sábado, 6 de marzo de 2010

Entrevista a Carl Lewis, "El hijo del viento"





- Buenas tardes, Carlete. Parece que no pasan los años para usted.


- Buenas tardes. La verdad es que las largas temporadas de deporte siempre ayudan a mantener un aspecto vigoroso aunque la losa de los años se agrande por momentos...

- Su leyenda aún sigue viva. Nuestras retinas conservan perfectamente el recuerdo del “Hijo del viento” atravesando las pistas de atletismo como una exhalación.

- Sí, fueron unos años grandiosos. Aunque me alegra que saque a colación el asunto de mi apodo. Con la distanciada calma que me otorgan los años y la experiencia, quizás deba explicarte su verdadero significado.

Todo lo empezó un antiguo entrenador, Charles Rednose, un tipo bastante jocoso de Wisconsin, que al detectar mi gravísima aerofagia, me dijo: “Chico, Eolo mora en ti. ¡Eres el hijo del viento!” jajaja.

- ¿Su aerofagia? Quiere decir que durante todos estos años…

- Oh si, el apodo trascendió y se popularizó. Obviamente, entre la ingenuidad de la gente y mis resultados deportivos, nadie sospechó nunca de la verdadera y hedionda realidad. Incluso cuando estas influían directamente sobre los resultados deportivos, casi siempre a mi favor.

- ¿Cómo puede la aerofagia afectar al rendimiento de un deportista de élite de un modo positivo?

- En primer lugar, la aerofagia crónica me acompañó siempre, aunque yo inicié mi carrera con unos diez años. Por aquel entonces yo practicaba el salto de longitud, y ya te puedes imaginar. Las gradas vacías, una carrera en solitario, un concierto de vientos estruendoso… Con esa edad me sentía bastante abochornado, así que pensé que sería más sencillo de sobrellevar participando en carreras, rodeado de gente, donde nadie sabría exactamente el origen del concierto de viento.

- Así, podríamos decir que sus flatulencias marcaron su destino.

En efecto, aunque retomando el asunto de su influencia sobre mi rendimiento, enseguida lo comprenderá. A la velocidad a la que nos desplazábamos, cualquier pequeño empuje era bienvenido, y puedes imaginarte lo que significa tener detrás un propulsor de metano, etano y butano. Con todo, y contrariamente a lo que la gente pueda pensar, la verdadera ventaja no era esa, sino los brutales efectos perniciosos que tenían estos gases sobre mis perseguidores.

- ¿Se quejaron alguna vez?

Yo creo que nunca llegaron a deducir que demonios había pasado. En medio de aquel esfuerzo físico pocas personas saben percatarse de sutilezas como que los gases del negrata de enfrente están menguando la cantidad de oxígeno que aviva tu sangre.

- ¿Entonces incluso buscaba esta pequeña ventaja?
 - Bueno, yo pronto me acepté con mis problemas intestinales. Dejé de llamarlo aerofagia y pase a llamarlo meteorismo. Incluso me despreocupé y comí con rapidez, tragando aire. Tomaba leche, cuando siempre fui intolerante a la lactosa. Me hartaba a comer alimentos ricos en fibra, tan peculiares ellos cuando de la digestión se trata. Tuve pancreatitis, y además adquirí síndrome de colon irritable que se aunó al que ya arrastraba de mala absorción intestinal. Claro que para colmo, me atiborraba a antibióticos. Así que en fin, era una especie de bomba fétida bípeda.

Podrías decir que no buscaba la ventaja de mis emisiones de gases, pero que tampoco me molestaba mucho en combatirlas precisamente.

- Pues muchos puristas del deporte pondrán el grito en el cielo por sus avezadas estrategias gástricas…

- Pues les invito a subir conmigo en ascensor a la planta más alta del rascacielos más alto, a ver si al llegar el cielo aún pueden poner allí grito alguno.

- Ahora que lo menciona, su vida con esta severa afección no debió ser nada fácil en el resto de aspectos del día a día.

- No creas, cuando aprendí a convivir con ello, me sentí bastante liberado. Y así, con el tiempo, incluso poco a poco me fue resultando divertido. Pensé, que demonios, si la mofeta puede, yo también.

Y buscaba nuevos lugares donde dar rienda suelta a la dilatación de mi ojete. Me gustaban particularmente las escaleras mecánicas, tanto subiendo como bajando. Los ascensores, las reuniones formales, hacer que la bañera pareciera un jacuzzi, dar la alarma por tsunami cuando acudía a la playa en verano, desalojar restaurantes, etc. Ciertamente mi vida siempre fue muy divertida desde que aprendí a reírme jodiendo al prójimo.

- ¿Y a día de hoy?

- Bueno, ahora ya me retiré y vivo aquí, sosegado, en el trópico. Me gusta provocar tormentas en alta mar, con las piernas bien abiertas desde mi tumbona.

- Parece un emplazamiento idílico sin duda. Seguro que tiene mil rincones maravillosos, y una exquisita gastronomía. En cualquier caso, lamentablemente, creo que no disponemos de mucho tiempo más, y debemos dar por finalizada la entrevista. Ha sido un placer Carlete. Cuídese y mantenga vivo a Eolo…

- Si, es un paraje de ensueño, y en cuanto a la gastronomía, figúrese que tienen un plato llamado “Ventolaui”, que es una fabada pero tropical, bien cargada de kiwis. Sin ir más lejos, hace escasa hora y media he acabado con una fuente entera de Ventolaui, regada con tres litros de coca-cola. Agradeciendo su visita y a modo de despedida, le hare una demostración de mi poder. Pida una mascara anti-gas de las que siempre tienen preparada ahí atrás, y acérquese a ver lo que hago con esa palmera sin siquiera moverme del sitio…






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