jueves, 28 de enero de 2010

"De lo que tengo miedo es de tu miedo". (Shakespeare)





Tú te preguntas que me empuja a sonreír y reír siempre como un idiota, y yo te respondo que eres idiota por no saber dar valor al valor que se requiere siempre para sonreír y reír aunque sea un poco. Sonreír y reír en los tiempos que corren es algo más que una hazaña, es un profundo acto de ácida rebeldía. Precisamente porque si las cosas a tu alrededor tienen un fin, ese es evitar que rías (a excepción, obviamente, de cuando pagas por reír). En realidad ves la luz, te dan la palmadita y poco después ya te infundan miedo y mas miedo, con el fin de mantenerte subyugado y dócil. El ser humano necesita del miedo, es fundamental y forma parte del instinto de supervivencia. Sino supiese alertarse, a menudo parecería tonto y perecería a lo tonto. Pero hay miedos que son un simple añadido a lo natural, que van más allá de lo que sería normal, y que tienen establecidas unas metas muy concretas. Esos tan sólo persiguen doblegar tu voluntad. Y para combatirlos hay que apretar los dientes, y sonreír y sonreír, con ironía y mordacidad. Incluso a poder ser, con naturalidad, que no se note que estás luchando.



Existen básicamente el miedo a las represalias directas por parte de la autoridad si actúas según tu propio criterio, y el miedo al rechazo por parte de lxs demás si no actúas según el criterio impuesto para tod=s por la autoridad.


Y todo empieza desde que eres un retoño, desde el primer momento en que tienen acceso a tu persona. Miedo en casa a “portarte” mal, o cargarás con toda la frustración que sufren los atemorizadxs adultxs sobre tus hombros. Miedo a tu primer día de escuela/establo, aunque éste sea un miedo bastante natural, la agonía empieza ahí dentro para ya nunca acabar y algo dentro de ti lo intuye. Miedo a desobedecer al profesor cuando te exige que dejes de jugar por más ganas que tengas, o eres castigado. Así, entre la tiranía doméstica (por tu bien) y el avasallamiento escolar (por tu bien) ya te crean el miedo a la autoridad. Es la semillita de la obediencia. Se germina una vida de cabeza gacha, y lo que es peor, sin derecho al pataleo.


Empiezas a tener conciencia, y con ella muchos más miedos, los que antes la inocencia te permitía ignorar. Así, empiezas a tener miedo de ser el tonto de la clase, porque sabes que te caerán mil ostias. Miedo a ser el listo, porque sabes que te miraran con bastante asco, y miedo a ser distinto en general, porque se ensañaran cruelmente con tus “defectos”. Lo mejor para evitar conflictos es ser exactamente igual que lxs demás, y esta también es una constante que se perpetuará si no haces acopio de valentía.


Miedo a no hacer los deberes, porque en vez de motivarte para que te parezca interesante hacerlos, sabes que simplemente te castigarán si no los haces. Miedo a sacar malas notas en materias que no llaman tu atención, o serás castigado y humillado en casa. Miedo al matón de la clase, ese que, como tus padres, desahoga sus miedos sobre el débil, que a veces eres tú. Miedo a quejarte al respecto y mostrarte débil, pues se espera de ti que sepas resolver toda esa locura por ti mismx y miedo a no saber resolverla, que es algo que se va incrustando paulatinamente y con resignación muy dentro de ti. Si a estas alturas ya te has desmarcado inconscientemente del resto, miedo a creer que eres un bicho raro, a saber que nunca gozaras de las oportunidades que tienen quienes si renuncian a cuestionar el funcionamiento de las cosas.


Miedo a ver como cada vez te vas alejando más de la uniformidad del grupo, que es el miedo a la soledad, que también te acompañara ya por siempre. Miedo a pensar que el día de mañana serás un “Don nadie” si hoy no te sometes, y miedo a irte a la cama sin cenar, al “coco”, o a no poder salir en unos cuantos días.


Sobrevives a la escolarización, y empieza el miedo a no encontrar un trabajo, porque en casa aprietan tus sienes. Si lo encuentras, miedo a lo que el encargado pueda decir de ti si te muestras mínimamente convencido de ti mismo en vez de ser un autómata destinado a producir cada vez más deprisa. Miedo a perder el curro en definitiva, porque es todo tan caro, y tienes que sobrevivir y además aparentar. Miedo a buscar alternativas, pues todas las que no pasen por el sometimiento llevan el cartel de “ilegal”, y es éste miedo el miedo a la policía, que es el miedo a padres y maestros. Miedo a la cárcel, miedo a los porrazos, miedo a las multas, miedo a las sentencias de un juez que estudió la constitución pero nunca tuvo sentido de la justicia, miedo a la humillación y a la brutal falta de comprensión cuando tú solo pretendes hallar soluciones propias y dignas, porque solo tú sabes lo que te conviene y tienes el legítimo derecho a equivocarte.


Miedo al que todo salga mal, al fracaso, porque éste mundo no esta diseñado para compartir, y sabes que si no eres tú, poca gente hará algo por ti. Miedo al éxito, porque aunque tal vez tu intención sea la de hacer algo por lxs demás, sabes que éste mundo está diseñado para competir y habrá quien desarrolle aviesas argucias para arrebatarte todo lo que conseguiste. Para colmo, existen tretas de esta índole que son consideradas “legales”, en tanto que la autoridad se beneficie, así que ni su propia podrida escala de valores acudirá en tu socorro.


El natural miedo a la incertidumbre, acrecentado por la sensación de vacío que sientes cuando te das cuenta de que tan sólo eres cuanto tienes y posees. Miedo a lo desconocido, porque te han enseñado que todo lo que implique salirse del renglón significa peligro. Miedo a peligros que ni existen, y miedo a como reaccionaran tus semejantes ante tales miedos, a la demencia que nace de tanta presión en individuos a menudo muy poco preparados para soportarla.


Los más ridículos miedos posibles, los reservados para la recua más necia, los miedos de los medios, los miedos mediáticos y televisivos, que son la manera sutil de acojonarte frente a lo distinto. A saber:


El miedo al terrorismo (por parte de lxs “distintxs”, sobra decir), porque atenta contra “el estado del bienestar” a costa de victimas inocentes, en vez de tener un lógico miedo a un estado de bienestar que acaba con la inocencia de las personas haciéndolas victimas de sus miedos para no tener que soltar el mochuelo, hasta llegar a conseguir incluso que haya quien desee atentar contra él.






El miedo a la inmigración, (chauvinismo, etnocentrismo y patriotismo son simple y llana imbecilidad muchas veces infundada interesadamente), a esas personas, como no, “distintas” que quieren según la caja tonta acabar con tus raíces culturales y quitarte el trabajo, cuando todos sabemos que el Burguer King no sirve callos ni fabadas y que los empresarios son los primeros en contratar a los inmigrantes porque se les explota mejor. Gente que se preocupa por su país porque se acercan lxs pobres de otros sitios, consecuencia generalmente de los abusos de su propia patria occidental, pero que en cambio no se preocupa por la globalización, culmen de la incultura y la lapidación de las identidades en todas sus vertientes.






El paradójico miedo a envejecer, que contrasta con el miedo a morir (caso aparte). Quieres vivir cien años, pero quieres vivir cien años pareciendo que tengas veinte. Y si no lo deseas así, L’Oreal se encargará de acojonarte, ya sea mediante tu espejo, o mediante la gente de tu alrededor mas idiota, esa que sí se dejó acojonar por su espejo. Procura siempre compararte, en las series y películas no hay sitio para “engendros” con defectos físicos si no es mofa y sorna mediante, así que supón que en la calle tampoco, y asústate o compra parches.






Como no, el miedo a que se te estropee la TV, y tengas que usar el cerebro.










El miedo por excelencia, que es el miedo a morir, viejo estigma que arrastramos, fruto de dudas irresolubles, y filón sin par para religiones sobre todo, para quienes poseen el monopolio de la “vida eterna”. Miedo a morir en pecado, miedo a quedarte ciego por masturbarte, miedo a sentirte culpable de que un cura abusara de tu cuerpo, miedo al infierno, curiosamente por cuestionar desde la sinceridad y la búsqueda de la paz personal, la supuesta doctrina de “la verdad”. No mereces sentirte bien contigo, tu deber es sentirte bien con los dioses y sus managers terrenales. O arde en el lago de azufre, malditx impí=.


Miedo al rechazo, a que te den de lado por no encajar, y solo te quede intentar encajar vendiendo hasta la ultima de tus ideas, prostituyendo tu escala de valores, fingiendo y aparentando ser, y esto incluye aparentando tener carácter y ser valiente. En una de sus variantes, el recurrente e hiriente miedo a que “se te pase al arroz” por cosas estúpidas como tener granos, ser bajito, estar gorda, ser manca, ser calvo, bizca, cojo, por tener las orejas o la nariz grandes, por tener problemas de dicción o por no tener habilidades sociales, por tener un dedo de más en una mano, por sufrir alguna enfermedad, por que tu rostro muestre “sucia vejez” en lugar de “experta sabiduría”, por ser albino, lampiña, peludo o jorobado.


Miedo a confiar en cualquiera, a querer, a ceder, a sacrificarte, a entregarte, a hablar más de la cuenta, a mostrar tus sentimientos, a parecer vulnerable, porque el mundo es como la selva, la información es poder, y siempre gana el más poderoso, y tú siempre te puedes quedar con el culo al aire, victima de interesadas jugarretas de escaso valor moral.


Miedo al descontrol, a que no este todo previsto, planificado y calculado pues te han hecho creer que sin la autoridad regulándolo todo, tu no eres capaz de nada, y miedo a la libertad, a sentirte el únic= dueñx de tus decisiones, porque el lastre de equivocarte supera con creces tu capacidad de purgarte cara a la galería.


Todos estos miedos, y unos cuantos más, se resuelven de dos maneras muy simples: con dinero, o con tu sumisión. Paga, o cierra el puto hocico.


Si no tienes pasta o tienes mucho orgullo, o te echas a temblar, o te echas a reír, demostrando estar por encima, demostrando que eres capaz de jugar, soñar, saltar, corretear y divertirte pese a todo. Las consecuencias serán las mismas, pero se te harán más llevaderas cachondeándote de ellas. En definitivas cuentas, sonreír y reír como un/a idiota (que sabe lo que hace) siempre fue más sano que claudicar entre sollozos y temblores, donde va a parar.














Además, recuerda: quien teme sufrir, sufre de temor.














Espabila e ironiza, ¡que se jodan!


 
 

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