domingo, 24 de enero de 2010

Dime que opinas, Freud de poca monta



Hubo un tiempo en que tu y yo corriamos semidesnudxs por la casa, la calle, el jardin y la playa.


Eran buenos tiempos aquellos. Recuerdo el intenso colorido con que TODO se mostraba ante nuestras pupilas fascinadas, la abrumadora magnitud que otorgábamos a la más insignificante de las cosas.

Nisiquiera nos percatábamos de la mierda que nos estaban preparando, porque confiábamos en ellxs.

Recuerdo perseguir mariposas y observar la procesión de hormigas, hacíamos pompas de jabón y prestábamos las cosas a nuestrxs amiguitxs. Incluso lxs besábamos desde la sinceridad.

A nuestro alrededor la magia confería sentido a cosas que no deseábamos que fuesen tangibles. Entonces tú y yo nos susurrábamos cosas al oído sin temor a represalias, y rompíamos objetos con una sonrisa en la boca. Pintábamos las paredes, y nos tirábamos rodando por cualquier cuesta.

Volábamos cometas que se nos escapaban de las manos por falta de fuerza, y aunque a veces lloráramos, lo hacíamos casi sin motivo.

Cuanto sucedía formaba parte de las maravillas de un mundo pensado para el deleite de los sentidos, y el cartero nos sonreía y traía cartas del lejano Japón o de galaxias mucho más distantes.

Coloreábamos libros bajo la atenta mirada de alguien dispuestx a enseñarnos los recovecos más reconditos del complejo proceder de la vida.

Pero luego, muy lentamente (de un día para otro), todo fue quedando atrás y súbitamente la desolación del nuevo panorama inculcado a ostias en nuestra consciencia, ya nos había embargado.

Para cuando quisimos darnos cuenta, ya habían adulterado nuestro recién adquirido uso de razón, y el funcionamiento de nuestra especie cayo como un mazazo sobre nuestras expectativas y nuestras ilusiones.

Toda la magia tornose competitividad. El cartero paso a ser ese imbécil que golpea a su mujer, y el lejano Japón un lugar lleno de explotadores y cuna de una era tecnológica que devora el globo.

Los colores se pagan o apagan, y las magnitudes nos recuerdan el brutal desequilibrio que hay entre algunxs de nosotrxs, por cuestiones tan estúpidas como un simple apellido.

La imaginación se vio obligada a prostituirse, a dejar atrás la esencia creativa capaz de formar mil sonrisas distorsionando el mundo, para adaptarse a una necesidad imperiosa de sobrevivir sin ser aplastadx, para agudizarse por petición expresa de un estómago que aún reniega del triste giro argumental de la vida.

Solíamos corretear y ahora corremos delante de policías.

Solíamos vivir para los días soleados, y ahora de ti y de mí han hecho dos almas en pena, ajenas al tiempo y pendientes del puto horario

Ya sólo nos divierte putear al prójimo, así como el prójimo nos putea a nosotrxs, directa o indirectamente.

Y cuando cerramos los ojos y pretendemos disfrutar de lo que antaño fue una vida plena, nos asquea tanto abrirlos que por no querer morir, sólo quisiéramos matar.
Y eso es lo que vamos a hacer.

Esa perspectiva aún nos hace tener ganas de pisar fuerte, aún nos esboza una media sonrisa demencial que nos hace soñar con mundos mejores.
Porque me temo que si persistes en defender el mundo creado desde esquemas y ecuaciones que promueven el egoísmo material, acabarás siendo maquinaria.

Mejor ven con nosotrxs, olvida la estúpida rutina de tu paso por un mundo planeado por locxs crueles y avariciosxs, y ayúdanos a sembrar el caos a nuestro paso.
Asi volveremos a sonreír, rompiendo objetos, pintando paredes y corriendo semidesnudxs, como ya hiciéramos entre carcajadas una vez, no hace tanto como nos quieren hacer creer.
El mundo sigue a nuestra merced.



1 comentario:

Anónimo dijo...

Definitivamente... ME ENCANTA