viernes, 16 de abril de 2010

Aurelicántropo.










En una distante aldea,
por la verde falda de una montaña,
pastorea Aurelio a sus cabras.

Es Aurelio un cateto de la vieja escuela,
de ideas fijas y mente estrecha,
un machito facha.

No es que en la aldea le aprecien en demasía,
no podría decirse que destaca,
y no es por que no ponga empeño,
es solo que la mayoría son igual de carcas.

Mas no gozan de tiempo
para solazarse en su estupidez,
pues de un tiempo a esta parte algo les quita el sueño:
un monstruo sigiloso ataca a sus borregos.
Y se caga en sus arados.
Todo a la vez.

“Maldita bestia inmunda”,
exclaman en la asamblea,
“¡quien la cace nos rescata!”
Y esto a Aurelio se la levanta,
su ceja, una,
clavada en la escopeta.

“¡Lo tiraremos del campanario!”,
“¡Le prenderemos fuego!”,
“¡Le llevaremos al bibliotecario, que le lea textos!”

Dejábanse llevar por el frenesí,
sopesando castigos crueles,
y Aurelio ya lejos de allí,
buscaba a la bestia entre vaivenes.
La idea del éxito le hacía sonreír,
y saboreaba ya sus mieles.

Mas tropezó como un idiota,
en realidad como lo que era,
y sangró su boca,
y se descargó su escopeta.

Así, de pronto,
pues no dejaba de ser un machito,
se sintió tonto,
asténico y desprotegido.
Se le encogió aún más el pito.

Miró hacia atrás,
predispuesto a poner pies en polvorosa,
y mientras se incorporaba, sin más,
emergió de entre los arbustos,
“la cosa”.

¡Acabáramos tanto revuelo!
Se había dejado llevar por la inventiva el pueblo,
No era un monstruo sino un lobo,
aunque grande desde luego.

Se conoce que aquella criatura,
quedo abandonada a su suerte,
pues diez cazadores de algún pueblo vecino,
dieron a su manada fin, que no sepultura,
y tan sólo él había escapado a la muerte.

Aurelio se relajó ligerísimamente,
al no tener al diablo enfrente,
y aunque aún temblaba por ir desarmado,
concluyó que debía saberlo la gente.
Entre todos ya arreglarían el desaguisado.

Sin tiempo para más cábalas,
el lobo se lanzo sobre el muy necio,
y hundió los colmillos en sus carnes blandas.

El cateto en un alarde intelectual, hizo lo mismo,
combinando así en su gesto,
la sandez con el desprecio,
la pataleta con el garrulismo.

Ambos seres retrocedieron al instante,
con expresiones nauseabundas,
el lobo estaba sucio de tres meses,
y aunque Aurelio si se había duchado antes,
quien tanta idiocia acumula,
a cualquiera hace rechinar los dientes.

Vomitaban con violencia,
se rehuían como cobardes,
y resplandeciente lucía la luna llena,
se había hecho ya bastante tarde.

Así, en plena medianoche,
sometidos a su influjo,
la bestia y el fantoche,
tornáronse licántropos,
como por obra de algún brujo.

El Aurelio por fin tenia tranca,
aunque ahora le importara menos,
y el lobo se percató de que pensaba,
había conciencia refleja en su cerebro.

Ambos en la noche desaparecieron,
espantados, confundidos,
huyeron durante un tiempo

Y tras llorar el pueblo a Aurelio,
suponiendo que había muerto matando al monstruo,
una vez finiquitadas pompas y sepelios,
consiguieron en dos días,
olvidar al pobre tonto

Pero al cabo de algunos meses,
volvió la bestia por la aldea,
y no fue con ninguna sana intención.
Volvió follando nenes y degollando abuelas,
sembrando caos y destrucción,
poniendo patas arriba la villa entera.

Es que el lobito había adquirido rasgos humanos,
desarrollando la crueldad, el egoísmo y la venganza,
y ahora cual bestia despiadada,
escupiendo a los cadáveres y cagando en las camas,
disfrutaba como enano.

El lobo-hombre destruía por doquier,
a merced de su nueva conciencia,
y ya había huido media aldea,
pues los catetos ni relacionaban al bicho con la luna llena,
ni tenían puta idea de que hacer.

Organizaron cierta resistencia,
con antorchas y rastrillos,
y prendieron fuego incluso a sus propias casas,
pero nada pudieron contra el monstruo,
ni dejaron de temblar ante la visión de sus colmillos.

Al final llegó a un acuerdo con el alcalde,
bestia mucho más inmunda que él,
se haría militar o policía,
que a la porquería el uniforme le sienta bien.
Total podría seguir dando rienda suelta a la crueldad,
pero al menos ya no en balde,
sino “cumpliendo con su deber”.

Por su parte Aurelio, de por si tonto, perdió facultades cognitivas,
y eso le convirtió en un ser aún más simple,
con ideas claras y definidas y de espíritu libre.
Su otrora idiota vida, habíase vuelto digna.

Ya no se sentía superior a nadie,
ni pegaba a su mujer,
vivía buscándose el sustento,
pues las noches de luna llena,
le hacían sentir contento,
y sacaban “lo mejor” de él.


Así sucedió que Aurelio
perdió el raciocinio,
y al actuar solo por instinto,
se pareció ligeramente,
a lo que se entiende por criatura noble.

Por vez primera,
actuó (casi) como un hombre.

Es bien sabido que a fin de cuentas,
la bestia no es la que vive guiada por su instinto,
sino la que teniendo conciencia,
actúa sin compasión ni benevolencia
hacia el resto de seres vivos.



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