domingo, 24 de enero de 2010

La cigarra bohemia y la hormiga del Opus





¿El invierno sería largo y frío? Era posible y muy probable. Pero el verano estaba siendo especialmente delicioso, con agradables brisas y sombras, y nítidos cielos azulados.


Nadie sabía mejor que la hormiga lo mucho que se afanaba, desperdiciando aquel clima idílico en pos de los consejos de su sentido previsor.

La cigarra en cambio era mucho mas agradecida. Sabía que sería casi un crimen menospreciar aquel agradable clima, y lo vivía con fruición, cantando, bailando, bebiendo y riendo.

La hormiga, atenazada por el sentido del deber que le habían inculcado mediante una estricta y asfixiante educación, era incapaz, pese a la profunda envidia que sentía, de relajarse y corresponder al privilegio del buen tiempo.

La cigarra cantaba y cantaba y la hormiga sudaba y sudaba acumulando papeo maquinalmente en su cueva.

Así fueron pasando las semanas y llegó el fin del buen tiempo. La cigarra, algo entristecida por saber que ya no podría disfrutar a la intemperie, no dejaba de sentirse por ello plenamente satisfecha por el tiempo vivido.

La hormiga en cambio, que blasfemaría de no ser por que le habían inyectado el catolicismo a conciencia para impedirle ciertas libertades, no estaba tan contenta, ni satisfecha, ni feliz, ni ostias.

De hecho, a causa del sobredimensionado esfuerzo, tenía los riñones hechos cisco. Había envejecido prematuramente de tanto acumular rencor al ver a la cigarra ser feliz y tenía las patas absolutamente llenas de callos que le impedían siquiera llevarse todo el fruto de su esfuerzo a la boca.

Empezó a hundirse sólo de pensar en el aciago ambiente gris que le deparaba el destino de ahora en adelante, y puede que igual hasta el punto de somatizar, pues en cuanto cayó la primera lluvia agarró un resfriado de agárrate y no te menees.

Por desgracia para ella ese fue el principio de su fin. El resfriado se acabó convirtiendo en una brutal neumonía, que a su vez acabó convirtiéndose en una brutal pulmonía que de poco no acaba con ella. Y si no lo hizo fue porque cuando ya no le quedaban más que cuatro alientos carrasposos, hubo un desprendimiento en la linde de la montaña y una roca acabó por aplastar su católico y enfermo cuerpo.



Estaba hecha un amasijo cadavérico de vísceras y sangre, cuando por ahí pasó silbando la cigarra.



En cuanto la vio, bostezó, se rascó el culo, le sisó las llaves del pisito y allí que se fue.



Tiró a la basura toda la simbología religiosa, el papeleo acumulado por la burocrática corrección, y llamó a sus colegas, cigarras o no, que se habían quedado en la calle de cara al invierno. Pronto había un buen elenco metido en casa de la difunta hormiga.



El invierno fue largo y frío, pero no para ellxs, que lo pasaron entre farras indecentes y trepidantes.











Moralejas:



1) No dejes para mañana lo que puedas hacer pasado.



2) Mata a la hormiga sólo cuando se haya abastecido lo suficiente






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