domingo, 24 de enero de 2010

Crónicas de un chofer paciente hasta cierto punto


Digamos que me resultaba indiferente llevar dos días sin probar bocado alguno. Me resultaba indiferente sufrir una resaca del quince, con jaqueca lacerante incluida.


No me importó que la palanca de cambios se atascase cada dos por tres, ni llevar perforado uno de los neumáticos traseros.

Tampoco haber olvidado las gafas y las lentillas.

Soy un hombre responsable y constante en mi compromiso con el deber.

Incluso llevando como llevaba un suicida amenazando con detonar allí mismo su chaleco de barrenos si no le conducia ipso facto al parlamento.

Si es que da igual, tengo nervios de acero.

Había dos avispas merodeando alrededor de mis ojos y alguien no paraba de tirarse cuescos despiadadamente. De los fétidos además, nada de medias tintas, estaba evaporando allí mismo su intestino para castigo de mis fosas nasales.

¿Creéis que eso me alteraba en lo más mínimo? Nada más lejos, yo seguía resistiendo estoicamente, por encima de toda adversidad.

Ni siquiera otear cuatro controles policiales en la lejania del horizonte perturbó en modo alguno la firmeza de mi voluntad.

Había un niño que no cesaba de dar por culo, venga a meterse conmigo, a lloriquear, a berrear exigiendo que apareciera un helado alli mismo, a intentar meterme el dedo en el ojo, y demás lindezas propias de un cabronazo de medio metro.

Había también un demente senil que insistia en que frenase cada cinco metros por temor a atropellar las "orugas multicolores del sagrado corazon" que solo el veía.

Y por supuesto, si hace falta llenar la furgoneta de gente hasta que reviente, por cumplir con cuantos ciudadanos lo requieran, ahí estoy yo, no hay problema.

Esta bien, cuando me marco un objetivo, nada me desvía.

Bueno, nada.. nada... tampoco.

Digamos (otra vez) que estoy por encima del hambre, las resacas, las jaquecas, los errores mecanicos, la miopía crónica, los suicidas dispuestos a inmolarse, de las avispas, las pestilentes flatulencias, los controles policiales, los niños impertinentes, los ancianos dementes y sus orugas multicolores del sagrado corazón e incluso por encima de la masa humana y su sobrepeso en mi vehículo.

Pero cuando metiste el puto casette diabólico ese del David Civera, provocando la desbandada general y los espamos en mi cerebro, ahi si que nos fuimos todos a tomar por culo sin más.

Que fusilen a ese imbécil, o que no den ni un solo carnet de conducir mas. Aún tengo pesadillas, y aún me visitan las almas rencorosas de los muertos del percance.

Joder, que visiten al puto Civera.


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