columna de Manué parecía ahora un juego de Mikado, fragmentada en mil astillas y su cabeza simplemente había desaparecido.
El árbol se secó en apenas instantes, aunque a Rutanagira los ojos sin limitaciones pudieron verle escapar desconsolado del mismo unas décimas de segundo antes, y esa fue la última “muerte” de la jornada en aquel paraje.

La cuadrilla de valientes y heroicos deportistas, había huido estrepitosamente sin poder advertir nada, con expresión de haber visto el demonio en persona, y así llegaron al pueblo, más estresados de lo que habían salido. Eso es algo que días después pagarían sus mujeres, pero esa es otra historia.

Cuando relataron lo sucedido, pese a que a priori le tacharon de borrachos que habían perdido el juicio, se originó mucha curiosidad sensacionalista entre la comunidad, pues como ya dije antes, siempre era un aliciente que acaeciesen sucesos extraordinarios y morbosos.

Organizaron una patrulla, que armada otra vez hasta los dientes para poder repeler la ira del monstruo arbóreo se dirigió al lugar de los hechos sin dilación.
Al alcanzarlo, siguiendo el curso del riachuelo en base a las instrucciones de Bartolo y los suyos, pudieron comprobar como en efecto el cuerpo de “Manué” reposaba inerte, con la espalda llena de protuberancias y sin cabeza.
De los otros cuerpos no se supo nada, parecía que se los hubiese tragado la tierra. Tan sólo quedaba el del árbol, seco y apagado.

Empezaron a hacerse mil pesquisas estúpidas de nuevo, hasta que acordaron acusar a los cazadores por el asesinato de “Manué”, ya que su viuda jugó bien sus cartas y había visto la posibilidad de ingresar una buena cantidad tras lo sucedido.
Una vez postergada la resolución del caso a la desidia de la burocracia y la lenta parsimonia del inútil sistema judicial, aún hubo quien supo sacar un poco más de provecho de la situación.
Aprovechando la ingenuidad del pueblo supersticioso, consiguió reunir firmas para acabar con el árbol y en realidad con toda la zona, por aquello de ahuyentar a “los malos espíritus”.
Una vez hubo convencido a la masa con un discurso tendencioso y bastante deficiente, se hizo con la propiedad del terreno, y tras vender toda la madera que obtuvo terminó por montar allí un matadero, que hacia las veces de tapadera para sus negocios turbios de burgués corrupto.
En cuanto a Arnau, Rutanagira, la ardilla y el hurón, claro que están allí, y aquí, y en todas partes, pero a su manera.

Desde luego la humanidad no iba a consentir que fuesen libres y felices sin más, ni aún escondidos en las entrañas de un profundo bosque. Era sólo cuestión de tiempo que lo impidiese, y además con la indiferencia de quien aparta una mosca de su estúpido y limitado campo de visión.







martes, 15 de junio de 2010

La hipocresía del "Cristianismo". (por Gomita)



  Una vez yo también creí que la “salvación” vendría del cielo, y me evitaría una eternidad quemandome en lagos de azufre, con otras miles de “almas pecadoras”. ¿Por qué creí eso? ¿por qué ahora no lo creo? Quizás lo creí porque mis padres me lo dijeron. También me aseguraron que existía un señor de barba blanca y traje rojo, que si me portaba bien, como recompenza, a final de cada año, me premiaría con un regalo. También recuerdo una historia similar, en la que 3 señores llegaban en sus camellos a dejarme obsequios en mis zapatitos, con sólo dejarles algo de pasto y agua. También me afirmaron, durante los primeros años de mi vida, que cuando cayera de mi boca un diente de leche, con solo ponerlo bajo mi almohada, un amigable ratoncito lo tomaría y en su lugar me dejaría dinero. Y así quien sabe cuantas mas...lo importante de estas historias, son dos cosas. La primera, la mentira. Base de toda “fé” ciega e infundada. Con el dolor y la desilusión que adviene luego, cuando la verdad toma otra forma frente a tus ojos. Lo que sucede, te explican luego, es que dejaste de “creer”, “perdiste la inocencia”. ¿Abrir los ojos es perder la inocencia? ¿Cuestionar algo que no podemos tomar como verdad absoluta, es dejar de creer? Pues vale, entonces es preferible dejar de creer, que ser “inocente” toda la vida, ¿no os parece?. Y la segunda, y tal vez la mas profunda (por si mentirle a un niño, no fuera suficiente). El interez en algo material. Buscar regular el comportamiento de una persona, que recién está dando sus primeros pasos en este suelo potable en conocimientos y nuevas experiencias, a través del interez en un premio, en un regalo o una recompenza. Inculcar en la psiquis del niño, que debe “ser bueno” para que alguien que no conoce, lo premie! Debe obedecer a sus padres, hacer sus tareas, no hacer daño a sus iguales, para recibir un premio material. El resultado de esta “enseñanza” tan nociva, de los padres a sus hijos, es que los niños crecen “creyendo” que “el bien”, es aquello que debes hacer a la espera de una recompenza. Y no de cualquier recompenza, sino de un objeto material. ¿El niño tiene la culpa? Claro que no! La vida de un niño, es como un tobogan,los padres tienen el poder para colocarlos en la cima de diferentes toboganes, y una vez que eligen, al niño solo le queda la opcion de caer y caer, porque aunque traten de frenarse agarrandose de los bordes, aún no tienen la “fuerza” para lograr semejante proeza. Recién cuando alcanzas determinada edad, y consigues esa “fuerza”, puedes frenarte y preguntarte, ¿éste es el tobogan por el que me quiero deslizar el resto de mi vida? No, éste lo han elegido mis padres, yo quería ir por aquel...pero cuanto he bajado ya, ¿cómo hago para retroceder, si es tan escarpada la pendiente? Tendré que seguir...no tengo otra alternativa que seguir “descendiendo”...y tan divertido que parecía “ascender”...elevarse hasta aquello azul que brilla en lo alto...allí donde está “Dios”...Un momento, si “Dios” es mi padre, por qué está allí arriba? Por qué no está aquí conmigo? ¿Por qué si Él está “alli arriba”, yo voy hacia “allá abajo”? Papás, ¿por qué han elegido éste tobogan?
  Estos tres tipos clasicos de mentira, en la cultura occidental, son solo a modo de ejemplo. No podría asegurar que tengan el peso suficiente en la vida de una persona, como para determinar la elección de un camino a seguir por parte de ésta. Pero desgraciadamente, para esta persona, su vida estará cargada de estas “mentiras blancas” o “inocentes”. Simpre pensadas, para dominar su “conducta”, su forma de pensar, de sentir, de ver al mundo, a las otras personas, a si mismo...van perdiendo inocencia estas “mentiritas”, no? Y quizás una pregunta aún mas interezante se podrían hacer a esta altura (los perspicaces no necesitan hacer esta pregunta, pero aún así la haré y la responderé).
 ¿Cómo se puede relacionar lo anteriormente expresado, con el cristianismo? Pues aquí va el sentido de éste texto.
 La mayoría de las culturas, para ser tal, necesitan pautar reglas de conducta (o “valores morales”), para poder controlar el accionar de quienes sean parte de ella. Éstas “reglas, valores o normas”, son ni mas ni menos, que aquellos estandares “universales”, que determinan aquello que es “bueno”, y aquello que es “malo”. Obviamente, las acciones enmarcadas dentro de lo conocido como “bueno”, es aquello que los creadores de aquellas normas, han decidido que es lo “correcto”, lo que “está bien”. Todo lo demás, será repudiado, considerado como “malo”, y naturalmente, será castigado. Estas normas, suelen estar impuestas por Instituciones, las cuales tambien se encargan de castigar lo “malo” como de “premiar lo bueno”. Una de las instituciones sociales mas antiguas, sin duda es la Religion.
   En cualquier sociedad humana, siempre se ha buscado una figura superior a la cual “alabar”. A la cual dar gracias por las “recompenzas” que han recibido (antes solían ser alimentos, y todo aquello que haga posible la supervivencia, ahora se “agradece” y se pide, todo aquello que haga posible la ostentacion y la opulencia frívola), y de la cual renegar cuando los castigos caen sobre vuestras cabezas, sentenciando a aquella deidad, que era tan generosa y buena en tiempos de bonanza, y tan cruel y vengativa en tiempos de miseria. Aquel mismo “dios”, puede ser angel y demonio, verdugo o “compasivo padre amoroso”. Pues os diré algo vulgo crédulo, estaís hablando del mismo ser, de la misma creación.
 Éste “ser superior” a tomado numerosas formas, e igual cantidad de nombres, incluso ha cambiado su polaridad. Pero siempre ha estado. Preguntar qué fué primero, si “dios” o el hombre, es tan burdo como preguntar, qué fué primero, si el huevo o la gallina. Porque unos podrían decir, “si el hombre creó a dios, es natural que el hombre haya sido primero”, pero los creyentes responderán con total vehemencia, “Dios es nuestro creador, el ha sido primero”, eso marca su “fé”, y como combatir la “fé” de un hombre? No es posible tal proeza. Allí es dónde nace la Religión. ¿Y qué plantea la religión? Si no podemos acabar con su “fé”, pues manipulemosla a nuestro favor. ¿Cómo? Muy simple...hagamosles crrer que somos el nexo entre su “deidad”, entre su “ser superior”, y ellos. Que sus “designios” nos han sido “revelados”, y si hacen lo que nosotros les “profesamos”, estarán en paz, y entrarán en la gracia del “señor”.
  Un engaño de tal magnitud, obviamente no podría haber sido urdido por un grupo de ineptos. Hay que darles el crédito que se merecen. Han detallado un plan que ha mantenido vigencia por miles de años. Cientos de generaciones han seguido sus reglas, sin cuestionarlas, simplemente agachando la cabeza, cerrando los ojos, y dejandose guiar por “La Palabra”. Y los que lo han hecho (cuestionar a la religión), han sido suprimidos de la manera mas violenta por los lideres religiosos. 
 Poco  a poco, la Religión, se ha transformado en la Institución social mas relevante de cada sociedad. Porque a pesar de que no todos estaban de acuerdo con sus reglas, todos le temían. Ya que ellos eran el nexo entre lo “divino” y lo terreno, además del poder creciente que ostentaban.
  La religión que enmarca perfectamente en éste estereotipo, ademas de algunas mas (pero de menor  peso), es la Religión Cristiana. Oh! ¿Quién podría negarlo? ¿No es acaso, la Reina tiranica en éste Imperio del mal, en este imperio de la Mentira, del engaño?. Quizás no sea la madre de todas las mentiras, pero sin duda es su heredera, y su mas fiel defensora. Quien eleva su bandera de falsa verdad, hasta el “reino de los cielos”. Y lo mas indignante, y al mismo tiempo, lo mas maravilloso, es la forma totalmente evidente con que se llevan a cabo sus engaños. Y algo que no tiene nada de maravilloso, y todo de indignante, es la forma en que elevan como su estandarte, a una figura de lo mas puro que ha albergado nuestro mundo moderno. Claro que me refiero a Jesús, o Cirsto (el ungido). Aquel que predicaba con su accionar. Que no “descendió” a la tierra, para dejarnos reglas arbitrarias, para que los que las sigan puedan ingresar al “reino de los cielos”, ni mucho menos, de como evitar el “infierno”. Jesús dedicó su vida terrenal, para mostrarnos que un hombre puede vivir a conciencia, actuar correctamente, ayudar a los demás, por el solo hecho de que lo necesiten, no de que nos ofrescan una recompenza, nos mostró que la mayor recompenza, es hallar la paz, no la gratitud de los demas. Y algo fundamental, algo de lo que la Iglesia nunca ha hablado, y que para entender a Jesús, es vital. Trató de hacernos abrir los ojos, y tomar noción de nuestra propia divinidad,  de la “chispa divina” que llevamos dentro. Sus enseñanzas se basaban, en que el afamado “reino de los cielos”, está en NOSOTROS, en nuestro interior. Y la unica forma de llegar a el, es siendo conciente de ello. De que no hay que buscar fuera de nuestro “SER”, ni en objetos materiales, ni en promesas vacías. Claramente Jesús quiso hacer algo que iba totalmente en contra de los “Dogmas” de la Iglesia, de la Fé o de cualquier cosa establecida por éste antiguo Imperio del Engaño. ¿Y qué sucedió? Jesús se convirtió en un “rebelde”, en un “falso Mesías”. ¿Y que se hacía con ese tipo de “Herejes”? Acallarlos, o matarlos en terminos mas realistas. 
 Jesús trató de traer un poco de amor, de justicia y de conciencia, en el seno de una puja entre Judíos y Romanos. Los unos lo llamaron “falso mesías”, creyendo imposible que una persona humilde, pudiera ser el hijo de Dios, y mucho menos, el Rey de los Judíos. Y los otros, lo persiguieron por ir en contra de sus creencias Politeistas, y de creer que podría alterar el orden social. Todo ello culminó con uno de los crimenes mas atroces que tuviera lugar en la historia humana. La tortura inhumana, la humillacion pública, la difamación, y todo por aquello que el pobre portador de la “buena ventura” tuvo que sufrir, llevó a la ya conocida, crucificción. Allí es donde comenzo el “Cristianismo”, dónde murió el único Cristiano, Jesús. Y aquí comienza lo mas aberrante, la mentira mas repugnante de la historia. La “mala ventura”. Diciendo ser aquellos que portan “la palabra” de Dios, y que son los seguidores de Jesús, el “hijo de Dios” según ellos, han cometido las mayores atrocidades contra la humanidad. Desde matanzas sanguinarias, hasta el deseo de Afixiar a la cultura. Eliminar del camino todo aquello que vaya en contra de sus “creencias”. Con un puñado de promesas vacias, de reglas contradictorias, y de la primer forma de Terrorismo conocida por el hombre, los Líderes cristianos, han levantado un Imperio del engaño propio. Ganando adeptos por doquier, como nunca se ha visto. Regando la tierra con la sangre de sus propios “fieles”, en su intento por eliminar cualquier oposición a sus ambiciones de Poder, de Dominación y de Riquezas, sobre todo.
  Cuando uno se pone a analizar el nombre de esta naciente Religión, es muy dificil no sentirse enfermo, indignado, y con ganas de decir, ¿quien va a creerles?. Para algunos resulta una obviedad, una brecha infranqueable entre las enseñanzas de Jesús, y las demagogicas doctrinas Eclesiasticas. Tomaron algo puro, hermoso y divino, como la figura de Jesús, y transformaron sus palabras, en “Dogmas”, en “valores inmorales”. Desvirtuaron aquellos conceptos maravillosos expresados por El maestro, y crearon nuevas y brutales concepciones acerca de cómo vivir, en qué creer, cómo ver al mundo, y sobre todo, cómo ver a los demás. Y aquí aparece una atrocidad del Cristianismo, la forma de ver a los “no creyentes”, y la manera vehemente de enferntar a sus “creyentes” contra aquellos que no tenían la misma “FÉ”. Pasarón radicalmente del Amor hacia nuestros iguales, hacia nuestros “hermanos” profesado por Jesús, al horror de la compasión hacia nuestro “projimo” (prójimo cristiano naturalmente) y el odio despiadado hacia aquellos que tengan una visión diferente sobre Religión, sobre la vida, sobre Dios. Esto, sumado a la ambición de Poder y de acumular Riquezas, ha llevado a cientos de sangrientas batallas, de Cristianos contra No-cristianos. Todo esto lleva a la reflexión, de la Hipocresia de estos “líderes espirituales”, hablando de un “dios todopoderoso, compasivo y fuente infinita de amor”, sacrifican las almas “impuras” de otros seres humanos, por solo tener una visión diferente, o por interponerse en sus “cruzadas” codiciosas. Esas ansias de Imponer al mundo religioso su “fé” como la verdadera y la unica, sin mostrar respeto alguno hacia otras creencias aún mas antiguas. Tratando de destruir culturas enteras, ocupandose de quemar aquellos libros que pecaran de “herejia”, es decir, que contengan conceptos opuestos a los “dogmaticos”. Y uno se pregunta ahora, ¿cómo puede subsistir un movimiento tan destructivo, que profana lo ya existente, vistiendose de Juez y Verdugo, creyendo tener “la verdad”, y ahogando en la ignorancia y el primitivismo a su “rebaño”? Pues bien, ¿cómo creis vosotros? Con mas mentiras!!! Por supuesto. Y estas, quizás, sean las peores. Las mas sucias y vanas. Y las mas increibles, pero aún así, las mas radicales para entender el “por qué” de la supervivencia de esta Religion del Odio.
   Primero que nada, como toda Institucion, aparte de imponer reglas, requiere de algun metodo para que estas reglas sean obedecidas. ¿Cúal es el que utiliza esta nefasta religion? El temor, el miedo. Los precursores de esta pútrida religion, se han encargado, no solo de  mantener ciegos a sus seguidores, sino también de asegurarse de que eso no cambie, a través del temor. Han utilizado personajes o situaciones ya existentes, como Dios, la felicidad, la vida o la muerte, y les han dado nuevos significados. A dios, lo han dividido entre el “padre compasivo”, en el cual radica todo lo bueno que existe en el mundo, y al cual hay que alabar sin cuestionamientos; y la otra parte, del mismo Dios, lo han llamado Satanas, quien es pura maldad, y representa todos aquellos valores contrapuestos a lo bueno, lo “santo”, lo puro y lo “cristiano”. ¿A que lleva esto?, a que el vulgo deba amar al “dios bueno”, y odiar al “dios malo”, mas conocido como satanas. Esto no parece tener ninguna complicacion, ahora bien, estas nuevas creaciones del cristianismo, han tomado un papel preponderante en la vida de los “creyentes”. La religion cristiana, sostiene férreamente, que para estar en la gracia del “dios bueno”, hay que seguir milimetricamente los Dogmas eclesiasticos. Con ello, y naturalmente, rindiendole culto a este “dios bueno”, y rechazando cualquier necesidad fisiologica puramente humana, podrán acceder a una vida llena de felicidad en el “mas allá”. Es decir, como premio o recomepenza a una vida completamente desdicahada, viviendo en las sombras y conformandose con sobras de felicidad, y alejandose infinitamente de la verdad, de la felicidad y del estado de Conciencia (que es necesario para evolucionar como Ser de luz), les aseguraban un lugar en el “reino de los cielos”, en el “paraíso”. Es decir, rechazar el “mas acá”, o la felicidad en esta vida, con la promesa vacia de una felicidad infinita en el “mas allá”. Y el complemento de esta promesa vana de recompenza, se encuentra por supuesto, el castigo a quien no cumpla con las reglas impuestas. Aquel castigo, tampoco sería en ésta vida, sino, en la “proxima vida”, en la vida despues de la muerte. Y si el premio era pasar la eternidad al lado del “dios bueno”, en el “reino de los cielos”, obviamente, el castigo sería pasar la eternidad junto al “dios malo” (Satanás), y en el Infierno, donde en contraposicion con la dicha infinita, aquí sufrirían un dolor infinito, donde sus almas se quemarían en los furiosos fuegos del Averno. Profetizaban ríos de azufre, donde sus almas flotarían por la eternidad, y muchos otras desventuras innombrables. Al parecer, lo que buscaban era controlar la conducta de sus fieles, y llevarlos por el “buen camino”, evitando que cometan “pecados”. Pero claro que ese no fué su propósito. A los responsables de “juzgar” las acciones de los hombres, no les importaba que éstos cometan pecados, pero sí que se arrepientan y sientan “culpa”. La CULPA, cuan trascendente es éste concepto para los cristianos. La autoreprimenda, la “autoflagelación”. El hecho de saber que algo “está mal”, no lleva a los fieles a no hacerlo, sino a hacerlo, y luego “arrepentirse”. Ese arrepentimiento, debe materializarse en algo que han llamado, “Confesión”. Ésta consiste, en que el pecador debe contarle (o confesarle) sus pecados a un “enviado de dios”, o Sacerdote, el cual tomará de forma activa, el papel de Juez y Verdugo (antes mencionado). Escuchará atentamente los actos aborrecibles del “hombre pecador”, y le dará una “penitencia”, con lo cual conseguirá el “perdón de dios”, y estará en paz. Creo que no hace falta aclarar, que estos nefastos personajes, autodenominados Sacerdotes, Padres, Pastores o Curas, no son mas que personas, hombres que han dedicado su vida a impartir castigos a aquellos pobres ingenuos que confían en que ello les asegurará un lugar en el “paraíso”. Son hombres de carne y hueso, con las debilidades, miedos, inseguridades y bajezas que ello implica. Y sin embargo, la Iglesia, les da el titulo ficticio de “Portadores de la Verdad”, y de “Jueces ejecutantes de la Justicia Divina”. Con ésto, la Iglesia no se encarga de llevar a su “rebaño” por el camino de la Verdad, de la Bondad y de la Conciencia, sino, por el camino de la Ignorancia, del Temor, y de la “penitencia en vida”. Otorgandole el poder de “perdonar” o “sentenciar”, las almas de sus iguales, a hombres tan o mas corruptos que los ingenuos que son juzgados.
  Todo esto, ha llevado a que los fieles, vivan sus vidas siguiendo reglas arbitrarias, y limitando su vida a ello. Lo cual les ha impedido, desarrollarse tanto intelectualmente, como espiritualmente. Ya que primeramente, están rechazando su condicion de seres de Luz, y aceptando que otros elijan por ellos, y les limiten las opciones a lo que “la iglesia dice que es correcto”. Los ha llevado a vivir sus vidas como pordioceros del espiritu, seres infraespirituales, infelices. Y todo lo que deben hacer es “creer”, tener “fé”, con ello, les han dicho que serán felices y plenos. Los han obligado, a vivir también sin riquezas materiales, pero no para que desarrollen una riquezas espiritual, sino para seguir alimentando sus “arcas”. La Iglesia siempre tuvo el concepto atroz de, “nosotros os daremos felicidad en el mas allá, si ustedes se deshacen de sus pertenencias en el mas acá, y se la dan a la Iglesia. Dios se sentirá mas cómodo en una “cálida mansión de oro”. Ustedes no lo necesitan, solo necesitan vuestra fé, que los hará “libres”. Despojaos de vuestros bienes, y serán mas espirituales y felices.” Jesús! Cuanta hipocresía! Cuanta basura! El materialismo de la Iglesia Católica (funesta evolucion de la primitiva Iglesia Cristiana), no tiene límites. Esa metamorfosis horrorosa, que han tomado “las enseñanzas de Cristo”, no tiene explicación sensata posible. Han distorcionado sus ideas a tal punto, de que ahora sean su antitesis! De la humildad del maestro Jesús, han pasado a la opulencia del Papa y su “bendito” Vaticano, o lo que yo llamo, “El palacio de la Voluptuosidad”. Mientras los fieles viven en la miseria, las “casas de dios” rebosan de oro. Del amor por todo ser viviente profesado por Jesús, los “cristianos” han desarrollado en sus fieles, el odio por los “otros”, por aquellos que poséen otras creencias, con una marcada intolerancia por lo diferente. Del estado de Conciencia absoluto, han pasado a la total Ignorancia, a seguir ciegamente reglas sin bases concretas. Del hacer el “bien”, por el solo placer de hacerlo, y la reconfortante sensación que ello implica, se ha pasado a “hacer el bien”, solo por miedo a ser castigados. La única razón por la que un “cristiano” intenta hacer algo bueno por su “projimo”, es para no quemarse eternamente en el Infierno. Y así podría seguir nombrado conceptos nocivos, que estos “reyes del imperio del engaño” han tomado perfidamente de las enseñanzas de Cristo. Las han deformado de tal manera, que en vez de guiar a su pueblo a la Evolución como Seres perfectos, lo ha conducido por un camino de mentiras, engaños e ignorancia, por un camino de Involución. Considero que el mayor Karma de un cristiano, lo que deberá superar en su próxima reencarnación, es justamente el ser cristiano. Para evolucionar, deberá dejar de lado aquellas promesas vacias de “la tierra prometida”, “el reino de los cielos”, el temor a un “dios vengativo y un dios compasivo”, es el mismo Dios, y no es ni Compasivo ni Vengativo, así como no existe “el cielo y el infierno”, ambos están aquí, y son pura y exclusiva elección vuestra. Actúa a conciencia, sé felíz, sé puro en pensamiento y acción, ama a todo ser vivo por su esencia, sin juzgarlo ni darle una polaridad negativa o positiva, simplemente por SER, disfruta tu vida, adquiere conocimientos útiles. Dejar que otros decidan por uno, es quizás el peor pecado que podría cometer un hombre. 
 Me gustaría cerrar éste texto, analizando brevemente (o al menos intentar que sea breve) una frase, que me parece muy acertada de Karl Marx. “La religión es el Opio del pueblo”. Tal vez, pueda mencionar un solo error, en la comparacion metafórica entre el Opio y la Religión, aparte del obvio, de que el efecto del Opio es momentaneo, la Religión es un mal que puede someterte toda la vida. Y es que el Opio, es algo de origen natural y que cumple su función primaria, en cambio, la Religión, como cualquier Institución cultural, ha sido creada por el hombre, y sin duda, no cumple su función real. Pero sí, estoy de acuerdo con la comparación planteada por Marx, no por su función primaria, sino por su función secundaria, o sus “efectos secundarios”. La función primaria del Opio, es la de calmar dolores físicos, y lo cumple, y la función primaria de la Religión, es la de “limpiar el espíritu”, “depurarlo de pecados” y prepararlo para una “eternidad feliz en el mas allá”, ¿lo hace? ... Pero en cambio, su función secundaria, ambos la cumplen (me refiero a primaria y secundaria, según la importancia de ésta). La del Opio, es el “Adormecimiento”, al igual que la Religión, la cual “adormece” a su “rebaño” con promesas vacías, historias que no pueden ser constatadas, y el único basamento es la “fé”, una creencia ciega, sin fundamento y completamente terca y cerrada. La religión, es el Opio del peblo, porque se encarga de “adormecer” al pueblo, de limitar su pensamiento a lo que es “correcto” (o mejor dicho, conveniente) para la Iglesia. ¿Por qué haría ésto alguien que tiene la Verdad? ¿Por qué los “enviados de dios”, necesitan drogar a sus seguidores? Los encargados de la Iglesia, necesitan que el pueblo esté dormido, para poder manipularlos a su antojo. Para poder decirles QUÉ y CÓMO pensar. Y un pueblo dormido, es el sueño de todo Tirano Manipulador. Como títeres de trapo, sin alma, sin pensamiento propio, sin posibilidad alguna de replica, ante quien maneja con demagogia los hilos de su vida, limitando sus acciones a sus deseos arbitrarios de manipulación.