domingo, 9 de mayo de 2010

Lúpulo pupilar pluvial

Ante todo, cabe tener en consideración que este tipo de habilidad es innata, mas sin dedicación constante no son accesibles sus máximas cotas.

Primero, hay que nacer con cierta tendencia al birrismo. Es más, para ir bien, habría que golpear a nuestra madre la primera vez que con cariño maternal nos ofrece el pecho, y demostrarle que si lloramos es únicamente porque estamos avid=s de cerveza fría.
Y Armando no sólo actuó con tal contundencia al llegar al mundo, sino que a posteriori consagró su vida entera al dorado líquido.

Mucho le deben algunas familias otrora paupérrimas, que nunca vieron recompensada su labor como recolectoras de cebada mas que con punzadas lumbares, pues apareció él y se multiplicó por trescientos la demanda de sus cereales. Ahora nadan en la abundancia y atan los perros con longanizas.
Llegó incluso a editar una oda de quince tomos que llevaba por título: “No diga cerveza, diga maná”, en la que aseguraba, beodo al límite, que añadir el elemento de la diversión a una bebida de por si compuesta por la maravillosa combinación de agua con cereales, debía ser el capricho de algún sapientísimo Dios para compensar a la humanidad por todos los tormentos a los que la sometían sus compañerxs de oficio.
El infame ensayo no tuvo mucho éxito, pero al menos le aportó el capital necesario para satisfacer uno de sus delirios oníricos más perseguidos: llenarse una piscina con cerveza.
Puede parecer una gilipollez, pero para él era la razón de existir. A fin de cuentas, ¿para que conformarse con un mísero barril que no resiste tres de sus envites?
Se le ocurrió que podría incorporar a su gigantesco recipiente una barra, con sus taburetes sumergidos y demás, que era una pijada que había visto en series horteras de televisión. Así, cuando se cansase de chapotear entre la espuma amarga, podría acudir a servirse una pinta para reposar un poco y retomar fuerzas.
Dicho y hecho, terminó por construir su ambicioso vicioso proyecto, y alegre como era él, se tiró de cabeza por primera vez a su ecuórea charca etílica.
Sus primeros chapuzones, entre celebrantes y cenestésicos, fueron de pura comunión con el cosmos, de un reencuentro espiritual que le hizo pasar por todos los estadios de la felicidad humana.
Poco después, en aquel mismo enclave sagrado, ofreció una fiesta a la que fuimos invitadxs ilustres y reputadxs cervecerxs de los confines terrestres, y allí, por enésima vez, volvió a dar muestras de su profunda sensibilidad.

Y es que con haber sustituido la sangre que inunda las arterias por cerveza no es suficiente. No basta con la rareza de poseer “birroglobina“, compuesta por glóbulos dorados dopados.
Para poder llegar a llorar cerveza es muy importante poseer además una sensibilidad sobrehumana. Y él la posee.
Una persona con su enorme capacidad de absorber sentimientos (como si fuesen birra, huelga decir), capaz de interiorizar los fugaces destellos de emoción que percibe en las más inanes situaciones, necesita la facultad de dar rienda suelta a su interior. Y su interior, como todo el mundo sabe, es cerveza.
Es la pescadilla que se muerde la cola.
Así, realiza efusivas y entusiastas muestras de amor incondicional hacia su morena y su rubia, conocidas por doquier como Guinness y Estrella, respectivamente, entre genuflexiones y cánticos alzados a las criaturas celícolas como muestra de gratitud por las bebidas terrenales.
Tras la ingesta de algunos kilolitros, su júbilo se dispara, porque la verdad es que la cerveza le hace feliz al puñetero, y explota entre plañidos de puro “maná”, Armando dixit.
No quiere kleenex, ni quiere fregonas. No quiere ni oír hablar de limpiar los regueros que provoca.
Sólo quiere que sus amigxs estén cerca, y a poder ser, que beban tras de él, o al menos que hagan lo posible por evitar que el preciado líquido llegue a contactar con el suelo, por evitarse tener que lamerlo.

La siguiente instantánea, que se erige en el mejor ejemplo de su facultad, fue realizada en una tarde cualquiera de esas en que se reúne con sus allegadxs para practicar algo de deporte.
Ell=s practican deporte y él mientras tanto se retira a la barra del bar más próximo a ponerse ciego, hasta que no lo soporta más y llora de la emoción.
Entonces, y sólo entonces, corre por el césped del campo como un poseso, pretiriendo las desdichas mundanales y explayándose en eufóricos llantos ebrios, mientras sus amigxs corretean detrás, jarras en alto, haciendo lo posible por rescatar cuanta más birra mejor.





1 comentario:

Anónimo dijo...

Querido amigo,

Este no es uno de tus mejores! pero aun asi!,lo he leido todo.
Dos o tres veces!, y por fin!,me ha inspirado una sonrisa...y el cachondeo...jeje!!
Me gustaria que escribieras algo sobre el abandono y el maltrato a los animales...
Se que te llevara un poco de tiempo, pero no hay prisa!

Gracias y hasta pronto.