domingo, 28 de noviembre de 2010

Senderos en cueros


Cuando nos daban plastilina en edades preescolares, intentaban echar un cable a nuestro sistema psicomotriz, a preparar nuestros sentidos para las texturas y mil aspectos racionales más. Pero algunxs no nos centrábamos precisamente en eso. Algunxs de nosotrxs, por más que entrenáramos nuestros cuerpos según lo previsto y sin ser conscientes, aprovechábamos para centrarnos en lo realmente importante. ¿Quién iba a saber mejor que nosotrxs mism=s qué era lo que importaba? Nos centrábamos en usar la plastilina para dar forma a los infinitos pozos imaginativos de nuestro mundo interior. Hacíamos trenes que llegaban a la luna y elefantes malabaristas con nariz de payaso, y las limitaciones de los adultos les impedían entenderlo y teníamos que tener paciencia y explicárselo. Pero lo hacíamos contentxs en el fondo, porque nos gustaba compartir nuestro mundo.

Parece que aquello no les disgustaba, pues estábamos en una edad idiota y que íbamos a saber nosotrxs. Eso sí, con el tiempo, su actitud se fue rigidizando y nos fueron reduciendo el margen que teníamos para escoger si queríamos esquematizar nuestros cerebros racionales o si preferíamos alimentar a bandazos pasionales la magnificencia de nuestro mundo interior.
No es necesario explicar el resultado de estos dilemas. Tras una dolorosa y cauterizante sucesión de castigos, amenazas, marginaciones, humillaciones, escarnios públicos y todo tipo de coacciones y chantajes, acabamos aceptando la cuadricula del “día de mañana provechoso”, sacrificando así las montañas rusas que “no conducían a nada”.
Ahora ya somos “otro ladrillo en el muro” y no parece que se nos ofrezcan más vías de escape para la frustración que eso nos produce que las de consumir o evadirnos.
Hasta aquí el pesimismo y el necio enfoque del “no hay nada que podamos hacer”.

Cuando veo a mis vecinxs, y a la ciudadanía en general, me resulta imposible no detenerme a observarlos y reflexionar. ¿Por qué regla no escrita preferirán siempre la TV a dibujar lo que llevan dentro? Es divertido dibujar, y gratificante, y además puedes compartirlo o incluso regalarlo a quien mejor te haga sentir. No puedes sin embargo regalar el Gran Hermano o el Sálvame Deluxe, por citar dos formatos de exterminación mental masiva.
Bueno no es fácil plantar cara al miedo constante, el esfuerzo de ver la televisión es el menor de la vida moderna y siempre te mirarán mejor si comentas la programación de la televisión que si das rienda suelta y forma tangible a tus delirios, pues a menos que lo hagas con ánimo de lucro, serás llamadx “bohemix” o “bala perdida”. 
Con todo, hay que hacer el pequeño y placentero esfuerzo, a contracorriente.
Muchísima gente ya lo hace, en mayor o menor medida. Somos tod=s lxs niñxs que no escribíamos sobre el tema que nos exigieron sino sobre lo que no salió del alma. Incluso a veces molestándonos en disimularlo.

Mi vecino, que apuesto a que no era de esxs, va por la calle sin ver, y esto es muy cierto, él sólo mira. Porque tiene unas cuantas cosas en la cabeza que le guían aquí y allá, como un cochecito del scalextric recorriendo raíles que hacen monótonas incluso sus percepciones y sensaciones más básicas, a las que debería escuchar con atención antes de perderlas irreversiblemente.
Cuando le veo andar apresurado me sorprende que no se abra la cabeza contra alguna señal de tráfico, pero si giro la mirada veo a lxs vecin=s de otras personas haciendo más o menos lo mismo y parece un baile acompasado de expresiones infelices con rutas predeterminadas.
Y así, la calle me empezó a parecer gradualmente un circuito de scalextric para personas con motorcitos de miedo e incertidumbre. Con sus paradas, sus intersecciones, y sus vueltas infinitas al mismo recorrido.
Pero en el fondo era una visión poco respetuosa del mundo. El mundo comprende mucho más que las personas y su absurdo vaivén. Caí en la cuenta de que era imposible que toda esa gente decidiera un buen día convertir sus vidas en rutinarias y timoratas por voluntad propia, máxime cuando habitaban un planeta tan indescriptiblemente lleno de posibilidades. Así que todo aquel circuito imbécil había sido construido entre hábiles y mezquinas tretas. Por lo tanto, entiendo que las calles no son las calles del mundo real, sino el escenario dispuesto para someter a raíles la voluntad de todxs, porque aquí muy pocxs escapan.
Podría sentir bastante rabia y de hecho a veces no consigo evitarlo, pero al cabo de un rato terminan por imponerse la curiosidad y la admiración, y me pregunto fervientemente, ¡¿qué habrá debajo?!
Entonces observo la calle y la desmantelo. Arranco de cuajo los edificios, los coches desaparecen y el asfalto se evapora y me parece ver el mundo, el mundo sin raíles ni escenarios nefandos.
Es tan simple como burlarse de la realidad, pero aún así requiere de cierto entrenamiento. Porque la realidad y sus parámetros nos los han encasquetado a conciencia en la conciencia.
Pero en fin, yo soy dueño de la misma y si quiero la distorsiono.
Empleo mi mirada para obviar lo artificial y accesorio. Desnudo las calles, las plazas y las avenidas con el respeto y el tacto con que se acaricia con los ojos a una amante,  con los que observas las virtudes invisibles que te hacen amarla.
Mi vecino ve la calle del sopor número 3, yo veo el sendero que recorrerían cuatro asnos en busca de alimento hace mil años y la postura orgullosa de los árboles que se nutren de mi mundo debajo del mar de asfalto, con sus copas más pendientes del cielo azul que de la estupidez de lxs transeúntes. El corre por el parquin en busca de su coche, yo corro por el campo florido que aún perdura bajo el parquin si sabes verlo, y no levanto nunca la vista para ver los edificios sino las nubes o las montañas que no consiguen tapar.
Dicen que me quedo abstraído o “empanado”, y yo creo que más se abstraen ellxs, resignándose a seguir raíles.  
La verdad es que disfruto como un niño viendo mi mundo libre de corazas, platós, complementos, suciedad y entornos prefabricados.
Disfruto como un niño deformando la plastilina a placer, así que no deben haber conseguido atemorizarme lo suficiente aún.






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