viernes, 6 de diciembre de 2019

Ed Gein en Tinder




Soy un chico apasionado y sensible, con muchas ganas de conocer a personas nuevas.
Uno de mis rasgos más significativos, es la capacidad para ver a través de los ojos ajenos, de percibir el mundo a través de la piel de los demás. Esto me ha permitido siempre, de algún modo, transformar a quienes se acercaron a mí.  Aunque no sé si fue la causa o la consecuencia.
A través de mi innata habilidad para ponerme en su piel, las demás personas han conseguido cambiar mucho, ser algo completamente distinto a lo que eran antes de que nuestros caminos coincidieran. Si debo ser honesto, pocas veces me han agradecido tales cambios. Pero no lo tengo en consideración, no persigo reconocimiento alguno.
Debido a mi pasión, vivo con enorme intensidad todo este proceso. Para mí no se limita a ponerme en la piel ajena, para mí la situación alcanza límites insospechables para otros. Realmente siento que llego a fundirme con el prójimo, que somos una sola persona.
Si crees que nadie te comprende o que hay demasiados problemas en tu cabeza, yo soy tu hombre.  Te ayudaré a vaciarla, a liberarla, para dar cabida a cosas mucho más prácticas que esas molestas preocupaciones y todos esos tráfagos que te oprimen. Solo imagínalo, tu hermosa  cabeza sin esos problemas ocupando todo el espacio.
Podría parecer dadas mis inclinaciones que soy alguna suerte de poeta o filósofo, pero lo cierto que es que tengo aficiones bastante mundanales, que ejecuto con gran alegría y empeño.
Adoro el bricolaje. Me parece muy constructivo decorar mi hogar con los objetos que yo mismo creo. Soy un artesano y tengo un estilo único y muy original. No sabría explicar los pormenores, es algo muy personal, pero sobra decir que estás invitada a mi casa para que puedas llegar a presenciarlo por ti misma. Tal vez a sentirte parte de él. Te invito a un piscolabis, almaceno verdaderos manjares en mi nevera, te encantarán.
Asimismo me sublima la moda. Y del mismo modo, soy yo quien lleva a cabo sus propias creaciones. A veces con la ayuda desinteresada de quienes vienen a mi hogar. Creo mis propios accesorios y prendas, de una fantasía y un buen gusto exquisitos.
Seguro que consigo aprovechar todas tus virtudes dando rienda suelta a mi inspiración. Si te crees merecedora de ello o incluso simplemente curiosa al respecto, quiero que sepas que para mí será un orgullo y un honor ir a todas partes contigo ceñida a mi talle.
Estas son algunas de mis aficiones, de mis maneras para reconvertir a los demás, para canalizar mi don.
Personas que se creían perdidas, ahora despiertan la admiración de terceros, abriendo sus ojos como platos, incrédulos ante los cambios que yo mismo he obrado.
Y es que tengo muchísimo afecto y pasión para volcar en ti. Solo necesitas aceptar mi invitación. Si aún dudas, yo no te lo recrimino, comprendo que mucha gente sienta una hermética cerrazón ante lo desconocido. Pero precisamente ese es un motivo por el que acudir a la casa de un experto en abrir a las personas como lo soy yo.
Si tu sueño ha sido ser protagonista en colecciones de moda rompedora, o formar parte de talleres de ebanistería de un modo totalmente relajado, habiéndote olvidado de todo lo demás, incluso si más allá de todo eso, siempre has deseado hallar a ese ser especial que sepa comprenderte entrando dentro de ti, derribando tus muros y abriéndote de par en par ante la vida, que sepa poner bocabajo tu mundo y darte una nueva perspectiva, entonces, ha llegado el gran día. Ven a mi hogar y seamos felices juntos.
Pon tu corazón en mis manos: yo seré tu ebanista, tu sastre, tu canalizador, aquel destinado a sacar todo lo bueno que hay dentro de ti.
Llámame.

domingo, 1 de diciembre de 2019

Pantone 428


   «La vida es movimiento»: premisa ejemplificada a la perfección en las migraciones animales. La exuberante estampa de las aves en perfecta formación, copando las nubes y empleando a su favor los vientos alisios, en su milenario propósito de, entre otros, hallar un lugar más cálido en el que yacer a su antojo. Cómete tú el invierno, que no tienes alas. Ellas no se van a esperar ni a titubear siquiera un segundo. Tienen prisa por huir del frío, o a veces del calor, o a veces sencillamente recorren velozmente grandes distancias solo por follar, siempre eso sí pensando en perpetuar la especie; no por vicio. No del todo.
Su convicción y arrojo en estos lances, paradigmas del movimiento vital intrínseco, son admirables. Pero no son rivales para otra veloz determinación mucho más contundente e incontenible: el ansia humana por tirar metros de cemento, de asfalto, de hormigón.
Pueden parecer cosas inconexas entre sí, pero expondré por qué, por desgracia, no lo son.

   Con ambas situaciones dándose a la vez, llegó el día en que la destrucción se anticipó a los propios alados. El afán por desplegar cemento a lo largo y ancho terminó por sepultar, junto a todo lo demás, el destino idílico de nuestros viajeros plumíferos. El lugar al que se dirigían dejó de existir, o por lo menos no pudieron atisbar su existencia bajo aquel manto pétreo.
   Todo cubierto de cemento, por doquier.
Como dijo en un suspiro profundo mi vecino el basurero: «un mundo mortecino a base de mortero». 
   Este frenesí por ataviar todo con argamasa no persiguió ideales estéticos, ni mucho menos éticos. Los sepultureros del mundo siquiera saben lo que es «ética». El afán por cubrir todo de gris fue simple y llanamente afán de lucro y poder.
O al menos así empezó, como afán de lucro y poder. Porque llegó el momento en que la malignidad se apoderó tanto de las entrañas de estos demonios, que se tornó tangible. Se espesó hasta el punto de ocupar espacio físico en sus venas y a paso lento e implacable se apoderó de las mismas. Maldad pura enganchándose a sus órganos, solidificándose. Toda esa vileza ahora palpable, entorpeciendo toda sístole y diástole, terminó por transformar sus corazones en algo parecido a hormigoneras con arterias. «En vez de venas, cables y filamentos; en vez de corazón, un bloque de cemento», así lo describieron los Pituak. Y en virtud de la ley universal de correspondencia, así como sucedió dentro, sucedió también fuera.

   El ingenio ideológico mediante el cual pretendieron justificar el duro velo con el que cubrieron todo, si acaso se molestaron en justificar nada, me fue revelado hace ya bastante tiempo en lo que fuese la zona de Los Naranjos, en Valencia. Allí un intrépido y genuino liberal de pro me espetó: «Los edificios son más rentables que la huerta». 
   –¿Y la comida? –inquirí yo inocentemente, ignorante de mí– a lo que respondió mirándome con suficiencia y arguyendo con brillantez:
   –La comida está en el supermercado. 
Por un instante temí que nos considerara a todos descendientes de la estirpe de Pyernrajzark, legendario comerrocas que nos presentara (y tal vez presintiera) Michael Ende. Y así como lo padeciera el comerrocas, en ese momento vi ante mí a La Nada engullendo voraz el escenario de la realidad.
   A este pretexto se redujo siempre su explicación verbal de la tragedia, a eufemismos como «progreso» y «beneficio económico». 
   Semejante coartada abominable sirvió para afianzar más sus actos y espoleó la solidificación interior que dio paso a la exterior de un modo irrefrenable.
   Conforme la maldad se hizo sólida sobre sus venas, el cemento ocultó los campos. La vorágine destructora no se detuvo ante nada.
   Sepultó maizales, valles, ortigas, huertos, bosques, tomillo y amatistas. Los hundió bajo centros comerciales, calles, vigas, aeropuertos, bloques, ladrillos y autopistas.

   No pararon hasta convertir la tierra en el planeta gris. Sé que otrora fue conocido como el planeta azul por sus grandes masas de agua y comprendo que parezca no encajar, pero resultó que, para pena nuestra, hallaron también el modo de pavimentar el líquido elemento; maravillas de la ciencia al servicio de la demencia.         Cubrieron con su concreto ríos, arroyos, océanos y lagos. Ampliando el célebre silogismo del gran jefe indio Seattle: solo cuando hubieron enlosado el último charco, comprendieron que necesitaban agua para hacer la mezcla.
   Extendieron su sólida alfombra de un modo uniforme sobre prácticamente toda la esfera terráquea, sin escrúpulos ni miramientos, sin sonrojarse.
   Cabe preguntarse: ¿cómo pudo continuar la vida en tales condiciones, sobre una inmensa bola yerma?
   El reino animal, como todo el mundo sabe, se divide en dos grandes ramas: los animales indignos y los dignos. En el primer grupo se encuentran los humanos (salvo contadas y honrosas excepciones que no hacen más que demostrar la regla); en el segundo el resto. ¿Qué sucedió con los animales dignos? Es una situación difícil de exponer aquí... los métodos de la naturaleza para subsistir superan con creces a mi capacidad para explicarlos. Pero sí puedo decir lo que ocurrió con los humanos.
   Cargaron con bombonas de oxígeno en sus espaldas, las cuales solo pudieron rellenar cuando «se portaron bien», concepto volátil y difuso que respondía a los arbitrios caprichosos de los sepultureros. Comieron «comida» sintética creada de cualquier manera en laboratorios fríos e inhumanos. Oh, pero no padezcas por eso, sus estómagos estaban tan acostumbrados a la aberración que apenas se dieron cuenta.

   Casi podría aseverarse que las más afortunadas fueron aquellas aves que permanecieron dando vueltas en círculo sobre la inmensa esfera plomiza y sus sucios humos. Nunca llegaron a su destino pero siempre creyeron que se acercaban y continuaron con enorme tenacidad y coraje su recorrido. De vez en cuando se toparon con algún bosquecillo o algún cuerpo de agua olvidado por despiste por quienes deseaban aplastarlo todo, y entonces se arremolinaron sobre los mismos, graznando endechas estremecedoras. Un verdadero símbolo de la esperanza y la resistencia. Ambas tan inútiles a largo plazo como imprescindibles ante la inmediatez.

   No obstante la corrupción también alcanzó a las aves y su lucha. Era cuestión de tiempo, no cabía siquiera considerar lo contrario: hallarían como edificar sobre el aire. Concluyeron su obra aplastando entonces el firmamento y las estrellas fugaces. Expandieron su horror metro a metro hasta los confines del cosmos, emparedaron los vientos y las nubes, tapiaron los astros, ocultaron la luz solar. Y así quedó el cielo enladrillado. ¿Quién lo desenladrillará?



domingo, 27 de octubre de 2019

Hécate venida a menos.


Por la mañana me levanto y lo primero que hago es ponerme manos a la obra, a la laboriosa obra de visualizar. Hay tantas ambiciones y expectativas brollando impetuosas en mi ser. Me desperezo, visualizando, me acicalo y una vez atildada, salgo al mundo a por aire. Me desplazo implacable mostrando mi mirada altiva, la de quien ya se siente en los laureles del éxito y está bien despierta en ellos. La gente se deja impresionar, me ve tan exitosa como me veo yo misma y dejo tras de mí la estela de admiración que dejaría un navío en el mar. No cualquier navío, uno de esos mega yates mega exclusivos de cuantiosos metros de eslora. ¿Qué haré? Puedo hacer lo que yo quiera, pues tengo fe y el poder de atraer. Eso es importante: ATRAER. ¡Hay tantas posibilidades!
Siempre me ha gustado observar el cosmos, ese cosmos en el que deposito mi destino. Seré astrónoma, o astronauta, o astróloga, o astrocito, lo que se tercie o mejor se adapte a mis impulsos. Ya lo estoy viendo: nebulosas bautizadas con mi apellido; tener nombradía en el barrio a partir del firmamento. Todo lo que sube tiene que volver a bajar.
O tal vez estudiaré ingeniería. Construiré puentes revolucionarios que no necesitarán sostenerse en nada. Ya veré como me las apaño, con mi fe, seguro que encuentro el modo. ¡La fe los sostendrá! Lo tengo tan claro que empiezo a mirar por encima del hombro. Están en deuda conmigo. Esto es precisamente lo que necesita el mundo: ACTITUD. Lo vi en un publirreportaje sobre Steve Jobs.
Dejaré de beber, de fumar, de olisquear disolvente. Juro solemnemente, que desde este mismo instante toda esa corrupción queda fuera de mi vida y mi ser.
Seré bailarina, cantante, modelo, vedette y titerera. Lo que me salga de la entrepierna. Campeona mundial de Go, pintora hiperrealista o tal vez resuelva la hipótesis de Riemann o la conjetura de Hodge. Desde niña he tenido facilidad, me lo decía mi mamá y también mi profesora de ciencias. Solo carecía del combustible que siempre ha impulsado el motor de los grandes logros humanos: UNA VISIÓN. Y yo no tengo una, las tengo todas a mi disposición. Lo estoy deseando con tanta fuerza que temo llegar a alterar el equilibrio gravitacional interplanetario.
Me ha parado uno a pedirme fuego y pensé que quería un autógrafo, absorta como iba en mis ensoñaciones. He sentido incluso la tentación de ofenderme al ver una demanda tan inapropiada por su parte. Pronto deseará ese autógrafo, pero yo ya estaré en Palaos. Al menos podrá decir que le alumbré cuando más lo necesitó y sin pedirle nada a cambio.
El mundo no es lo bastante perspicaz como para anticipar en qué se convertirá lo que ahora tiene enfrente.
Aún no sé a qué me consagraré, pero sé, SÉ, que irá de la mano con el éxito. ¿Qué haré con tanto dinero? Me compraré un mega yate mega exclusivo y también un Lamborghini Murciélago. Los murciélagos son criaturas mamíferas que vuelan escuché en cierta ocasión. Tal vez me haga bióloga. Además el murciélago es el único animal con las cinco vocales en su nombre. Tal vez me haga filóloga. Hay mucha gente, con mucha menos fe que yo, que estudia varias cosas al mismo tiempo. ¿Por qué razón renunciar al incontenible éxito heterogéneo? Talento multidisciplinar sustentado sólidamente en la capacidad de soñar y de ATRAER. Si salgo a la calle es solo a modo de advertencia, de adelanto, de prólogo del triunfo de la fe sobre la mediocridad. El mundo debe abrir los ojos, estoy aquí pisando fuerte el suelo y con el poder del cosmos empujando en la dirección que a mí me apetezca avanzar.



Por la tarde, aún sigo sumida en mi éxtasis místico aunque este se ha desvanecido un poco entre las brumas de la ñoña y la siestaza. No importa, estoy resuelta, va a ser la ostia. Quedo enseguida con mis seres queridos para hacerles partícipes de mis metas. Llegan, me abrazan y  les devuelvo el abrazo en un despliegue de humildad digno de encomio. Pongo sobre la mesa todas mis cartas y en vez de corresponderme con entusiasmo, realizan pequeñas acotaciones, puñeteras todas, que en el fondo cuestionan todos mis planes. ¿Que hay que estudiar matemáticas cuántos años? Bueno. Mi fe no se deja amedrentar. Mañana mismo, o el lunes mejor, me busco un profesor particular. Que sí, que calcular es una tarea exigente y fatigosa. No importa, compraré una calculadora científica. Mañana mismo. O el lunes. No, no, el martes, el lunes estaré contactando con aquel que debe guiar mi carrera meteórica en sus primeros compases.
Vale. Necesito un carnet de conducir para el yate, es insoslayable. Incluso para el Lamborghini. Eso se hace enseguida, en cuanto me ponga lo hago. ¿Quién sabe? Tal vez el cosmos lo meza suavemente hasta mi orilla del mismo modo en que arrastrará hasta mí cualquiera de mis otros deseos. Es cuestión de cerner cuidadosamente los mismos.
¿Cuatro años mínimo para formarme como bióloga? La madre que me parió. De acuerdo, en algún momento arrancaré. ¿Academias de bellas artes? Por lo pronto me compraré un bloc de dibujo y compondré algunos versos. En cuanto tenga cámara, lo juro, subo alguna de mis canciones a Youtube. Ah, ¡si me prestas tu una cámara podré empezar mucho antes! ¿Lo ves? El universo ya ha puesto en marcha la maquinaria. Pronto su desplazamiento no encontrará oposición. Me quedo más tranquila al saber que el plan divino ya gatea. Os invito a cerveza a todos para celebrarlo, aquí y ahora. Pagadlas y ya os lo devolveré, pronto la abundancia económica será lo único que conozca.


Por la noche estoy sola en mi habitación, borracha y asqueada, y me duelen los pies del peso. Del peso de la máscara ante el mundo, del peso de las excusas ante quienes me quieren. Puedo engañar a cualquiera menos al espejo. El esfuerzo me da alergia, los murciélagos me dan asco, los yates me marean. El Go me da dolor de cabeza y mis aptitudes plásticas no van más allá del “con un seis y un cuatro hago tu retrato”. Pero me pondré eh, me pondré. En cuanto… tenga una calculadora. Hoy ha sido un día agotador. Mañana, mañana sí que sí. Este tipo de espinosos obstáculos forman parte del rosal. Solo hay que desear, con mucha fuerza y ganas, especialmente cuando estás a solas y nadie puede oler las consecuencias de tanta fuerza concentrada en el bajo vientre. Ahora es momento de seguir soñando, esta vez dormida. A ver si me despierta mi madre a tiempo para ir a preguntar por autoescuelas, para luego ir a las autoescuelas para preguntar por horario y precio, para luego ir a preguntar por financiación, para luego... bah.




sábado, 12 de octubre de 2019

Augurio aviar

   Junto a un cimero nido ubicado en las torres del Paine y entre los fríos celajes que suelen envolver las cumbres, un chincol susurra a sus vástagos, aún no llegados a la eclosión, con su característico canto. Les susurra una antigua leyenda, transmitida por generaciones en todas las familias de aves y siempre siguiendo el mismo proceso. Se narra por tradición, cada ave con su propio canto, a las crías cuando aún están en el huevo.
   El objeto del método es evitar distorsiones del lenguaje, confiando plenamente en el subconsciente del nonato y su predisposición a asimilar el importante apólogo que atañe al futuro de todas las aves venideras.
   Podría uno pensar que esta manera de proceder no asegura la integridad de la misiva con el paso de los años, las décadas y los siglos; y sin embargo, sorprendentemente, el mensaje no ha hecho sino enriquecerse. Pareciera que determinadas criaturas aladas llevasen una parte del mismo en su ser y por ello siglo tras siglo la leyenda se ha ido nutriendo de detalles y episodios, adicionados espontáneamente por los más inesperados mensajeros, que se han sorprendido a sí mismos relatando para sus crías en estado embrionario nuevos matices de una antiquísima tradición.
   Por alguna desconocida razón, de vez en cuando la leyenda es narrada, tal vez por error o por un fallo en la planificación, a otras especies. Los ñus, los manatíes o incluso los humanos puede que lleguen a escuchar esto mientras están en el interior de sus madres, aunque pronto lo olvidan porque es algo que no les incumbe ni afecta en modo alguno.  
Pero yo tengo buena memoria y si bien es cierto que no me compete todo este asunto en lo más mínimo, recuerdo la historia de cabo a rabo. Esto es lo que el chincol solfeaba ufano desde su pico, lo que tantas veces corearon petirrojos, alondras y pingüinos. Lo que también escuché yo por casualidad poco antes de asomarme a la luz del mundo:

«El mundo, a diario más hostil, nos depara a las aves un largo tormento, un cruel suplicio. Está marcado nuestro destino por la crueldad y la avaricia ajenas: ser víctimas del infierno de la explotación. Pero no todo está perdido.
   Nacerá una muchacha de la que poco podrá asegurarse su condición humana. Nacerá entre ellos, pero tendrá un corazón hecho de viento que le empujara a la búsqueda de los cielos. Como Ícaro huyendo de Creta, pero mucho después en el tiempo. Sin embargo, no alcanzará esos cielos... por no tener –aún– alas.
   Duros serán los años en los que se explorará e intentará comprender a sí misma. Un duro trance mirando a las nubes, preguntándose ¿por qué no subes?, soñando con no necesitar caminar para alcanzar las cimas.
   Pero de algún modo deberá arrostrarlo. No queda más remedio y quien nació para surcar vientos no se permite un semblante acibarado. O por lo menos no permite que este le impida avanzar, así como tampoco permite la inmovilidad del llanto.
   He aquí que empleará sus fuerzas, las energías ahorradas en los nunca cumplidos vuelos, en liberar a sus hermanos plumados, en abrir jaulas, en destruir cepos y en sentirse feliz alentándolos mientras se elevan.
   Cuantiosos episodios de alada revuelta se ejecutarán bajo su impulso.                         Sorprenderá a los amantes de la cetrería, y los halcones y los azores ya estarán en el horizonte antes de que los dominadores puedan reaccionar, pues todo será breve y fugaz, cuestión de segundos.
   Ni un solo ganso más será torturado por el negocio del foie y todas las instalaciones para ello erigidas, una vez vaciadas, serán destruidas. Cada uno de esos gansos se irá, todo habrá quedado atrás y podrán empezar una nueva vida.
   Abrirá todos los zoológicos. Ni exhibiciones de aves exóticas, ni tropicales, ni de ningún otro tipo. Todas volando libres, entregándose al que siempre debió ser su destino.
   Tampoco permitirá que sus hermanos sean considerados máquinas de expender plumas. No más colchas, no más abrigos, no más arrancar queratinosos apéndices a su familia mientras esta grazna el desgarro, aunque en derredor nunca nadie escucha.
   No más gallinas hacinadas, no más pollitos triturados. No más canarios enjaulados por su grácil canto, no más peleas de gallos.
   Se acabará usar a las palomas como correo ordinario, se acabará asar "pollos". Ni una sola criatura destinada a adornar la bóveda celeste será objeto de tormento o privación mientras ella pueda librar su guerra, mientras pueda dar rienda suelta a la furia contra el expolio.
   Tras la liberación, todas esas criaturas celícolas reconocerán a su libertadora, y ofrecerán su apoyo presto a la causa, como si fueran una sola.
   Una gran asonada, desde abajo hasta arriba, devolviendo a su sitio a quienes vuelan, a quienes pertenecen a las alturas, desde donde cantan y trinan.
   Un movimiento así no pasará inadvertido. Un ejército de plumíferos rebelándose al unísono y colmando los cielos infundirá, claro está, un temor supino. Cuánto dinero se perderá, cuántos explotadores patalearán, incapaces de aceptar lo sucedido. Cuántos caprichos egoístas y desconsiderados expirarán entre berrinches y vagidos.
   El Poder se opondrá, y perseguirá a la muchacha, la cual a estas alturas empezará a tener plumas en lugar de su sedeña piel, aunque seguirá –aún– sin tener alas. Cubrirá sus plumas con velos, por no delatarse, pero seguirá entregada a su deber, sin miedo al Poder ni a tener que enfrentarle.
   Reclutarán los Estados a los más necios y descerebrados, a los tarugos que solo sirven para dar palos. Los entrenarán, los insuflarán de odio y les pondrán hombreras y cascos, como medida preventiva ante los más que previsibles picotazos.

   Y al amanecer del quinto año exacto de sublevación, la chica será acorralada. Ni todas las aves unidas podrán evitarlo, ni agradecerle como lo desearían, es decir, pudiendo liberarla. Aunque en el fondo ella no desea que se pongan en peligro, por eso desde la distancia, impotentes, sus hermanas liberadas simplemente observarán la escena entre su hermana y el enemigo. 
   Será torturada y humillada, objeto de burlas y afrentas, le arrancarán las incipientes plumas, le escupirán en la cara, se burlarán de ella.
   Y entre sornas y agresiones, sus cabezas huecas concebirán la última de las ideas, abrirle la ventana e invitarle entre risitas a saltar por ella. "A ver si vuela".
   Ella se negará, pero entre empellones concluirá que es preferible morir en libertad a vivir sujeta por el enemigo y siendo su presa. Y se lanzará. Y los catetos se asomarán a contemplar el violento fin, pero sus ojos serán solo nistagmos cuando no vean nada al mirar hacia abajo, pues ella no estará allí. Ellá podrá al fin volar.

   Al roce con el vacío se convertirá en millones de aves y pajaritos, en ánsares y calaos, en tecolotes y albatros. En halietos y lechuzas, en palomas y halcones. En petirrojos, en búhos, en cernícalos, mirlos y en grajos. En cigüeñas y chorlitejos, en cuervos y codornices, en faisanes y guardabarrancos. En colibríes y azulejos, en águilas y vencejos. Será una y millones a la vez, grullas y gavilanes. Y nunca más podrán apresarla, y esta nueva y multitudinaria legión, será para siempre bulliciosa e imparable, allende los aires. 
   Recuperaremos así nuestra libertad y jamás volverá a mancillarla nadie».


sábado, 31 de agosto de 2019

We all summon chaos together


   La siempre anhelada primavera, la misma que ha de poner fin una y otra vez al frío y la oscuridad, es motivo de innumerables expresiones de alivio y agradecimiento por doquier. De antiquísimas ceremonias cíclicas. Desde los naranjos floreciendo a la sangre adolescente en incontrolable ebullición.

   Uno de esos sucesos anuales, que tiene lugar cada noche de equinoccio primaveral, es el archidesconocido rito anfibio de la abundancia.
Miles de ranas de todo el mundo peregrinan hasta una secular charca donde elevan su solemne croar al cielo con el propósito de invocar mucha más comida de la que en realidad pueden comer.
   La plana mayor de estos anfibios, los más elevados estratos de su jerarquía, encabezados por Juan Sapo Segundo –apodo ápodo–, ejecutan el rito glotón, gracias al cual se crean o más bien conjuran, por medio de la magia y de algunas deidades urodelas, hordas casi infinitas de moscas para loor de las ranas y sus leporinas lenguas.
   Durante este rito, los batracios elevan sus ancas como si quisiesen tocar el firmamento y croando letanías mezcladas con algunas rimas ancestrales de resurrección, invocan a la vida a las moscas muertas. El rito alcanza su punto álgido con toda la orden anura croando al unísono, fascinante espectáculo que jamás atina a presenciar el ser humano, demasiado ocupado con la televisión.
   Incluso una vez en que cu-cú, paso un caballero, cu-cú, con capa y sombrero, no se enteró de un pimiento, por andar pensando en lo que casi siempre pensamos todos: en inanes nimiedades que casi nunca vienen a cu-cuento.

Es de suma importancia en la ceremonia la presencia de los líderes de la iglesia batracia. La iglesia «sapo»tólica y mor«rana». Evidentemente morrana de Morra, de donde Mórrulo y Merro. Anagramas a como dé lugar. 
   Esta institución, similar en el nombre a la iglesia apostólica y romana que padecen los humanos, no debe ser por ello objeto de comparación con la misma. Pese a los últimos escándalos acaecidos en su seno como consecuencia de los tocamientos a renacuajos, errores tan injustificables como individuales, las ranas no han pretendido montar en ningún momento un monopolio del miedo a lo desconocido fundado en la culpa y el tormento con el fin de obtener riqueza y poder. Desemejanza suficiente para evitar cualquier cotejo.
   Pero volviendo al solemne canto glotón, es menester describir su conclusión. Cuando ha finalizado el último croar masivo, se da una ruptura en el éter, en los invisibles y complejos patrones del espacio y el tiempo, que abre una brecha en los cielos. Esta cavidad enlaza nuestra realidad directamente con los infiernos. En concreto con el infierno de las moscas.         Tan solo un antropocentrismo arrogante puede creer que los humanos son los únicos en tener infierno. No «Todos los perros van al cielo». Si hay cielo, hay infierno. Así que algunos perros van al infierno, a su infierno, y lo mismo sucede con el resto de especies. Incluidas claro está, las moscas.
   El infierno de las moscas es un lugar impoluto, pulcro, perfumado, profiláctico, esterilizado. Allí son atormentadas por los siglos de los siglos por el mandamás de la malignidad mosquil, un Señor de las moscas que trasciende al de Golding, un diminuto Baal de alitas transparentes armado con un mutilamoscas, ya que un matamoscas sería demasiado piadoso.
   Por supuesto están allí las moscas más tozudas e insolentes, las jodesiestas y las cojoneras, las descaradas, las que devastan tu autoestima consiguiendo que te abofetees tú mismo la cara.

Esas, precisamente esas moscas, engendros del demonio, son las invocadas, como parte de su castigo, en un ciclo que supone un calvario tanto para ellas como para el resto de seres vivos, a excepción de los tragones de los sapos y sus panzas verrugosas.
   Emergen de la brecha dimensional en un asqueroso remolino que zumba lleno de rencor, dispuestas a saciar su sed de venganza atormentándonos, si consiguen escapar a los anuros.
   Bien es cierto que la mayoría de ellas son pronto devueltas al infierno del olor a lavanda a lengüetazo limpio, convertidas en vituallas de lomo metalizado y sabor exquisito –como reconoceréis–, pero con las que quedan vivas dando por saco, es más que suficiente para hacernos plantear cuánto apego le tenemos a la vida. A su vida y a la nuestra.
   Es muy difícil aguantarlas. Demasiado difícil. Un santo no tendría paciencia. Y aunque acabes con ellas, cada equinoccio de primavera ingentes hordas están de vuelta, jurando revuelta revueltas.
   Yo que soy más bien agnóstico, descubrí todo esto hace décadas, merced a la cara de trastornado de Paul McCartney cuando cantó con ellas «We all stand together». Mi intuición infantil me indicó que algo turbio se escondía tras todo ese vodevil y después de una ardua investigación que me ocupó hasta hace escasos dos años, llegué a comprender lo que Paul nos ocultó entre líneas. Llegué a conocer la leyenda del rito glotón. Y aunque mi agnosticismo me impida aseverar categóricamente la existencia del rito en cuestión, las circunstancias hablan por sí solas. Es imposible otra explicación para tanta puta mosca.
   Solo me queda implorar: basta ya con el ritito. Ya tenéis comida de sobra con las moscas aún vivas, malditas ranas. No hay quien sobrelleve este suplicio, quien tolere este castigo. Tales niveles alcanza el tormento, que no me dejan siquiera tranquilo ni mientras desahogo mi queja en este texto.