viernes, 9 de abril de 2010

Más temática con pena: la matemática condena.





Golpearon su puerta con una fuerza de 7’5 newtons, y profiriendo alaridos a unos terribles 70 decibelios, consiguieron activar las 2 neuronas que conservaba en la región cerebral encargada de alertarle, despertándole así.
Sus tímpanos y trompas de Eustaquio, con esfuerzo y 6 miligramos de cerumen mediante, consiguieron descifrar, entre las vibraciones que arrastraba el aire, el siguiente conjunto de 38 letras y en el siguiente orden: “Joder, ya vas teniendo una edad, ¡baja a por zanahorias!”***.
Resopló, desplazando 15 millones de ácaros en suspensión, y tras asir 2 zapatos del número 42 cada uno, alivió los 200 muelles de su cama de la resistencia de 60 kilogramos que su masa les había ofrecido durante 374 minutos y 38 segundos.
Tras incorporarse y elevar su punto de gravedad hasta los 160 cm desde el suelo del 4to piso que habitaba, cogió 5 piezas de ropa, que sumaban un total de 425% algodón y el 75% restante polyester, y se las puso por encima, para evitar denuncias según el artículo G-235 del código penal, que trata sobre el exhibicionismo. Se calzó los mencionados 2 zapatos y bostezó poniendo a prueba la elasticidad de sus comisuras.
Giró unos 24 grados el pomo de su puerta, y tras dar 7 pasos un poco torpes hasta el lavabo, giró otro pomo 17 grados esta vez, entro en la estancia, levanto una tapa hasta los 45 grados y sosteniéndola en aquella posición, descargó 0’18 litros de orina.
Se apresuró en girar sobre su propio eje antes de que le espetaran más lindezas relativas a la escala de valores, y tras recorrer la distancia de 15 pasos que le separaba de la puerta principal, introdujo la llave, de una composición metálica con un 80% de aluminio en una ranura de escasos 1’6 x 0’9 pulgadas, y girándola 180 grados, consiguió un espacio mediante el cual atravesar la pared de 230 centímetros de altura que se interponía en su camino hacia la verdulería.
Pulsó el 3er botón, y el ascensor se desplazó diligente hasta su posición, rechinante, evidenciando la falta de lubricante en las poleas que empleaba para equilibrarse con el contrapeso de 350 Kg y que le permitían alejarse o acercarse a sus 2 límites, el superior y el inferior.
Al salir a la calle, la brisa le acarició la cara a unos afables 6 m/s, y eso le ayudo a combatir los 36º Celsius que los 152 000 000 Km que separaban el sol de la tierra imponían con dureza.
Se cruzó con un canis lupus familiaris, vertebrado, mamífero, cuadrúpedo, reino animal, un chucho en definitiva, que no parecía dispuesto a mover sus 4 patas de la sombra en que las había apalancado, pues esta le evitaba el impacto directo de la longitud de onda ultravioleta del orden de 15 000 000 de angstroms, tan perniciosa para los millones de células epidérmicas. La sombra, por cierto, provenía de un naranjo de 3 metros de altura, común en la flora local, junto a 24 especies geraniáceas y algunas malas hierbas. La fauna se componía de elevados porcentajes de palomas, siendo el número de individuos de esta población 500 000 aproximadamente, aunque también se contaban múltiples insectos y alguna que otra rata dentro de la misma.

Tras avanzar 0’32 yardas hasta alcanzar la verdulería, situada en un enclave con un 10% más de humedad que el camino previo, dada su cercanía a un estanque de unos 72 metros cúbicos, apartó las 55 cadenas suspendidas de una barra de hierro en el marco superior, que habían dispuestas a modo de cortina, e hizo vibrar sus cuerdas vocales hasta que las ondas se propagaron en el aire cargado de polen y otras materias volátiles orgánicas: “Buenos días”.
El verdulero, hizo una mueca consistente en alzar los 700 000 pelos de 15 mm que conformaban su mostacho con desgana.
Una vez hubo pedido 1 galón de agua y 0’001 toneladas de zanahorias, pagó con aproximadamente 300 céntimos de la moneda en curso, el euro, otrora peseta o ducado, y aún más distante en la línea cronológica, doblón, o denario, o a saber.
Otra vez, aún con 5 legañas aproximadamente en sus ojos, se dispuso a reducir la distancia que le separaba de la intimidad cúbica de su habitación, donde los 15 cm de espesor de sus paredes le separaban de los 24 ojos de sus vecinos de enfrente, y los millones de peatones que pudieran atravesar el segmento de ciudad que conformaba su calle rectilínea.
Sonrió al perro, que aun seguía allí pese a los 3 crí=s que despilfarraban bastantes centilitros de agua entre gritos estridentes a escasos 2 metros de la criatura, y esta no pareció prestar importancia al tamaño de su colmillo, molares e incisivos diestros, pulcramente dispuestos por pura casualidad.
Tras avanzar entre un insoportable caos sonoro ocasionado por el parque móvil de 40 000 coches existente en la ciudad, que debía rondar los 110 impertinentes decibelios, y que iba acompañado de una densidad de CO2 del 7’5% en el aire, tornándolo semi opaco alcanzó por fin su objetivo, y por la pereza de no sacar la llave del bolsillo mientras ejercía a la vez la fuerza contraria a la gravedad indispensable para sostener en alto su carga, pulso un botón que hizo recorrer los amperios suficientes mediante los circuitos allí colocados para tal menester, hasta un martillo que repicó con insistencia una campana metálica, a razón de 25 veces por segundo.
Así, mediante las maravillas de la ciencia, la puerta de abajo se abrió automáticamente tras la pulsación del pertinente botón 4 pisos más arriba.
Empezó a subir, por las escaleras esta vez, pues quería desgastar algunos centenares de calorías y exigir esfuerzo a su sistema cardiovascular, y mientras contaba los escalones, 1, 2, 3, … 35, … tuvo un súbito mareo  y se sentó.


Y al perder la cuenta de los escalones, mareado, se preguntó para que carajo los había estado contando, y de repente se dio cuenta de lo estúpido que era el afán humano por medirlo, contarlo y calcularlo TODO, y lo corto que se le habría hecho el mismo camino y el texto hasta las zanahorias sin ese estúpido impulso, necesario a veces, pero definitivamente estúpido en su exceso.

Y así, olvidó de sopetón y voluntariamente sus dimensiones y longitudes. Y se alegró de ser como era, por estar.

Olvidó la cifra de segundos, minutos, horas, días, semanas, meses, años, lustros y décadas que había existido, y se emocionó con todos aquellos intensos momentos que recordaba.
Y se alegro de ser quien era, por ser.

El mundo de repente se sacudió de ecuaciones y fórmulas a sus ojos y se torno algo próximo, cercano y cómplice.

Se había quitado un peso incalculable de encima.



Incalculable.








***”Ya tienes edad de...”, sólo es una fórmula chantajista para exigir tu sometimiento y obediencia, mediante la que debería ser tu conducta prototípica en base a lo establecido. No importa cuantos años cuentes, puedes oírla cuando no te sometas. No hagas caso, la edad no existe. 





1 comentario:

Campanas de Belen dijo...

Me gusto mucho! Me encantó el final "incalculable" y tu comentario sobre el "ya estas en edad de..."tendré muy en cuenta tu consejo la proxima vez que alguien me diga eso.
Y aunque no he leido todo lo que hay en tu blog, lo que he leido hasta ahora me gusta mucho :D seguiré pasando por aqui