sábado, 27 de febrero de 2010

NASA cómica VS raza cósmica






Hallábanse aquella tarde de martes estival tan aburridos como cualquier otra los microorganismos que habitaban aquellas dependencias de la NASA. Y, como cualquier otra tarde, miraban apáticos los paseos de aquellos gigantescos y estúpidos humanos, con sus prisas, sus gruñidos y sus egolatrías. Los pobres microbios vivían sumidos en la mas soporífera resignación, con el escaso aliciente de renegar sobre la idiocia humana, que por su parte mostrose siempre bastante empeñada en combatirles.



Se reunieron, por hacer algo, y dieron vueltas y vueltas a su anodina situación. En un destello de inspiración, un iluminado creyó dar con la solución, que no era otra que largarse. Oh sí, "largarse", ¿pero es que no iban a ver la misma rutina y a idiotas, sino idénticos, desesperanzadoramente similares conformándola? Bueno, otro iluminado propuso aprovechar su inmejorable ubicación para largarse al espacio exterior. Esto creó un gran bullicio en el sanedrín microbiano, los sectores más escépticos decían que como debate para pasar la tarde estaba bastante bien, pero que era imposible tanto conseguir acceder a los trastos que los idiotas lanzaban al espacio, como sobrevivir una vez allí. El sector más asqueado del planeta tierra y sus habitantes, empezó por el contrario a excitarse dando forma a la idea en sus cabezas. Con una buena preparación, gozarían por fin del espacio y la libertad que requiere cualquier especie superior (al menos en cuanto a dignidad) para desarrollarse.


Pese a las críticas y las ironías despectivas de quienes no hacen ni dejan hacer, que también los hay entre los organismos microscópicos, se pusieron manos a la obra con enjundia y sin dilación.


Aprendieron a soportar mil Fairys emulando a Rasputín, se sometieron a pruebas extremas aprovechando las carísimas y hasta aquel instante prácticamente inútiles instalaciones humanas, y empezaron a concienciarse sobre el riesgo que estaban a punto de asumir al aventurarse en aquel periplo micro-cosmonáutico.
Fijaron una fecha razonable, para no mucho después, ya que total, por fin tenían sentido sus vidas, e incluso llegaron a convencer a alguno de los eruditos incrédulos para que les acompañase hacia tan arriba, con el pretexto de que no había mucho por perder ya.


Llegado el día D, comenzó su odisea. Tras vencer las durísimas condiciones desinfectantes impuestas por los botarates humanos, y no sin apuros y alguna baja, consiguieron acceder a un nuevo y caro cachivache espacial, una tal "sonda Cockfinder II", igual de absurda que el resto de basura espacial, pero tan y tan practica para los ambiciosos fines de libertad de los microbios.
Así, comenzó una ascensión que algún tiempo después, tiempo bastante más emocionante que el vivido hasta entonces por los bichejos, les llevo como polizones hasta el planeta rojo.


No fue nada fácil su adaptación a aquel nuevo entorno hostil, y los más entendidos en la materia sabrán exactamente por qué, pero la naturaleza es caprichosa y más poderosa que cualquier entendido en ella, y acabó por consentirles vivir allí.
Es más, las condiciones del entorno les hicieron crecer y mejorar sus cuerpos no tan microscópicos ya, en una lección Darwiniana como cualquier otra, a fin de sobrevivir y hacerlo con garantías.
Sus cuerpos se agrandaron y adquirieron un tono rojizo, sus extremidades se achataron y aprendieron a masticar polvo sin dañarse las muelas, surgidas de la nada precisamente para tal menester.
Tras unas cuantas generaciones de vida marciana en paz y sin soportar majaderos, aquellos bichejos, cuyo hastío les enroló en tal empresa, habían sacado el máximo provecho de la misma.


Ahora tenían su propia civilización, que aún no siendo tan retorcida y maquiavélicamente compleja como la humana, si era en cambio, justa, honrada y efectiva.
Y así vivieron bastante tiempo, celebrando el haber decidido desvincularse de la bípeda e imbécil especie humana.







Mas no resultó ser todo tan sencillo ni apacible como consideraban. Porque durante aquellos años, el ser humano había seguido mirándose al ombligo en un afán por ser dueño de todo. Habían seguido los dirigentes ignorando a las personas, fomentando el hambre y la guerra, y centrándose en conquistar y devastar el espacio infinito, jugando a ser mayores que Dios, cual Lucifer en pleno narcisismo rebelde. Y cómo no, se atrevían a mancillar los planetas colindantes con su sucia presencia y mediante sus nuevas y mezquinas tecnologías.


Pronto ellos también estuvieron en Marte.


En otra tarde aburrida del equivalente a martes en Marte, llegaron los "dueños de las galaxias" a explorar y hacer "suyos" aquellos confines.

El revuelo que pudo armarse al topar con los supuestos "marcianos" no pudo ser mayor.


Enviaron rápidamente misivas a la tierra solicitando presto armamento militar espacial, y pretendieron secuestrar a más de un microbio, por suerte demasiado escurridizo para ellos.
Empezaban a hablar del "mayor descubrimiento de la historia", de "vida extraterrestre" y a razonar como podrían explotarla y obtener algún rédito económico.


Los muy majaderos no alcanzaban a comprender que sólo eran bichejos que llegaron hasta allí huyendo precisamente de su majadería y valiéndose de sus propios medios, y que a tenor de la demacración y decadencia a las que habían sometido a la tierra en éste tiempo las personas, habían obrado con muy plausible criterio.
No hubo tiempo siquiera para el debate, el instinto humano afloró y enseguida comenzó una cacería alrededor de aquel planeta. Infructuosa en cualquier caso, porque los bichos conocían de sobra aquellos parajes y porque eran mucho más veloces, amén de no necesitar tecnología alguna para desplazarse a toda velocidad.
Desde el planeta otrora azul, pero por aquel entonces ya gris negruzco, se sumieron en la ansiedad que les generaba el concepto del poder supremo, y quisieron enviar tantos trastos a la vez a reforzar sus estrategias de conquista y dominación sideral, que chocaban entre ellos y caían sobre sus cabezas.


Así que allí siguieron dando vueltas y vueltas a la superficie marciana los humanos, persiguiendo a unos microbios antaño terrestres sin ton ni son. De hecho aún están corriendo allí, jurando y perjurando masacre, para regocijo de unos cuantos de los bichejos de mayor sapiencia, que subiéndose a una loma y sabiéndose allí a salvo, pasan la tarde refocilándose a costa de la estupidez humana, mofándose con sorna y saña, conscientes de que tarde o temprano ya se cansaran de hacer el memo.
Murmuran entre carcajadas verdades tristes, como la de que el progreso y la ambición humanas habían exterminado a su propia especie y que aun así no parecían haber saciado su apetito destructivo, como que no ven más allá de sus propias ínfulas de grandeza autocomplacientes, y como que incluso el bichejo más insignificante llegaba a aprender al alejarse de su destructiva presencia como vivir en paz y armonía antes que ellos.


Ahora los humanos tomaban de su propia medicina haciendo el ridículo galáctico, sin saber aún que los microbios habían saboteado la ostentosa patera cósmica que les llevó allí y que jamás volverían a aquel invernadero gigantesco y purulento al que llamaban ingenuamente "hogar".





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