domingo, 21 de marzo de 2010

Raíles con punto de fuga rahez





Silbaba tonadillas populares que le recordaban a su infancia, melodías alegres y contagiosas. Iba en el vagón número siete del tren que le conducía, dos lustros después, a su hogar. ¡Y que dos lustros!

Al avanzar hacia su asiento, no se esforzaba en absoluto en reprimir una sonrisa de honda satisfacción. Al contrario, mostraba efusivamente su júbilo con aspavientos que eran bien recibidos por algun=s viajerxs, y no tanto por otr=s, como siempre sucede en esos casos.
Al llegar, y tras sentarse con comodidad, inspiró aire profundamente, y lo exhaló del modo en que alguien lo hace cuando se quita un cargado costal de las espaldas, un suspiro de alivio que por desgracia, muy pocas personas han podido realizar con tanta paz en este mundo.

Hacía diez años, tuvo que huir de su tierra de un modo penoso, tanteando la línea que separa la pobreza de la miseria, alejado por obligaciones circunstanciales de su familia, de toda su familia. Incluidas su mujer y sus dos hijas.
 Humillado, harapiento y enfermo, la única alternativa era probar fortuna en aquel remoto país.

Ahora, tanto tiempo después, volvía con paso firme y triunfal, en las antípodas de la situación que le empujo al ostracismo emocional y al exilio patrio.

Volvía vestido como un dandy, con carísimos ropajes que evidenciaban una holgada bonanza económica. Con complementos que valían por si mismos mas que el atuendo en su totalidad de algunxs viajerxs de lxs que hallábanse a su vera. Y con algunos regalos excepcionales, al alcance de muy pocas personas, no solo por su elevado valor comercial, sino también por la dosis de fortuna necesaria para topar con ellos. También en eso le había sonreído la vida.
Se hubiera gastado veinte veces más en tales presentes, no habría tenido reparo alguno. La sola idea de agasajar a su familia, de verla, de respirar sobre su piel mientras la abrazaba, le hacía perder toda noción matemática y sentido del ahorro. ¿Que era el dinero en comparación a su maravilloso destino?
Además, aún otorgándole importancia, era poseedor de una fructífera empresa con enormes expectativas de desarrollo, y había tenido la dicha de ganar no en una sino en dos ocasiones la lotería. Por lo tanto, le resultaba completamente indiferente el dinero, por activa y por pasiva.

Ya había fijado la hora y la fecha para su reencuentro, había concretado el instante para el que llevaba quinientas semanas y pico aguardando. Con voz trémula, había prometido a su esposa dar el más fuerte abrazo jamás compartido sobre la tierra, y vaya si estaba dispuesto a cumplir con su palabra.
Por lo menos, vigoroso sí se sentía, sin duda. Con una refinada y nutritiva dieta en los últimos tiempos y un médico particular haciendo un seguimiento personalizado a sus dolencias, había conseguido recuperar toda su salud, y se sentía como un jocundo jovenzuelo. Con fuerzas para dar mil abrazos de envolvente contundencia.
En cuanto a sus padres, prefería omitir las divagaciones acerca de abrazarles o sencillamente verles de nuevo, tal era la emoción que le embargaba. Prefería cerrar los ojos y sonreír sosegadamente.

El tiempo se mofaba de él. Pasaba rápido cuando se distraía fantaseando con estos mágicos momentos que le esperaban, y se hacía pesado y denso en cuanto los valoraba desde la objetividad, acechando como un depredador su elegante reloj de bolsillo. Hubiera jurado incluso que el mecanismo no funcionaba por momentos, aunque solo fuese producto de su ansiedad.
Ojalá hubiese sido siempre esta la ansiedad que le acosó otrora a todas horas, especialmente durante las noches frías. Pero bueno, todo quedó atrás.

Así, un poco ansioso pero rico, sano, contento y de camino al hogar, de vuelta a casa, silbaba tonadillas joviales. Algo así como “Las ruinas de Atenas” de Beethoven debía estar silbando cuando escuchó un estruendo, y unas décimas de segundo después todo se oscureció para no volver a esclarecerse nunca más
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