domingo, 6 de junio de 2010

LOS 40 (millones de) SUBNORMALES











Al cretino aquel le habían ofrecido un puesto como DJ en la radio gracias a su meteórica carrera en el mundo de la “música”, tócate los huevos.






 Sus inicios fueron muy precoces, y ya con cuatro años se quedaba ensimismado moviendo la cabeza al ritmo de los sonidos que emitía el horno microondas para avisar de que había finalizado el tiempo programado de cocción.
Su madre, desalentada e incluso con cierta sensación de repugnancia, veía a su hijo mover la cabeza hacía adelante y hacía atrás: Pip pip pip. Pip pip pip. Pip pip pip. No sintió el orgullo y la esperanza que pudieron sentir los padres de Mozart al verle acariciar un clavicémbalo en su más tierna edad, ni mucho menos. Y sin embargo, en las pútridas circunstancias modernas, su hijo iba camino de tener un nombre en el panorama “musical”. Mozart debería revolverse en su tumba, tanto por la escoria sonora que motivaba al chaval, como por el éxito que le auguraba la misma.
El niño se quedaba enganchado como un bobo cada día con más facilidad en cuanto oía cualquier tipo de pitiditos, y costaba hacerle reaccionar, pues entraba en una especie de trance estúpido que le hacía insensible al estímulo externo y le hacía salivar descontroladamente, por lo que solía llevar babero con ocho años largos.
A veces también le inundaba cierta necesidad de coreografiar su necedad, y simulaba estar ante una "tabla de mezclas", colocándose una mano en la oreja y haciendo aspavientos espasmódicos con el brazo que le quedaba libre. Era una imagen sobrecogedora ver al idiota ese llevar a cabo la aberrante representación con cualquier “chumba chumba” de fondo, una vergüenza para la familia y que más de un bofetón le había llevado a merecer, tanto por parte de propios como de extraños, incapaces de contenerse ante la voluntariedad de la decadencia humana.
Así fue creciendo, entre guantazos más que merecidos, y adicto a los “tamagotchis”, a los despertadores, a dejar la puerta de la nevera abierta, a pegar patadas a las puertas de los coches para hacer saltar sus alarmas, y a todo tipo de imbecilidades auditivas semejantes. Un auténtico maquinero con vocación de DJ plasta y plomizo.
Como era de esperar no había Dios ni persona en sus cabales que soportase, comprendiese o aceptase al tonto de turno, o más bien, su afición por torturar al personal con su gota malaya auditiva.
Claro que hay que distinguir entre personas en su sano juicio y el resto. Porque entre quienes miran la puta TV sí tuvo éxito el condenado.
No sin antes abrirse paso (más por darse el gusto de degradarse que en busca del éxito) en fiestas raves de ésas en las que la juventud demostraba en vertederos que estamos atravesando el apocalipsis, o al menos el ocaso del respeto propio y ajeno, llegó a lo más alto.
En otra de esas campañas orquestadas desde la sombra con el único fin de embotar el intelecto juvenil, (como había sucedido en las raves pero a escala masiva) pronto le erigieron en paladín de la “música” vanguardista. De repente lxs audiólog=s y l=s fabricantes de fonómetros se vieron obteniendo pingües beneficios sin explicación aparente. Bueno, sabían que era fruto de la sandez colectiva, pero no se explicaban que la gente lo consintiese.
El tío, que había aprendido a procurarse sus propios sonidos repetitivos y atroces frente a unos platos, de la noche a la mañana se veía en la cumbre, colmado de lujos y privilegios, de fama y mujeres imbéciles adictas al “chumba chumba” como él. Estaba en la gloria.
DJ Sandro (Sandio para quienes conservaban cierto respeto por la dignidad humana y admiración por el arte como forma de expresión), estaba en la cúspide. Y como mucha gente sabe, desde ahí es tremendamente sencillo caer en las tentaciones más mundanales, pues todos los caprichos y deseos que antes suponían esfuerzo, ahora se veían satisfechos de inmediato a golpe de tarjeta.
Así fue como pronto su de por si estúpida personalidad se vio cayendo en el pozo de las drogas de un modo imparable e irreversible.
¿Pero alguien cree que un tipo cuya estupidez alcanza las dimensiones necesarias como para hacerse DJ y crear pitiditos sin descanso, se iba a conformar con drogas corrientes?
Se hizo eco de la existencia de I-dosers y enseguida quedo fascinado por la idea.
Esos archivos de audio estaban diseñados para someter al cerebro a las reacciones adecuadas para enfrentarse a la toxicidad de los estupefacientes, pero mediante la emisión de frecuencias de ondas cortas. Pitiditos que colocaban, la panacea para el chaval. Ahora mearse en los pentagramas además tenía premio.
Así estuvo enganchado bastante tiempo a los archivos en cuestión, cosa que tampoco molestó nunca a los directivos encargados de su imagen, personalidad, trayectoria y modo de hablar. Los directivos de la radio que le encumbraron para lucrarse a su costa, para lucrarse a costa de la imbecilidad de la juventud actual, y lo más importante, para ampliar y perpetuar la susodicha.
Los directivos a lo suyo, a planear que canción escucharía la gente encantada la semana ulterior.
Así que no encontró impedimentos para dejarse llevar por los pitiditos que colocaban y llegó a llevarlos en el mp3 e incluso en vinilo, siempre consigo.
Una mañana de esas en las que “trabajaba” la “música” en la popular emisora de radio que alquilaba sus servicios y con la resaca de haber pasado la noche entre colocones furtivos (aunque nadie notaba la diferencia en su obra, así de asquerosa era), anunció una canción pero fruto de sus profundos problemas psicomotrices no consiguió poner lo previsto sino uno de sus I-dosers. Concretamente uno diseñado para disparar la agresividad de los individuos mediante reacciones parecidas a las ocasionadas por las anfetaminas, la cafeína, la cocaína y las patadas en los riñones, todo a la vez.
Su acto morbífico tuvo prontas consecuencias.
Por desgracia, aquella mañana la cuantía de borregos enganchada a los medios, era superior a la media. También por desgracia, el programita de DJ Sandio estaba sonando en centros comerciales, supermercados, cuarteles militares, peluquerías, taxis, por todos lados, hasta en los quirófanos. Argucias del clásico desatino del destino para joder la marrana.
La población expuesta (casi toda) se vio súbitamente enfervorizada, y con el acuciante deseo de destruir y asesinar sin motivo ni razón. En apenas media hora se había propagado el caos y a tenor de la escena que representaba, parecería que toda la ciudadanía se hubiese hecho militar o policía, así de gratuitamente se hostiaban y asesinaban. Lo cierto es que no dejaban de recordar a lo conseguido por Grenouille pero con trepanaciones y desmembramientos en vez de sexo oral y lujuria desbocada.
Cuando la ultraviolencia se diluyó un poco, apenas si quedaba un diez por ciento de la población en pie.
Un diez por ciento de la población, que no supo como asimilar el bajón y que rápidamente quiso sentir su adrenalina dispararse de nuevo.
Desesperados y tirándose de los pelos, incapaces de asimilar lo que habían hecho y buscando más sensaciones que le ayudasen a evadirse de sus responsabilidades, clamaban por más ondas repercutiendo en las huecas profundidades de sus seseras.
Así que se fueron a ver a DJ Sandio esquivando cuerpos o pasándoles por encima directamente con los tanques que el ejército había dejado atrás en la vorágine destructiva.
Al entrar en su estudio, le vieron a lo suyo, enganchado a sus discos, empapándose de uno con efectos parecidos a los de la daturina, observando el techo con risa sardónica y expresión enajenada.
Le pidieron más y más de aquello que tenía, pero él, fuera de sí, dijo:
- ¡Jamás! ¡Es todo para mí!
Y así, aunque ahora plenamente conscientes de sus actos, lxs supervivientes le dieron una bestial paliza, le metieron el micro por el culo de una patada, le arrancaron la cabeza y la lanzaron por el belvedere y para concluir su performance colgaron su cuerpo de mil cables de esos que hay en todos los estudios.
El puto maquinero, tras desquiciar a los borregos del “eres lo que escuchas” empujándoles a darse fin entre ell=s mismxs, había sido salvajemente asesinado. Y ese es a todas luces un final feliz.

No hay comentarios: